En medio de un mundo unipolar tambaleante, pero donde el imperialismo norteamericano y sus aliados aún disfrutan de un dominio ideológico, político, económico, militar y cultural significativo, el balance realizado por sus voceros de los cien años transcurridos desde que obreros, campesinos, soldados y marinos, dirigidos por Lenin y los bolcheviques, tomaran el Palacio de Invierno, es muestra elocuente de una misma indigencia discursiva y decadencia flagrante que, ni siquiera, tras la desaparición de la URSS, el campo socialista y los intentos canónicos de Francis Fukuyama y Samuel Huntington, les ha permitido firmar el acta de defunción de las ideas revolucionarias.
En rigor, sería exigir demasiado a los siempre locuaces defensores de las bondades del capitalismo globalizado, que tampoco han podido adelantar, con sus ideas y las prácticas de las fuerzas a quienes sirven, un modelo civilizatorio creíble, no ya funcional, humano, justo y sostenible.
Una de las revistas que edita el grupo español Estudios de Política Exterior S. A,2 ha tenido que acarrear de manera atropellada textos de autores clásicos como George Kennan y Zbigniew Brzezinski para poder circular por las redes sociales un extracto de su número 179, una especie de dossier desangelado sobre el significado pasado y presente del hecho que conmemoramos, uniéndolos a autores del presente,3 como intentando protegerlos bajo el ala maternal de pensadores que fueron brillantes en los tiempos ya idos, en que el capitalismo lo tuvo que ser bajo la amenaza de perder la Guerra Fría. Concluida la lectura del “homenaje”, el lector no podrá dejar de sentir un fuerte sentimiento de nostalgia.
En el mismo número de esa revista, y formando parte del dossier, el editorial titulado “La revolución de Vladimir Putin”,4 resume las líneas discursivas del resto de los trabajos publicados: se trata de “un enfoque prospectivo, no historiográfico”, lo que no impide que todos los autores emitan sus opiniones sobre lo sucedido en Rusia desde 1917. Curiosamente, dejan fuera del campo visual a la Rusia zarista que engendró en su propio seno a esa revolución; la necesidad que tiene la debilitada Unión Europea de mantener actualmente buenas relaciones con Rusia, en aras de su “seguridad y prosperidad”, y finalmente, el asombro coral ante lo que se denomina como “el poco eco de los acontecimientos de 1917 en los medios de comunicación rusos y en el Kremlin”, lo cual es asombroso. Se sabe, a ciencia cierta, que las sociedades capitalistas, y Rusia lo es, no suelen conceder espacio a las celebraciones por las efemérides de sus levantamientos y revoluciones anticapitalistas, sean estos la Comuna de París o la Revolución de Octubre, en Petrogrado.
Tratando de indagar qué podría celebrarse en el año del centenario (2017), los autores del editorial intentaron poner en un mismo plano, olvidando lo prospectivo y recurriendo a lo historiográfico, a la revolución de febrero que derrocó al Zar, y a la Revolución de Octubre, que a su vez, barrió con el fantasmagórico e impopular gobierno de Kerensky. “Ni dentro ni fuera de Rusia –se afirma– hay acuerdo sobre la naturaleza de la Revolución Rusa y su impacto… Lo que nadie niega es su trascendencia mundial, como origen de una confrontación ideológica que llega hasta nuestros días, acompañada de una iconografía y una semántica poderosas”. Dicho de otra manera, no hay nada definido qué celebrar, y de haberlo se limitaría solo al reconocimiento de lo inocultable: el valor universal de los símbolos culturales de la revolución bolchevique. Ni una palabra sobre la construcción de una nación que enfrentó a 18 potencias interventoras, las que movilizaron un ejército invasor de más de 200,000 soldados; a una cruenta guerra civil; a la colosal invasión nazi, que nadie en Europa había podido antes vencer, y que fue capaz de industrializarse desde el atraso feudal heredado del zarismo hasta alcanzar el segundo puesto entre las economías del mundo y poner al primer ser humano en el espacio. Casi nada, apenas semántica e iconografía.
El intento es de antigua data. Por los días iniciales de la construcción socialista en Rusia se escuchaban ya semejantes argumentos. Aparece denunciada en el libro Cartas desde la Revolución bolchevique,5 de Jacques Sadoul, un capitán del ejército francés que formaba parte de la misión aliada en Rusia durante la Primera Guerra Mundial, y que fuese testigo presencial privilegiado de aquellos sucesos que iba contando, con galanura y precisión matemática, a sus corresponsales en París, entre ellos, los escritores Henri Barbusse y Romain Rolland, y al ministro socialista Albert Thomas. Así aparece en el Prólogo al libro escrito por Barbusse:
“Tengamos la honestidad intelectual, tengamos el valor de considerar la enorme crisis en toda su grandeza antes de inclinarnos deliberadamente de uno u otro lado de la barrera universal. Porque se trata –debemos acostumbrar a ello nuestra mente– de una lucha mundial de ideas, de hombres y de cosas. Se dibuja en líneas claras y sangrientas entre los reformadores que han pretendido, por primera vez en la historia, abolir realmente la esclavitud de los pueblos y, por otra parte, la burguesía internacional –engrosada con ignorantes, dubitativos y traidores– que no quieren esta reforma bajo ningún precio. Es el zarismo capitalista con sus taras, sus corrupciones, sus injusticias y sus catástrofes contra el deseo de los hombres…”6
Hasta el venerable Juan Pablo Fusi nos regala en su artículo “El mito de la revolución soviética” un enfoque especulativo y sesgado, mediante el cual ni la derrota del zarismo, ni la Revolución de Octubre “eran inevitables”, obviando explicar a los lectores por qué lo que no era inevitable ocurrió, y absteniéndose de reconocer que cuando un hecho histórico de esa magnitud ocurre y cambia de cuajo la marcha de la humanidad, algo de inexorable, o al menos de grandioso, debió de arrastrar en su seno. Claro que, si lo deseamos, cada hecho histórico puede ser sometido al más desconcertante probabilismo, desde la batalla de Waterloo explicada por la lluvia de las vísperas, o la llegada de Colón al Nuevo Mundo, tras conjurarse un motín a bordo gracias a los chirridos de un grillo, mascota de un tripulante, y salvadora señal de que la tierra firme estaba cerca.
“Si las reformas de Stopypin hubiesen triunfado… –nos regala el profesor Fusi– Si la contraofensiva del general Brusilov hubiese concluido con éxito… Si la zarina Alexandra no hubiese sido altiva e impopular…” En efecto, pudo haber sido ligeramente otra la historia, aunque sin desviarse en lo esencial de la línea necesaria de los acontecimientos, que no obedecieron a la lógica de un golpe palaciego, como afirma Fusi, al escribir, con simplismo candoroso, que “… la de octubre no fue una revolución de obreros y campesinos: fue decidida y planeada por el Comité Ejecutivo del partido bolchevique, integrado por unos 12 miembros”,7 lo que no explica cómo pudo mantenerse en el poder, sobrevivir, expandirse y consolidarse con la sola ayuda de este puñado de personas, y sin la participación popular.
Por supuesto que testigos presenciales de los hechos, como el capitán Jacques Sadoul, dejaban para la historia la visión opuesta:
“El deseo de una paz inmediata, a cualquier precio, es general. Sobre este punto, sin excepciones, todos los rusos con los que me he encontrado están de acuerdo con los bolcheviques. Que el pueblo ruso sienta aversión y odio por la guerra, que aspire ardientemente a la paz, sea cual sea, que haya podido percibir en la revolución un medio más seguro para alcanzar esa paz, todo eso me parece hoy claro y evidente”.8
En cuanto a la “soledad bolchevique” en los días de Octubre, el testimonio del capitán Sadoul también contradice en este punto al profesor Fusi:
“Decididamente, nuestros círculos oficiales no parecen evaluar adecuadamente la potente y ordenada acción de los bolcheviques… De cien rusos, ochenta son bolcheviques confesos, los otros veinte, bolcheviques avergonzados… (En el Smolny, en la sesión del Congreso) ante una sala abarrotada, Lenin, objeto de formidables ovaciones, lee y luego comenta la proclama a los pueblos y los gobiernos de todos los países beligerantes, y el proyecto de ley sobre reforma agraria. Frenéticos aplausos interrumpen sus palabras. ¿Es posible que consideren que unos hombres capaces de semejante entusiasmo están definitivamente fuera de combate?”9
Si en ese momento épico, miles de personas en Rusia, y no una docena de conspiradores en las sombras, consideró que la única salida de la crisis era haciendo uso de la puerta revolucionaria se debió, ante todo, a que los demás ensayos anteriores no respondían al urgente clamor de millones de habitantes de esa nación, cansados tanto de la guerra como del sistema que la incubase y lucrase con ella. Y ahí está, como diría Víctor Hugo “la tozudez de los hechos”.
Se trata, desde hace un siglo, de una feroz guerra cultural que buscaba, y sigue procurando, no solo desprestigiar, aislar, erosionar, desvirtuar y demoler el ejemplo del pueblo ruso, como en su momento se hizo con los esclavos haitianos en rebeldía, los comuneros parisinos, los independentistas de las colonias latinoamericanas y caribeñas, la Revolución Cubana, y más recientemente, con la Revolución Bolivariana de Venezuela. Es la misma y tradicional lucha de clases y de ideologías, hoy transfigurada en eternas batallas culturales potenciadas por la tecnología y los medios de comunicación.
Entre las líneas de la propaganda destinada a minimizar la significación de la Revolución de Octubre destacó la del diario español El País, supuestamente cercano a círculos políticos y empresariales del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), mostrando de esta manera lo atrás que ha dejado sus ideales primigenios esta agrupación política. Relegada a su página 12 aparece la noticia de la conmemoración bajo el titular deliberadamente equívoco de “Los comunistas recuerdan la Revolución rusa”,10 como si la importancia de este hecho colosal, que transformó radicalmente y para siempre la historia universal, fuese solo un asunto de un partido o una ideología. Muy a pesar de los redactores de El País, se reconocía que para esta “intrascendente” conmemoración de los comunistas rusos, no de los pueblos, habían arribado al país representantes de más de 80 países y delegados de 131 partidos de todo el mundo.
Si la gran prensa habla cada año, hasta el hastío, de Halloween y Black Friday, de la entrega de los premios Oscar y Granmy, o de un mundial de fútbol, claro que lo hace inoculándonos la idea de que se trata de conmemoraciones y eventos de enorme importancia universal y de obligatoria celebración. Pero jamás lo hará a la hora de hablar, a regañadientes, de la Gran Revolución Socialista de Octubre, de la victoria del pueblo vietnamita en la guerra contra Estados Unidos, de los sandinistas en Nicaragua al derrotar a la dictadura somocista, o de la Revolución de los Claveles de 1975, en Portugal. Son la mezquina lógica y el modus operandi de las guerras culturales en el mundo unipolar, de un sistema como el capitalista, que predomina temporalmente, pero que se desvela temiendo por una hegemonía que es constantemente desafiada, y no solo por los comunistas.
En República Dominicana la línea editorial predominante no fue, ni podía ser diferente. “Con pena y poca gloria”11 y “El cañonazo de golpe que cambió la historia”,12 artículos publicados en Diario Libre, se nos hacen partícipes de que una revolución que movilizó a millones en Rusia y el resto del mundo, y que no pudo ser derrotada a pesar de la Santa Alianza interventora y la reacción armada de las clases desplazadas del poder “… no fue una revolución, sino un golpe de Estado”. Finalmente se nos informa que “…los rasgos dictatoriales de las décadas soviéticas abonan la poca devoción al recuerdo de una era que fracasó en el fementido intento de crear un hombre nuevo”, olvidando con toda alevosía que seguimos celebrando a bombo y platillo, cada 14 de julio, la toma de la Bastilla, fecha de inicio formal de la Revolución Francesa de 1879, la misma que atravesó el sombrío período del Terror e instauró el señorío inapelable de la guillotina, mantuvo la esclavitud en las posesiones coloniales del Caribe, y terminó, ahora sí, en el fementido intento de legar al mundo la libertad, igualdad y fraternidad que negaban a cada paso las legiones del Imperio Napoleónico en que desembocó, mientras sojuzgaban las naciones de Europa. ¿Qué les sigue doliendo, hasta tal punto, y transcurridos cien años de aquellos hechos históricos? ¿A qué le siguen temiendo, como hace un siglo atrás?
Lo explica Henri Barbusse en el mismo prólogo al texto de Jacques Sadoul:
“Si quieren destruir al gobierno actual de Rusia, no es porque sea bolchevique, es porque es efectivamente socialista, porque significa la toma directa del poder por el proletariado y porque tiende a la realización de la comunidad universal de los trabajadores. He aquí el fondo de la realidad; lo demás son palabras que utilizan tanto como pueden, pero que no tienen importancia”.13
Dimensión humanista de la revolución de octubre
Organizar, desatar, defender y consolidar una revolución socialista de obreros, campesinos, soldados y marinos en un imperio de las dimensiones ciclópeas del zarista, en medio de las ebulliciones nacionalistas de los pueblos sojuzgados, el desastre de la guerra, el atraso económico, la fuerza de la reacción interna y la hostilidad y las agresiones de la reacción internacional, fue tarea de titanes. Ignorarlo o minimizarlo es obra de quienes jamás lo hubiesen logrado, en el caso hipotético, muy poco probable, de haber tenido la estatura e integridad para desearlo.
Jamás los bolcheviques hubiesen logrado tomar el poder en Rusia, e iniciar el proceso de constitución del Ejército Rojo, instauración de los soviets y fundación de la URSS, sin un programa de aceptación general. Demasiado desafíos a enfrentar y enemigos qué vencer, en medio de condiciones tan adversas y de una enormidad desconocida en la historia humana. Y lo lograron, en ocasiones, a un precio elevadísimo y no siempre por métodos genuinamente revolucionarios.
Lo que separa la etapa leninista de la Revolución de Octubre de la etapa estalinista es, precisamente, el abandono de los métodos humanistas que deben caracterizar una revolución genuina. No hablo de aplicación de la violencia revolucionaria y del nuevo estado soviético contra sus enconados enemigos irreconciliables y contumaces, lo cual caracteriza al poder estatal en todas las etapas de la historia. Hablo de que la violencia es un medio indeseable y apolítico, que solo debe ser aplicada en un período limitado, contra enemigos flagrantes, y aun así, bajo el imperio de las leyes y el respeto a la libertad, la dignidad, los derechos y la vida humana. La violencia ciega y paranoica del estalinismo, indiscriminada y fanática es, por su esencia profunda, contrarrevolucionaria, anti leninista y anti socialista.
Lanzarse a lo desconocido y desatar un torbellino de fuerzas de alcance apocalíptico tras el sueño de instaurar una sociedad nueva de justicia y paz para todos, y no solo para las élites privilegiadas, siempre despertó aprehensiones y dudas, aún entre los más decididos partidarios de la revolución de Octubre. Vladimir Maiakovski, el más apasionado de los poetas revolucionarios, nos legó en su Oda a la revolución las dudas humanas que embargaba a muchos revolucionarios ante el salto a lo desconocido que se intentaba:
“¿Qué nombre no te habrán dado? ¿Cómo devendrás aún con el tiempo, recia arquitectura constructiva, o simplemente un montón de ruinas?”14
Como es lógico, la Gran Revolución Socialista de Octubre no fue fruto del azar, sino la respuesta a una necesidad histórica.
No fue solo un levantamiento, ni un motín, ni un burdo golpe de mano palaciego, sino la erupción en la vida social de una teoría y unas ideas revolucionarias maduras, que se habían ido acumulando a través de toda la historia de la humanidad. Es por ello que su alcance fue universal, y lo sigue siendo.
Uno de los dilemas prácticos que debió enfrentar, y no siempre logró descifrar con acierto y audacia creativa, aún reconociendo las duras condiciones en que debió desarrollarse, en una Rusia autoritaria y autocrática, de casi nula cultura democrática y escaso desarrollo de la educación, fue el de la correlación que debía existir entre lo individual y lo colectivo. Debido a esa limitación de origen naufragó una parte sensible del proyecto socialista soviético y mundial. Lo positivo fue que abrió un debate en sus filas que perdura hasta el presente, y del que no ha podido escapar ninguna revolución.
Es interesante hallar los ecos de semejante debate en 1956 en Cuba, una isla del Caribe situada en las antípodas sociales y culturales de la Rusia bolchevique. Así se observa en un documento programático del Movimiento 26 de Julio, liderado por Fidel Castro, que se aprestaba a iniciar la lucha armada contra la dictadura de Fulgencio Batista, titulado Filosofía revolucionaria:
“La filosofía de la Revolución descansa sobre la premisa fundamental de que nadie puede ser feliz sin amoldar su conducta al interés colectivo… El individualismo quiere, en cambio, mantener lo que posee. Es fuerza conservadora. La raíz filosófica del conservatismo está en la idea de que las cosas no cambian, y que por lo tanto, la revolución no tiene sentido… La raíz última de la actitud revolucionaria está en su confianza en el destino humano y en la acción del hombre para transformar y superar la realidad”.15
Al otro lado del espectro, reivindicando el papel indispensable que han de jugar las personalidades libres en el juego de las fuerzas sociales transformadoras y socialistas, está la visión de Simone Weil, al igual que Maiakosvki, una figura épica y atormentada devorada por los telúricos procesos desatados:
“Lo que sabemos de antemano es que la vida será tanto menos inhumana cuanto mayor sea la capacidad individual de pensar y actuar. La civilización actual, de la que nuestros descendientes heredarán sin duda por lo menos algunos fragmentos, contiene –bastante lo sabemos– con qué aplastar al hombre, pero contiene también, al menos en germen, con qué liberarlo”.16
Lo que sí estaba, y sigue estando, más que claro para revolucionarios de todas las épocas, y especialmente después del triunfo de la Revolución de Octubre, incluso, como resultado del análisis de su derrota, es que es en el terreno cultural donde se están librando las batallas decisivas entre el capitalismo predominante y sus adversarios, no solo socialistas. Los pueblos que lo han comprendido, en la profunda sutileza que encierra la afirmación, no han podido ser derrotados en la defensa de sociedades alternativas al modelo depredador capitalista.
Cuando una cultura nacional auténtica que, por esencia, siempre es popular y humanista, se identifica con los cambios sociales, económicos y políticos imprescindibles que se llevan a cabo por el pueblo, basados en su historia y para el bien común, el proceso puede tener derrotas temporales, pero renacerá una y otra vez. Ese anhelo forma parte de lo profundo de su ser nacional, y no cesará hasta encarnarse. Cuando esta cuestión es subestimada o dejada a un lado, mediatizada por el practicismo ciego de la política partidaria, o el dogmatismo de los doctrinarios, por regla general, personajes grises e incultos, entonces esa debilidad puede arrastrar todo el conjunto social, o ver emerger de su propio seno la negación de su proyecto humanista encarnada en versiones aberradas, deshumanizadas y claudicantes de su ser auténtico.
Menudean las críticas parciales, cuando no de pura propaganda maniquea, sobre los errores y horrores de la cultura soviética, especialmente de la época estalinista, expresados en las miserias del realismo socialista. Tales posiciones son extremadamente selectivas y ocultan verdades que deben ser recordadas:
“El mundo del arte y la cultura, de acuerdo a estos autores, “ámbito propicio para los excesos del socialismo real”, se nutre de una enumeración de artistas y escritores represaliados por Stalin, pero no de otros, (¡qué extraordinario descuido!) como los cineastas Serguei Eisenstein Vsevolod Pudovkin y Dziga Vertov; los poetas Evgueni Yestushneko, Andrei Voznesenski, Serguei Yesenin y Vladimir Maiakovski; los pintores Kuzma Petrov-Vodkin, Isaac Brodsky, L. Russov, V. Teterin, o N. Baskakov; los escritores Boris Polevoi, Konstantin Simonov, Máxim Gorky, Alexei Tolstoy, Julian Semionov, Yuri Olesha, Valentin Kataev, Mijial Bulgakov y Nikolai Ostrovki, junto al mencionado y Premio Nobel de Literatura, Mijail Sholojov.
“Y no solo olvidan convenientemente, en su lista de artistas martirizados, a los que no lo fueron y entregaron en la URSS una obra de alcance universal, sino que insinúan que el socialismo es el único ámbito histórico donde la creación, los creadores y el poder han tenido confrontaciones, censuras, represaliados y mártires. Otra vez olvidan, y de nuevo convenientemente, a la Inquisición, la lengua cortada a Giordano Bruno, y él mismo quemado en la hoguera, el proceso contra Galileo, las persecuciones contra Kepler y Erasmo de Rotterdam, las obras de arte de civilizaciones devastadas o robadas por los poderes coloniales e imperialistas, o más recientemente, el destino de Lorca y Unamuno, de Víctor Jara, el McCarthismo en Hollywood, o si prefieren, los abultados expedientes del implacable espionaje y acoso del FBI contra John Lennon, Jimi Hendrix, Ernest Hemingway y Charles Chaplin”.17
Cuando estos críticos nos hablan de “las grandezas de Rusia”, por supuesto que no se iban a referir, y no se refieren, a la institución en la URSS del primer sistema sanitario y de seguridad social gratuito y universal en la historia de la humanidad, ni de un sistema educativo totalmente público y gratuito, por primera vez también en la historia humana, del que surgieron los genios que deslumbraban al actuar con el ballet o los grupos folclóricos populares soviéticos, ni los premios Nobeles, ni los que disputaron el dominio de la energía atómica a los estadounidenses, ni pusieron al primer hombre y la primera mujer en el espacio. ¿A qué reducen estos señores las “grandezas de Rusia”? Pues a “…las grandes edificaciones de la época zarista y las colecciones de pintura y arte de El Ermitage”, dicho sea de paso, erigidas sobre el sudor, el sacrificio y el sufrimiento de los millones de rusos que trabajaban, pero no podían disfrutar de la contemplación de tales tesoros, por primera vez puestos al servicio del pueblo durante la detestable era de “eso que va camino al olvido”.
El Palacio de Invierno en tiempos de Facebook, Netflix y Twitter
El centenario de la Revolución de Octubre viene a reflotar un frente que estaba hundido y deliberadamente invisibilizado en las encarnizadas guerras culturales de nuestros días. Hoy, como lo demuestran los sucesos de Charlottesvilles y los enfrentamientos alrededor de la pertinencia de retirar de los 1503 lugares públicos de los Estados Unidos los símbolos confederados que aún enaltecen las “glorias” de los partidarios de la esclavitud, siguen contendiendo, 152 años después del fin de la Guerra de Secesión, concepciones del mundo, ideologías, políticas, culturas y economías en el seno de una misma nación. Son dos proyectos de futuro y dos proyectos de sociedad irreconciliables enfrentados. Esto demuestra la extraordinaria resistencia de las ideas y los símbolos que las expresan. Y lo extraordinariamente importante que es tener conciencia de esta realidad histórica.
Con más razón, es en la cultura de nuestro tiempo donde las esencias del humanismo socialista y los sueños redentores de aquellos hombres y mujeres de Octubre encuentran un reverdecido campo de acción y de lucha. Y es aquí, en consecuencia, donde con más ferocidad contraatacan sus enemigos y detractores.
Estudiando el movimiento neoconservador norteamericano, proyecto de contrarrevolución de alcance universal y de afianzamiento definitivo de la hegemonía imperialista en tiempos de pensamiento único y mundo unipolar, me impresionó la extraordinaria claridad de sus principales promotores alrededor de la importancia estratégica de la cultura en las batallas del presente; la obsesión que los anima a enfrentar y demoler todas las expresiones contraculturales internas del capitalismo, y su falta de escrúpulos a la hora de fabricar lo que Chomsky ha denominado “el consenso” en la sociedad capitalista globalizada. Irving Kristol, uno de sus Padres Fundadores, no temió aguar la fiesta de sus correligionarios en el discurso pronunciado el 4 de diciembre de 1991, en la cena anual del American Enterprise Institute, en momentos en que la euforia triunfalista procapitalista extendía acta de definitiva defunción al socialismo en la URSS y Europa Oriental:
“No es la economía capitalista nuestro principal problema inmanejable. Ese problema se expresa hoy en la cultura de la sociedad y en su intento de sorprender por el flanco a nuestra economía relativamente exitosa. Mientras nuestra sociedad es burguesa, la cultura no lo es de manera creciente y beligerante… Fue en París, en la década de 1820 a 1830, donde la revuelta de la imaginación se plasmó en una contracultura embrionaria… Hoy vivimos una revolución cultural que, en algún momento, amenaza con convertirse en revolución política…”18
Los grupos y clases sociales que hoy se enfrentan en el terreno cultural, y en el que algunos, con toda intención, difuminan sus intereses y objetivos con generalidades engañosas tales como la sociedad postmoderna, la sociedad liberal y el mundo globalizado, no adelantan sus objetivos de la forma en que los adelantaban sus partidos y voceros hasta mediados del siglo XX. Los años 60, contraculturales, antirracistas, antibelicistas, antiimperialistas, anticolonialistas, feministas, tercermundistas y antisistemas, marcaron con fuego su conciencia y los escarmentaron, de manera que comenzaron a desplazar el debate a terrenos donde se podían mover con mayor soltura y tener siempre a mano una puerta de escape, como enseña la Doctrina Powell resultante de la tragedia de Vietnam.
El terreno escogido fue el de la deconstrucción de la memoria histórica; el desmontaje simbólico de las visiones del mundo de sus oponentes; la fabricación de falsas autoridades académicas usando para ello el laberinto conservador, la urdimbre establecida entre tanques pensantes, la comunidad de inteligencia y las fundaciones conservadoras; ocultando, denigrando, escarneciendo toda figura, líder o pensador revolucionario, no importa si Espartaco, Marx, Lenin, el Che, Fidel Castro, Ho-Chi Minh o Patricio Lumumba; creando un canon artístico y literario occidental e inofensivo que se centraba en los problemas existenciales antes que en los sociales; que exaltaba a George Orwell o Hannah Arendt, antes que a Jean Paul Sartre, Frantz Fanon o Paulo Freire; comprando, destruyendo o falsificando archivos y bibliotecas; corrompiendo, banalizando y desmovilizando al arte y la literatura con su mercantilismo y consumismo envilecedores; domesticando el lenguaje, y con ello el pensamiento, con la aberración del lenguaje políticamente correcto; acelerando hasta el delirio, y mediante las nuevas tecnologías de la información y las redes sociales, el proceso de demolición del carácter objetivo de los medios de comunicación y la instauración de la oprobiosa “posverdad” y “los datos alternativos de la realidad”.
Hoy, la cultura, la estética y los valores son las almenas del nuevo Palacio de Invierno a tomar por los revolucionarios del siglo XXI, sin ignorar que la batalla es global y abarca todos los ámbitos de la vida social, desde el económico, el militar, el diplomático, el científico-tecnológico, las mentalidades y los imaginarios. Algo debe decirnos que la novísima concepción de poder imperial en nuestros días se denomine “dominio del espectro total”.
Hoy por hoy es en el terreno cultural donde siguen contendiendo las antiguas ideologías y cosmovisiones. Antes se tremolaban en las barricadas las banderas rojas y negras de los anarquistas, que creían acercar con ello el triunfo de le revolución universal anhelada; hoy se desfila en las pasarelas glamorosas bajo el inofensivo slogan de “Revolution”, con el que se designan bolsos, accesorios, zapatillas y ropa de las grandes marcas con las que encandilar y controlar a los millennials.
Las estéticas combaten, tanto como los partidos y movimientos sociales. La narcocultura, aberración kitsch, exaltación del culto a la Santa Muerte, a la corta vida paradisíaca de los narcos que morirán jóvenes, a lo relumbrón de las Ak-47 enchapadas en oro, es la negación de todos los valores humanos, y está sustituyendo la estética redentora y popular de la Revolución mexicana. El Chapo o Pablo Escobar son los modelos y paradigmas que se enaltecen con series en Netflix, y detrás de la jugada, se adivina un apresurado ocultamiento de Pancho Villa, Zapata, Madero y Lázaro Cárdenas. También de los murales revolucionarios de Orozco y Siqueiros, las pinturas rebeldes de Frida Kahlo, o las fotografías subversivas de Tina Modotti.
Es la misma lucha ancestral, pero diferente. Es el mismo escenario, con los mismos actores y el mismo libreto, pero otro. Se va del presente al pasado para poder imponer ideas, estrategias y planes para hoy. Se trasladan las demandas del momento a luchar contra los símbolos de ayer que siguen expresando, de manera metamorfoseada, los intereses del presente. Carlos Marx no pudo preverlo, pero estoy absolutamente seguro que lo estaría disfrutando: le hubiese encantado vivirlo.
Comparemos la estética y los símbolos del Euromaidan ucraniano, reaccionario y filofascista, con los de la guarimba venezolana, de idéntico signo, y entendamos el sentido profundo de nuestra época y de nuestras luchas. Desentrañemos incluso, cómo ha llegado al montaje visual de los Premios Grammy, la estética de las banderas tremolando, y recordemos que esto ya lo hemos visto antes, en manos de fornidos obreros y campesinos. Porque al igual que en las guerras convencionales, la estética del enemigo derrotado es también un preciado botín de guerra, del que se hace uso invirtiendo sus valores y significados. Por algo el yihadismo genocida de ISIS utiliza la estética pop occidental para transmitir mensajes de odio y captar combatientes en su lucha contra el mismo Occidente que la creó.
El pensamiento humano, la creatividad y la cultura profunda de los pueblos del mundo son, por naturaleza, libres y democráticos, ajenos a esta pegajosa ola de embrutecimiento colectivo y de adocenamiento con que el capitalismo decadente y crápula pretende encerrarlos en las más profundas mazmorras del ser colectivo moderno. Su saña contra todo lo revolucionario, y especialmente su odio visceral contra el recuerdo y el ejemplo de la Revolución de Octubre, dan la medida exacta de sus inseguridades y sus temores. De sobra sabe que su futuro está condenado, y que tarde o temprano, bajo otros ropajes, otras consignas, otros líderes y otros símbolos será inexorablemente barrido de la historia. Nunca fue el mismo después de que el verbo arrebatado de Lenin lanzó contra los muros de la vieja Rusia a las mismas oleadas de pobres, humillados y ofendidos a las que antes habían negado por siglos todos sus derechos.
Un grafiti en una pared del Berlín reunificado y sin Muro, daba la despedida y la bienvenida a la experiencia socialista en Europa Oriental y la URSS, la misma que se iniciase en Petrogrado décadas atrás:
“La próxima vez será mejor”. No hay duda alguna.
Notas
- Ponencia presentada en el Seminario “100 años de la Revolución Socialista de Octubre y su incidencia en la sociedad dominicana”, organizado por el Instituto de Historia de la UASD, 7 de noviembre 2017.
- Se autodefine como “grupo editorial privado e independiente que analiza desde 1987 la actualidad internacional a través de cuatro publicaciones, una web e informes periódicos del riesgo-país”. Se trata de una versión española de los tanques pensantes norteamericanos, responsables del avance de las ideas neoconservadoras en ese país, basados en el esquema de crear entidades académicas o culturales “privadas e independientes”, que son financiadas por fundaciones, empresa y grupos políticos, para nada apolíticos ni apartidistas, y a los que se encarga la promoción de agendas, por lo general, conservadoras, bajo un manto de imparcialidad. Su director general es el periodista Darío Valcárcel, conde de O Reilly, Gran Cruz de Isabel la Católica, fundador de El País, y contribuyente regular de ABC.
- Con los “autores del presente” seleccionados, la unanimidad de las críticas a la Revolución de Octubre estaba garantizada: un director internacional de Radio Deutschland, emisora oficial del gobierno alemán; el autor norteamericano de una historia de la disidencia soviética; el director general y el director del programa de política interior rusa del Carnegie Moscow Center. De este último se publican nada menos que tres artículos en el mismo dossier. Y finalmente, el catedrático Juan Pablo Fusi, de la Universidad Complutense, la figura de mayor relieve intelectual del conjunto, discípulo de Raymond Carr. ¿Estaban o no las cartas marcadas desde el inicio? Así se fabrica el consenso, al decir crítico de Noam Chonsky.
- Editorial: “La revolución de Vladimir Putin”, Política Exterior número 179, septiembre-octubre, 2017. En: http://www.politicaexterior.com/artículos/política-exterior/polext179-la-revolucion-de-vladimir-putin/
- Jacques Sadoul: Cartas desde la Revolución bolchevique”, Turner Publicaciones, Madrid, 2016. La primera edición del libro fue realizada por Éditions de le Sirene, octubre de 1919.
- Henri Barbusse: Prólogo al libro de Jacques Sadoul, Oport. Cit, p. 48.
- Juan Pablo Fusi: El mito de la revolución soviética. En Estudios de Política Exterior, Oport. Cit
- Jacques Sadoul: La revolución bolchevique. Oport. Cit, p. 67.
- Sadoul, La revolución, p. 88.
- Pilar Bonet: Los comunistas recuerdan la Revolución rusa, El País, España, 8 de noviembre, 2017, p.12.
- Aníbal de Castro: Con pena y poca gloria. Diario Libre, Santo Domingo, 11 de noviembre, 2017, p. 17.
- José Rafael Lantigua: El cañonazo de golpe que cambió la historia, Diario Libre, Santo Domingo, 11 de noviembre, 2017, p. 16
- Henri Barbusse, Prólogo al libro de Jacques Sadoul, Oport. Cit, p. 47.
- Vladimir Maiakovski: “Oda a la revolución”, poema de 1918, en http://www.culturaproletaria.wordpress.com/2016/11/04/oda-a-la-revolucionvladimir-maiakovski/
- Enrique Oltuski, Armando Hart, Carlos Franqui: Filosofía revolucionaria, Comisión de Programa del Movimiento 26 de julio, noviembre de 1956. Publicado en Lunes de Revolución, La Habana, número especial del 26 de julio, 1959.
- Simone Weil: Reflexiones sobre las causas de la libertad y de la opresión social. Premia Editora S.A, México, 1982, p. 129. Primera edición en 1934.
- Eliades Acosta Matos: “Los muertos que vos matáis gozan de buena salud”. Cubarte. La Habana, 16 de diciembre, 2016: En: http://www.cubadebate.cu/autor/eliades-acosta-matos
- Irving Kristol: The Capitalist Future, Francis Boyer Lecture, American Enterprise Institute Annual Dinner, 4 de diciembre, 1991. En: http://www.aei.org/publication/the-capitalist-future
Referencias
1 Editorial: La revolución de Vladimir Putin, Política Exterior número 179, septiembre-octubre, 2017. En: http://www.politicaexterior.com/artículos/política-exterior/polext179la-revolucion-de-vladimir-putin/
2 Jacques Sadoul: Cartas desde la Revolución bolchevique”, Turner Publicaciones, Madrid 2016. La primera edición del libro fue realizada por Éditions de le Sirene, octubre de 1919.
3 Juan Pablo Fusi: El mito de la revolución soviética. En Estudios de Política Exterior, Oport. Cit.
4 Pilar Bonet: Los comunistas recuerdan la Revolución rusa, El País, España, 8 de noviembre, 2017, p.12.
5 Aníbal de Castro: Con pena y poca gloria. Diario Libre, Santo Domingo, 11 de noviembre, 2017, p. 17.
6 José Rafael Lantigua: El cañonazo de golpe que cambió la historia, Diario Libre, Santo Domingo, 11 de noviembre, 2017, p.16.
7 Vladimir Maiakovski: Oda a la revolución, poema de 1918, en http://www.culturaproletaria.wordpress.com/2016/11/04/oda-a-la-revolucionvladimir-maiakovski/
8 Enrique Oltuski, Armando Hart, Carlos Franqui: Filosofía revolucionaria, Comisión de Programa del Movimiento 26 de julio, noviembre de 1956. Publicado en Lunes de Revolución, La Habana, número especial del 26 de julio, 1959.
9 Simone Weil: Reflexiones sobre las causas de la libertad y de la opresión social. Premia Editora S.A, México, 1982, p. 129. Primera edición en 1934.
10 Eliades Acosta Matos: Los muertos que vos matáis gozan de buena salud. Cubarte. La Habana, 16 de diciembre, 2016: En: http://www.cubadebate.cu/autor/eliades-acosta-matos/
11 Irving Kristol: The Capitalist Future, Francis Boyer Lecture, American Enterprise Institute Annual Dinner, 4 de diciembre, 1991. En: http://www.aei.org/publication/the-capitalistfuture