Revista ECOS UASD, E C O S Órgano del Instituto de Historia de la UASD Año XXV, Vol. 1, No. 16 Julio-diciembre de 2018 • Sitio web: https://revistas.uasd.edu.do/

Balance histórico de Pedro Santana1

Historical balance of Pedro Santana

DOI: https://doi.org/10.51274/ecos.v25i16.pp73-106

Profesor titular de la Cátedra Historia Dominicana de la Escuela de Historia y Antropología de la UASD, doctor en Historia y autor de numerosos libros. Miembro Correspondiente Nacional de la Academia Dominicana de la Historia.

Recibido: Aprobado:

UASD Jurnals - Open Access

Cómo citar:Cruz Sánchez, Filiberto. 2018. «Balance histórico de Pedro Santana». Revista ECOS UASD 25 (16):73-106. Doi: https://doi.org/10.51274/ecos.v25i16.pp73-106

Resumen

En el siguiente artículo se hará una evaluación histórica del general Pedro Santana sustentada en su hoja de vida y en la abundante documentación existente con relación a la época de la Primera República. Se resalta, en primer lugar, cuál debe ser la función social de la historia y el rol de los historiadores profesionales cuando se aborda la trayectoria de un personaje con el objetivo de colocarlo en su justa dimensión histórica. En segundo lugar, se destacan los primeros aportes del General en la lucha separatista, su extraña decisión de abandonar el campo de batalla en Azua, su temprana vinculación con el bando político afrancesado, sus reiterados desacatos, su confrontación con los trinitarios, su dictadura militar, su cadena de fusilamientos, su aureola alcanzada en la batalla de Las Carreras, su ruptura con Bobadilla, Jimenes y Báez, su arraigado sentimiento antihaitiano, su hispanismo, su traición a los revolucionarios norteños y sus gestiones a favor de la anexión del país a España.


Palabras clave:

Separación, independencia, protectorado, dictadura militar, anexión, balance histórico.

Abstract

The following article is a historical evaluation of General Pedro Santana based on his résumé and the abundant documentation in relation to the time of the First Republic. Firstly, it is highlighted what the social function of history and the role of professional historians should be when dealing with the trajectory of a character, with the aim of placing him in his proper historical dimension. Secondly, a number of issues are stood out such as the first contributions of the General in the separatist struggle, his strange decision to leave the battlefield in Azua, his early connection with the frenchified political side, his repeated disrespect, his confrontation with the Trinitarians, his military dictatorship, his chain of executions, his aureole reached in the battle of Las Carreras, his break with Bobadilla, Jiménez and Báez, his deep-rooted anti-Haitian sentiment, his Hispanism, his betrayal to the northern revolutionaries and his efforts in favor of the annexation of the country to Spain.


Keywords:

Separation, independence, protectorate, military dictatorship, annexation, historical balance.

Introducción

El general Pedro Santana ha sido un personaje muy polémico, tal vez el más polémico de nuestra historia; sobre él se ha escrito y se ha debatido mucho desde que salió al ruedo de la historia con su participación en la lucha separatista. Desde entonces encontramos una controversia que se apaga y se enciende cada cierto tiempo. Han sido numerosos los intelectuales, periodistas e historiadores, quienes periódicamente intentan evaluar la trayectoria del personaje desde diversos ángulos, pero casi siempre situados en posiciones opuestas, unos a favor, otros en contra.

Diríamos que han existido dos corrientes historiográficas entorno al personaje; en ambas he observado manipulaciones, olvidos adrede, análisis sesgados, incompletos, a veces fuera de contexto, selectivos y apasionados. Considero este proceder como una práctica poco ética, pues la labor del historiador profesional debe enfocarse en la búsqueda de la verdad del pasado, o de una parte de ella, apegada a los valores de la ética profesional, y sobre todo, al uso crítico de las fuentes que sirven de sostén a su quehacer historiográfico.

Al estudiar la producción intelectual desde un referente normativo, la ética nos enseña cómo asumir una posición crítica y valorativa con rango de verdad a la hora de estudiar la trayectoria de un personaje, sea del pasado lejano o reciente.

El historiador jamás se guiará por lo que él piensa o se imagina acerca de los hechos humanos, sino que sus indagaciones estarán condicionadas por las implicaciones del tema objeto de estudio, siempre en correspondencia con la adopción de un modelo teórico y metodológico que se aplicará en la búsqueda de nuevos conocimientos, los cuales deberán ser conocidos por la comunidad científica y por la sociedad, cuestión fundamental que implica la adopción de un compromiso ético con la búsqueda de la verdad.

La producción científica historiográfica debe caracterizarse por la objetividad, la rigurosidad, la pertinencia, el respeto, la honradez, la honestidad, la integralidad, la justicia, la pureza y otros valores humanísticos que cautivarán la admiración y el respeto de la comunidad académica e intelectual por la labor del historiador profesional.

En sus indagaciones, el historiador deberá apartarse lo más posible de las pasiones, los prejuicios, simpatías, antipatías y afecciones. Deberá eliminar todas esas preferencias o creencias personales que pudieran enmascarar sus conclusiones.

Por supuesto, no se le exige al historiador que abandone su compromiso social con la verdad, la justicia, la libertad y la solidaridad en aras de una supuesta “neutralidad e imparcialidad” en sus investigaciones porque entonces estaría asumiendo la ética del ascetismo, propia de un monje tibetano.

La función social del historiador no significa hacer historia panfletaria, afectiva, utilitaria, pragmática, providencialista o tendenciosa; esas y otras formas de escribir las historias y las biografías de los grandes hombres sólo conducen a reforzar las actuales confusiones sobre la pertinencia de la historia y el oficio del historiador. El compromiso con la búsqueda de la verdad implica avanzar en el diagnóstico y explicación de los hechos investigados para su debida divulgación.

Una historia comprometida con la verdad implica también un combate en el campo teórico, que no debe confundirse con la lucha política o partidarista. La búsqueda de una explicación para dar forma científica al conocimiento empírico incluye desnudar la maraña del discurso de las élites intelectuales instrumentalizadas. Aquellos que al servicio de determinados intereses encubren o manipulan la realidad no son científicos, sino mercenarios.

El historiador deberá esforzarse por elevar el rigor intelectual, a sabiendas de que no basta una orientación ideológica justa sino existe una adecuada competencia profesional. Deberá propiciar la polémica y el debate como prácticas que ayudan al desarrollo de las ciencias humanas, basados en la más amplia libertad de palabra y el respeto a las opiniones contrarias a las suyas.

La ética comprometida con los valores humanísticos y el oficio del historiador deben fundirse en un haz de verdad y cientificidad. Guiado por esos principios éticos, intentaré reconstruir la trayectoria del general Santana en su justa dimensión histórica, resaltando sus aportes y sus fallas a la causa de la independencia dominicana, sin pretensiones de erigirme en “tribunal de la historia”, sino en un dibujante de sus grandes rasgos históricos para una mejor comprensión del personaje y su obra.

Vieja y reiterada polémica

Es muy ilustrativo el viejo e inconcluso debate generado en torno al general Pedro Santana y su rol durante los años en que, catapultados por los acontecimientos, pasó a ser la figura política y militar más influyente de la República en ciernes. La polémica tiene su origen en el papel contradictorio que él desempeñó en una época donde los poderes extranjeros tenían su vista puesta sobre un país que luchaba, primero por separarse de la ocupación haitiana y, segundo, por establecer sus propias instituciones democráticas y pasar a formar parte del concierto de las naciones libres del mundo americano.

La controversia en torno a Santana la iniciaron el historiador José Gabriel García y el intelectual Manuel de Jesús Galván en 1889, a través de los periódicos El Eco de la Opinión y El Teléfono, ambos de Santo Domingo. Según el historiador Vetilio Alfau Durán, fue “la primera y hasta ahora la más importante polémica sostenida” con relación a los acontecimientos de 1844 y sus principales actores3.

La discusión continuó en octubre de 1956, cuando el diario El Caribe, entonces al servicio de la dictadura de Trujillo, inició una encuesta acerca de Santana, “en la que intervino un numeroso grupo de intelectuales. Sus contestaciones se recogieron en el libro Santana, encuesta del General, Santo Domingo, 1957” 4.

Los nueve intelectuales que publicaron sus contestaciones en el diario El Caribe fueron: Emilio Rodríguez Demorizi, quien propuso la “fórmula Duarte-Santana”; Ramón Emilio Jiménez, resaltó que “Santana merece honores”; Rafael Augusto Sánchez hijo, quien intituló su respuesta “Actos de Santana fueron consecuencias de necesidad”; Francisco E. Moscoso Puello, quien se preguntó “¿A quién traicionó Santana?”; Rafael C. Senior, quien consideró que “Santana no fue anexionista”; Federico C. Álvarez, quien consideró que “Santana fue gran patriota, tanto como Duarte”; Julio A. Cambier, quien sostuvo que “La anexión fue una necesidad perentoria frente al enemigo”; J. Furcy Pichardo, quien intituló su artículo “El pueblo ejerció su influencia sobre Santana” y Fabio A. Mota, quien pidió que “se juzgue a Santana a la luz de la dinámica histórica”5.

En abril de 1968 volvió a debatirse sobre Santana en un programa de televisión que dirigía el periodista Rafael Molina Morillo. Participaron Francisco Antonio Beras, Manuel de Jesús Goico Castro, Hugo Tolentino Dipp y Pedro Troncoso Sánchez, los dos primeros, al igual que Galván, defensores apasionados de Santana, y los dos restantes, “en situación opuesta”.

A los apologistas del General se sumaron otros intelectuales e historiadores, entre ellos Manuel Arturo Peña Batlle, “el más celebrado de nuestros ensayistas de la primera mitad del siglo 20..., quien tenía en preparación una Biografía del general Santana”6, de quien era también un decidido simpatizante. La controversia revivió con fuerza en los días finales del “Gobierno de los 12 años” de Joaquín Balaguer debido a su disposición de trasladar los despojos de Santana al Panteón Nacional, donde descansan los de numerosos patriotas que el hatero seibano mandó a fusilar en su tiempo. Los restos de Santana fueron inhumados la tarde del 15 de junio de 1864 en la Fortaleza Ozama por temor a que los odios provocaran su profanación; allí permanecieron hasta el 9 de enero de 1879, cuando fueron exhumados y trasladados a la iglesia de Regina Angelorum de la capital, al cuidado del padre Francisco Javier Billini. Tras la muerte de Billini, el arzobispo Fernando Arturo de Meriño ordenó llevarlos a la Catedral Primada de América y, más tarde, el nuevo arzobispo Adolfo A. Nouel dispuso que fueran enviados a El Seibo, conduciéndoseles, primero al Ayuntamiento y luego a la Iglesia de la ciudad. En ese segundo templo permanecieron hasta el mes de julio de 1978, cuando el presidente Balaguer dispuso su exhumación y depósito en el actual Panteón Nacional, reviviendo así las discusiones en torno al personaje.

El último debate público lo organizó en octubre de 2018 la Escuela de Historia y Antropología de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, donde participaron nueve expositores. De nuevo unos se pronunciaron a favor y otros opuestos a que los restos del controvertido General permanezcan en el Panteón Nacional, erigido para resaltar la vida y la memoria de quienes lucharon por los ideales de libertad, soberanía, independencia, progreso, justicia social e igualdad entre los dominicanos.

Participación de Santana en la lucha separatista

Santana aparece en el escenario político cuando Juan Pablo Duarte inició un recorrido por los pueblos de la región oriental, tratando de formar las juntas populares que las nuevas autoridades de Santo Domingo le habían encomendado. En esa labor iba acompañado de otros patriotas y con poderes para otorgar grados militares. Ya había ocurrido el derrocamiento en Haití de Jean Pierre Boyer y la notica se supo en Santo Domingo la tarde del 24 de marzo de 1843. Duarte propició una alianza táctica con los liberales haitianos de Santo Domingo opuestos a la dictadura de Boyer. Su plan era deponer a los jefes militares para establecer un nuevo gobierno, cónsono con la nueva situación vivida en el vecino país tras la salida del dictador.

En efecto, el 30 de marzo se instaló en Santo Domingo, luego de varios enfrentamientos, una Junta Popular, especie de gobierno provisional, integrado por tres dominicanos y dos haitianos partidarios de Charles Hérard, el nuevo presidente haitiano. Mediante circular del 5 de abril, dicha Junta ordenó al líder trinitario “formar e instalar juntas populares en las comunes (de la región oriental) que la necesidad lo exija” 7 y exhortaba a sus autoridades facilitarle caballos para que pudiera continuar su ruta. El 3 de mayo, Duarte y sus compañeros de ruta se encontraban en la villa de Santa Cruz del Seibo y se entrevistaron con Ramón Santana, hermano gemelo de Pedro; este último no participó en el encuentro tal vez porque se encontraba en Santo Domingo en gestiones de venta. Usando los poderes otorgados por la Junta, Duarte ofreció el rango de coronel a Ramón, pero éste declinó a favor de su hermano. Se admite que desde ese momento ambos personajes quedaron comprometidos con la lucha separatista, objetivo inmediato de los trinitarios que controlaban las decisiones de la Junta Popular.

El 15 de junio se realizaron elecciones directas para elegir a los representantes dominicanos ante la Cámara de Diputados que sesionaba en Port-au-Prince. Había que renovar dicha Cámara con miras a la constituyente haitiana, prevista para septiembre. En el seno de la Junta ya habían aflorado las discusiones entre trinitarios y liberales haitianos. Los debates subieron de tono cuando un grupo de patriotas de la capital enviaron a la Junta, el 8 de junio, un documento en el que denunciaban aprestos represivos que intranquilizaban a la población que muy pronto se disponía a votar en las elecciones congresuales8. Los trinitarios triunfaron en todas las comunidades del país, circunstancia que alarmó a las autoridades haitianas, quienes solicitaron al presidente Hérard entrar cuanto ante con su ejército para desarticular la lucha separatista que había ganado espacio en Santo Domingo. En efecto, Hérard entró el 12 de julio a la ciudad, apresando y persiguiendo a los patriotas que habían sido denunciados por elementos pro-haitianos. Los hermanos Santana también fueron llamados y obligados a presentación diaria ante las autoridades haitianas en Santo Domingo. El historiador haitiano Tomás Madiou atestigua que Hérard llegó a decir ante sus oficiales, impresionado por el carácter y la fisonomía enérgica de Santana, que éste “español podría ser el único capaz de intentar un movimiento con resolución y denuedo”9

Cuando Hérard y sus tropas se retiraron de Santo Domingo, pensando que la situación se había normalizado, tomaron la ruta del sur y los hermanos Santana escaparon al llegar a Sabana Buey, cerca de Baní y volvieron a la villa oriental, donde habían acumulado fortunas y prestancia personal. Residían allí desde que salieron, junto a su padre, de la villa fronteriza de Hincha en los primeros años del siglo 19, huyéndoles a las incursiones de sus vecinos del oeste.

Sabían los trinitarios que Pedro y su hermano eran personajes muy influyentes, a los cuales había que comprometer en la lucha por la separación. En la vetusta villa del Seibo eran frecuentes los conatos y las conspiraciones desde los inicios de la ocupación haitiana, tal vez porque a ella fueron a residir numerosas familias provenientes de Hincha. Habían llegado a su nueva morada con sus recuas, sus árganas, sus criados y sus libertos, alcanzando muy pronto prestancia social. Se cuenta entre ellos al señor Santana que en 1826 contrajo nupcias con la señora María Micaela de Rivera, de más edad, viuda del capitán Miguel Febles y propietaria de hatos en la región oriental.

Desde su escapada en Baní hasta los preparativos separatistas, Santana permaneció inerte, pero cuando se le comunicó la decisión de dar el golpe contra el gobierno haitiano y pedirle su cooperación, no vaciló en contestar que estaba dispuesto a contribuir, condicionando su apoyo a que él fuera nombrado jefe del ejército. Aparecen después los Santana firmando el “Manifiesto del 16 de enero de 1844”, donde se hacía un ferviente llamado “a los pueblos del Este” a separase del gobierno haitiano “y constituir un Estado libre y soberano”10, concepto que estaba muy acorde con el ideal trinitario.

En la “manifestación” se lee, además, que tan pronto se estableciera el gobierno provisional, éste llamaría “a uno de los más distinguidos patriotas al mando en jefe del ejército” que deberá proteger la frontera, “agregándole los subalternos que se necesiten”. Ese “distinguido patriota” resultó ser Pedro Santana, quien formó parte de las milicias haitianas y debido a sus habilidades con las armas y su destreza como soldado de caballería, alcanzó el rango de coronel, otorgado por Duarte, cuando, en compañía de Joaquín Lluberes y otros patriotas, visitó a su hermano Ramón en mayo de 1843.

El “Manifiesto” confirmó la alianza política entre las dos grandes facciones de entonces, los trinitarios y los afrancesados, quienes días antes del 27 de febrero de 1844 se reunieron para afinar los preparativos del golpe. Después del grito separatista, Santana quedó nombrado general de brigada y jefe del ejército mediante resolución del 7 de marzo emitida por la nueva Junta Gubernativa y se dio la encomienda de dirigirse al sur para enfrentar el ejército invasor haitiano que marchaba a Santo Domingo con la intención de dejar sin efecto la acción separatista.

Participación de Santana en la batalla del 19 de marzo

La participación del general Santana en la famosa batalla del 19 de marzo ha sido tan polémica como su misma personalidad. Es a partir de esa epopeya militar, de glorias compartidas, cuando empezaron a difundirse una serie de historias, contadas con pasión, en una, y con evidente menosprecio, en otra. Los seguidores del recio personaje, cuya lista es muy extensa, elevaron al rango de batalla decisiva la librada en Azua y el general designado que comandó las bisoñas tropas dominicanas empezó a verse como un mesías, de cuya intervención se esperó la solución definitiva a la cuestión surgida de la política haitiana de entonces que insistía en la unificación forzosa de la isla.

Santana vino a Santo Domingo con cientos de peones de su hacienda, gente acostumbrada a la caza de animales y al trabajo duro, armados con lanzas, machetes y arcabuces. Tomás Bobadilla, su socio político y presidente de la Junta, lo recibió en su despacho y conversó con él antes de asignarle la misión de dirigirse al sur, donde otros destacados patriotas organizaron las primeras resistencias contra los invasores. Partió el 13 de marzo y en el trayecto se enrolaron al improvisado ejército gente de todas las comunidades sureñas, donde ya existía un ambiente de incitación patriótica y nuevas adherencias a la causa separatista. Iban a combatir, con coraje y decisión, al ejército haitiano que estaba en mejores condiciones, mejor entrenado y equipado, y sobre todo, muy superior en número.

Charles Hérard había dispuesto dividir su impresionante ejército en tres grandes columnas que debían marchar a Santo Domingo y dejar sin efecto el golpe separatista del 27 de febrero. La primera división, encabezada por él, entró por el camino central Mirebalais-Las Cahobas-Las Matas-San Juan. La segunda, encabezada por Auguste Soufront, avanzó por el camino de Neyba, más al sur, con el fin de juntarse con la primera en Azua. La tercera partió desde Cap Haïtien al mando del general Jean Louis Pierrot y entró por la parte norte de la frontera con la encomienda de tomar las ciudades de Puerto Plata y Santiago.

Antes del 19 de marzo se produjeron las refriegas de La Fuente del Rodeo, Las Marías, San Juan, Las Hicoteas y la del Río Jura, verdaderos bautismos de sangre de las armas dominicanas11 . Algunos jefes militares sureños (Antonio Duvergé, Fernando Tabera, Vicente Noble, Dionisio Reyes, Francisco Soñé, Nicolás Mañón, Valentín Alcántara, Manuel de Regla Mota, José María Cabral, Manuel Mora, Lorenzo Araújo, Luis Álvarez, Lucas Díaz, entre otros), quienes en distintos momentos dirigieron exitosas emboscadas y escaramuzas contra el avance de los invasores, ordenaron, cada uno a su manera, retirar sus hombres y concentrarlos en la ciudad de Azua, adonde había llegado el grueso del ejército dominicano dirigido por Santana.

Hérard y Santana coincidieron en su llegada a la ciudad sureña la tarde del 18 de marzo, pero no volvieron a verse las caras. El primero pernoctó en el Jura preparando el ataque del día siguiente; mientras, el segundo pasó revista a las tropas y presenció un desfile militar preparado por el coronel Duvergé que buscaba exaltar los ánimos. En los cálculos del general Soto Jiménez, las tropas dominicanas sumaban, más o menos, 2,500 soldados, mil aportados por Santana y los restantes por Duvergé, Vicente Noble, Regla Mota, Lorenzo Araújo y José María Cabral12.

Las tropas dominicanas fueron distribuidas en varios puntos estratégicos de la ciudad, cada uno con sus respectivos jefes. El coronel Duvergé, uno de los más activos de la región, “se movía incansablemente a lo largo de todo el perímetro de la defensa”, mientras el general Santana “tenía su cuartel general en la retaguardia de la posición del centro”, acompañado de sus asesores Buenaventura Báez, Felipe Alfau y Lorenzo Santamaría. Hérard, por su parte, también dividió su ejército en tres columnas, la primera atacaría por el camino de El Barro, la segunda por el camino de San Juan y la tercera por el de Los Conucos. En la mañana del día 19, la vanguardia del general Thomas Héctor inició los ataques contras las posiciones dominicanas, seguidos de otros que se prolongaron durante tres horas. En cada uno de los combates, las tropas haitianas resultaron derrotadas, con decenas de muertos y heridos, situación que sembró el pánico entre los invasores y motivó a su comandante a ordenar la retirada hacia el Jura en completo desorden13.

Aún no se habían enfriado los cañones cuando Santana recibió la información de que las tropas que dirigía el general Soufront, que avanzaban por el camino de Neyba, se acercaban al humeante campo de batalla. La noticia motivó que Santana convocara una junta de guerra, “en cuyo seno hizo triunfar su pensamiento de retirarse a Baní”, según un testimonio ulterior escrito por Báez14.

Desde entonces, dicha decisión ha sido objeto de variados comentarios por opositores y simpatizantes del general Santana. La opinión más favorable la divulgó Galván, quien destacó “las poderosas razones de orden militar que impulsaron” al general Santana a efectuarla. En razón de que la llanura de Azua, abierta por todas partes no ofrecía seguridad alguna para una defensa efectiva, viendo la superioridad numérica de las tropas replegadas al Jura, las cuales serían reforzadas por las del general Soufront, lo más conveniente fue ordenar la retirada a un lugar cuyo relieve ofreciera más ventajas, entre ellos Sabana Buey, cerca de Baní que estaba protegido por las serranías de El Número y el río Ocoa. Esa fue la opinión de Santana y esa fue la decisión tomada por la junta de oficiales, de la cual formaba parte el señor Báez. La evacuación se efectuó en la noche en forma “desordena y con carácter de fuga”, según el historiador García.

En su ilustrativa polémica con Manuel de Jesús Galván, defensor empedernido del general Santana, el historiador García, siempre su adversario, reconoció los méritos y la importancia relativa de la victoria obtenida el 19 de marzo, pero rechazó que la misma afianzara la recién proclamada independencia, pues la batalla “no detuvo la marcha del ejército invasor, que a los tres días (de la retirada) ocupó a tambor batiente y con banderas desplegadas, la plaza que no había podido tomar por la fuerza” 15.

Azua quedó ocupada y destruida por el ejército de Hérard, desde el 22 de marzo hasta su retiro definitivo efectuado el 7 de mayo debido a la ocurrencia, días antes, de un golpe de Estado en Haití. Durante los casi dos meses en que permaneció en la provincia sureña, Hérard intentó en varias ocasiones emprender marcha hacia Santo Domingo por el camino de San José de Ocoa, pero era detenido por las tropas que dirigía el invicto coronel Antonio Duvergé. Al efectuar la desocupación de la ciudad de Azua, ordenó reducirla a cenizas y durante su desastrosa retirada iba incendiando pueblos, mientras era atacado por milicianos dominicanos que los persiguieron hasta la frontera. Cuando regresó a su país, Hérard se encontró sin fuerzas suficientes para resistir el golpe que lo había depuesto de la presidencia.

Inacción de Santana en Baní

Por su parte, Santana y sus tropas permanecieron a la defensiva en Baní hasta los primeros días de julio, esperando una supuesta ayuda militar que él y Bobadilla habían convenido con el cónsul francés Juchereau de Saint Denys, quien vino a Santo Domingo en enero de 1844 con la misión de seguir atizando el famoso “Plan Levasseur”. La Junta Gubernativa, preocupada por la ociosidad de Santana y sus tropas, designó a Juan Pablo Duarte, quien había regresado al país el 15 de marzo, al frente de un ejército con la misión de dirigirse a Baní y ver si era posible coordinar con Santana un plan de ataque contra los ocupantes de Azua.

En vano resultaron las gestiones del general Duarte por concertar dicho plan, que consistía en atacar al invasor por la retaguardia. El 1 de abril Duarte escribió a la Junta desde Baní solicitándole atacar solo con su división. En su breve misiva se quejaba de que hacía 8 días que había llegado allí “y en vano he solicitado al general Santana que formemos un plan de campaña para atacar al enemigo”. La Junta respondió al patricio que regresara a la capital “con sólo los oficiales de su estado mayor” , frustrándose así sus empeños de atacar a las desmoralizadas tropas haitianas.

Las razones de la inmovilidad de Santana y su ejército están claras en varias de las cartas que a menudo intercambiaba con la Junta Gobernativa controlada por los afrancesados. En una de ellas, fechada el 14 de abril en el Cuartel General de Baní, Santana expresó al presidente Bobadilla, lo siguiente. “Si como hemos convenido y hablado tantas veces, no nos proporcionamos un socorro de ultramar... Usted tiene la capacidad necesaria para juzgar todo lo que yo le puedo querer decir, y para no hacerme ilusiones y conocer que debemos agitar esas negociaciones con que el juicio de todo hombre sensato sólo podremos asegurar la victoria”.

Ese “socorro de ultramar”, del que tanto habían hablado y convenido Santana y Bobadilla, era la supuesta ayuda militar francesa que ambos esperaban, en virtud de las conversaciones secretas que estos dos influyentes personajes sostenían con el cónsul francés Saint-Denys. En otra de sus cartas, que con frecuencia enviaba desde Baní a su socio Bobadilla, Santana se quejaba además de la falta de armas y recursos, sin los cuales, decía “yo no me muevo de aquí mientras no tenga con qué racionar mi gente”17.

Conociendo la Junta Gubernativa que las tropas de Santiago hicieron de 'tripas corazón' para derrotar a los invasores haitianos en la batalla del 30 de marzo y perseguirlos en su retirada hasta la frontera, decidió integrar una columna con el ejército santiagués “que cayera por Constanza sobre el valle de La Maguana y atacara por la retaguardia a los invasores, operación que ofreció realizar Duarte, pero que el gobierno creyó conveniente dejar a cargo del general Mella, quien, avisando oportunamente al general Santana, despachó por Chingüela algunas fuerzas al mando del comandante Durán, que, aunque llegaron tarde a San Juan (de la Maguana) para hostilizar al enemigo, que iba ya en retirada (hacia Haití), llegaron a tiempo de proteger la ocupación de Azua por el comandante Antonio Duvergé”18.

El 16 de mayo Santana volvía a escribir a Bobadilla: “He recibido carta del general Mella, del 7 de los corrientes, anunciándome que por el (día) 12 saldrían las tropas de La Vega sobre Chingüela, de donde me avisa sería para ponernos de acuerdo en el día que debíamos marchar sobre Azua, y cuya carta creo que me escribió sin conocimiento de la retirada del ejército enemigo de Azua” 19.

Se observa en esa misiva que Mella Castillo había elaborado un plan para atacar las tropas de Hérard por la retaguardia, que fue el mismo plan de ataque que el general Duarte había concebido pero que Santana se negó a aceptar debido a su confabulación con Bobadilla, quienes ya daban suficientes pruebas de que se habían entregado por completo a las intrigas y planes del cónsul Saint-Denys.

Mella Castillo, quien había sido designado por la Junta encargado de la defensa de Santiago, ciertamente desconocía que Hérard había decidido retirarse debido a que en Haití se había dado un golpe de Estado que llevó al poder al anciano general Fhilipe Guerrier. Después que Hérard decidió marcharse el 7 de mayo, incendiando las villas que encontraba a su paso, Santana anunció “que entre dos o tres días marcho sobre Azua”, cuando esa ciudad estaba ya hecha cenizas.

Confrontación entre trinitarios y afrancesados

La guerra había cesado en Azua y en Santiago, pero en el seno de la Junta Gubernativa afloraron muy temprano las disidencias políticas entre afrancesados y trinitarios cuando, desde que el 8 de marzo, sus miembros firmaron la célebre nota de ese día, donde se establecía que el gobierno dominicano apoyaría una invasión francesa a Haití. Y lo que era peor, que en recompensa a la ayuda en material bélico y dinero que el gobierno francés prestaría al dominicano, éste cedería para siempre a favor de Francia la rica y estratégica península de Samaná.

Esa supuesta ayuda, los “socorros de ultramar”, jamás llegó al país, pero la petición hecha a través del cónsul Saint Denys sería el primer punto de conflicto al interior del gobierno colegiado donde los nuevos jefes afrancesados eran mayoría.

El segundo punto fue el desacato del general Santana a la presencia del general Duarte en Baní y su plan de ataque a finales de marzo. La alianza entre liberales y conservadores que hizo posible el golpe separatista del 27 de febrero empezó a resquebrajarse. Las relaciones entre ambos bandos políticos se hicieron más tirantes e irreconciliables. Babadilla con el poder político y Santana con el poder militar se asociaron a las intrigas que atizaba en la sombra el cónsul Saint Denys contra los jóvenes trinitarios.

En los primeros días de mayo el general Duarte expresaba a la Junta su deseo de ir al Cibao para acompañar la expedición que debía partir desde allí hacia el sur y atacar por la retaguardia a las tropas de Hérard acantonadas en Azua. Esa expedición sería dirigida por Mella Castillo, quien permaneció en Santiago entre marzo y julio de 1844 en labores políticas y militares. La solicitud del patricio a la Junta fue rechazada, tras considerar que “sus servicios eran más útiles en Santo Domingo”20.

Esa negativa revelaba las profundas contradicciones que separaban a los trinitarios de los afrancesados. La alianza táctica entre liberales y conservadores había llegado a su fin. La crisis se hizo más evidente el 26 de mayo, cuando la Junta convocó a una asamblea abierta e invitó al arzobispo Portes e Infante, a los comerciantes y personalidades de Santo Domingo. “En esta sesión Bobadilla leyó un comentado y combatido discurso con el cual pretendió inducir a sus oyentes a aceptar como conveniencia para la república el protectorado de Francia. Impugnado por Duarte, quien logró apoyo entre los asistentes, la propuesta de Bobadilla fue rechazada. Más el cónsul francés, habiendo enviado a la Junta otro escrito que contenía los términos en los cuales debía ser interpretado el convenio de protección…, amenazando con retirarse del país con sus compatriotas y sus buques de guerra estacionados en Santo Domingo, este documento fue aceptado por la Junta y firmado por sus miembros, a excepción del general J. Duarte que en esta ocasión dimitió como miembro de la Junta y del comando de la provincia de Santo Domingo”21.

La decisión de la asamblea dio origen a que el partido trinitario se decidiera buscar el poder político por la vía armada. El primer paso en ese sentido fue la comunicación que un grupo de 55 oficiales de la Fortaleza Ozama envió a la Junta, ahora presidida por José María Caminero, solicitando ascensos militares para los generales Duarte, Sánchez, Mella, Villanueva y el coronel José Joaquín Puello. La Junta respondió ese mismo día, 31 de mayo, con un “no ha lugar al aumento de grado” solicitado y sólo el coronel Puello fue ascendido al rango de general de brigada.

La solicitud de los oficiales tenía el propósito de controlar el estamento militar para luego limpiar la Junta de los elementos afrancesados. En efecto, el 9 de junio, considerado por Saint Denys “el 18 Brumario dominicano”, los principales oficiales trinitarios, con Duarte y Puello a la cabeza, decidieron dar un golpe militar, el segundo de la historia dominicana, eliminando de la Junta al “bando traidor", dirigido por Babadilla, Caminero, Abreu y Ruiz, quienes junto a Santana y a SaintDenys tenían como divisa enajenar el territorio dominicano.

A partir de ese momento la Junta pasó a ser controlada por los trinitarios y encabezada por Francisco del Rosario Sánchez. Una de las primeras decisiones de la nueva Junta fue ratificar a Duarte comandante militar de la capital, principal plaza del país, pero aún estaba pendiente la cuestión fundamental de cómo destituir a Santana del mando del ejército del sur.

Atendiendo a una distribución del trabajo político de los trinitarios, las actividades de Mella Castillo se concentraron, entre marzo y julio de 1844, en la laboriosa y próspera región norteña, donde cultivó las mejores de las relaciones con la gente de armas de toda la región, donde imperaba también, en aquellos días aciagos “una conflictiva situación política” entre rivales que apoyaban y combatían las gestiones del protectorado a favor de los franceses. Mella Castillo había informado a la Junta acerca de dicho antagonismo político, la cual tomó la decisión de nombrar el 18 de junio al general Duarte su delegado político en el Cibao, a fin de que intervenga “en las discordias intestinas y restablezca la paz y el orden necesarios para la prosperidad pública”22.

Según testimonios de Bobadilla, “Duarte…., había llegado a Santiago y presentado a las tropas por Mella, fue recomendado a ellas para que en su día lo tuviesen presente para la presidencia de la república, pero esta recomendación produjo vivas que terminaron con la aclamación de Duarte como presidente de la república (por Ignacio Contreras, ayudante de Mella Castillo), y el 19 de julio lo anunciaba Mella de oficio a la Junta manifestándole que había sido consecuencia del deseo que tenían los pueblos del norte de ver constituido un gobierno definitivo y que esos pueblos deseaban que esa pequeña porción de la república conociese los justos motivos que había tenido para tomar esa medida” 23.

Manuel de Jesús Galván calificó la proclamación presidencial a favor de Duarte de “extravío antidemocrático”, que “sin la previa convocatoria de los comicios”, sería “el primero de los actos de imposición del hecho sobre el derecho en la naciente república”, que dejó “siempre a cargo de los jóvenes patriotas de la capital el reproche de haber sido los verdaderos iniciadores de la desunión”.24 El autor de la novela Enriquillo parece haber ignorado los anteriores actos de insubordinación militar de su defendido, quien se negó a acatar una decisión de la Junta cuando ésta envió al general Duarte a Baní para concertar la forma de desalojar a las tropas haitianas estacionadas en Azua.

Otro acto de insubordinación, que Galván ocultó, ocurrió el 3 de julio, un día antes de la proclamación presidencial a favor de Duarte, cuando el ejército, instigado por seguidores de Santana, se negó a reconocer el nombramiento que la Junta hizo a favor del coronel Esteban Roca, para sustituir provisionalmente al general Santana de la jefatura de los ejércitos del sur. Ambos actos de fuerza, más las intrigas atizadas por el cónsul Saint-Denys para favorecer a los afrancesados, fueron, entre otros, los verdaderos factores inmediatos de la desunión.

Pero además, ¿no fue el atentado del 13 de julio un acto de fuerza por parte del ejército santanista? ¿Quién legitimó la usurpación del poder que se hizo como resultado de la insubordinación del ejército al poder civil representado en la Junta Gubernativa?

En opinión de Emiliano Tejera, se sustituía “un gobierno legítimo por otro nacido entre las vocerías de soldados ignorantes y fanatizados. Si el ejército vencedor el 19 de marzo tenía derecho a elegir un jefe supremo, un dictador, ¿por qué no iba a tenerlo también el ejército vencedor el 30 de marzo? Si las poblaciones del sudoeste de la república elegían, o se decía que elegían, un jefe supremo, ¿por qué no iban a poder elegir un presidente provisional las poblaciones del Cibao, más numerosas aún?”25.

El 'acto irreflexivo' que Galván reprocha a Mella Castillo fue la respuesta a los anteriores actos de fuerza del general Santana, cuyo nombre tomaba un auge creciente en la población y el ejército cibaeño. La batalla de Azua había iniciado el mito del guerrero invencible. Muy pronto empezaron a contarse de Santana las cosas propias de un héroe de epopeya. Mucha gente empezó a verlo como un ser providencial, enviado para la liberación del pueblo dominicano.

Mella Castillo conocía muy bien cómo los agentes de la reacción ganaban terrero en el norte del país. Desde la capital y desde el campamento de Baní, donde aún permanecía Santana, partían con frecuencia mensajeros secretos que traían y llevaban la correspondencia con que se atan los cabos del contragolpe que se preparaba en la sombra. En ese contexto, el prócer concibió el mejor de los planes: ante el creciente auge de Santana era preciso oponerle un hombre de talla eminente, de patriotismo intachable, de mayor prestigio moral e intelectual. Esa figura era Duarte. Nadie reunía más méritos que él para ocupar la presidencia. Había, pues, que proclamarlo presidente, y cuanto antes, mejor.

Era el momento de los actos decisivos, de las resoluciones supremas ante el vendaval que se aproximaba. Pero Duarte era también un demócrata. Pensaba que los sufragios de la mayoría del país, la consulta popular, lo confirmarían en tan alta investidura. Su vehemente deseo de no ver sucumbir su patria ante el poder francés, de evitar a cualquier precio la guerra civil y el régimen caudillista, lo empujó a la indecisión, a la vacilación, siempre funesta cuando las confrontaciones políticas alcanzan un punto donde no es posible retroceder, porque generalmente beneficia a los contrarios, más audaces y menos dispuestos a detenerse en pruritos morales o legales.

Federico García Godoy resumió de la siguiente manera aquella triste experiencia: “En la política radicalmente personalista que impera en muchas de estas sedicentes repúblicas, si se quiere triunfar hay que resolverse a tiempo, usar las mismas armas del contrario, jugar sin vacilaciones el todo por el todo, destruir si es posible al adversario antes que éste cobre la fuerza suficiente y nos aplaste. Esa es la triste enseñanza que se desprende de los hechos que a la consideración del observador suministra diariamente el régimen personalista que ha imperado y aún impera en no escasa parte de la América Latina. No de otro modo, para adueñarse del poder, han hundido y aún hunden su corvo pico en el cuerpo agarrotado de estas asendereadas nacionalidades... Lo mejor es apartarse de ese juego peligroso en que se arriesgan de continuo la libertad y la vida; pero ya uno en él, comprometido y obligado a permanecer, pensar de otra manera, confiar en la moderación y en la generosidad del vencedor, es casi siempre engañarse a sabiendas, declararse de ante mano derrotado. Y la derrota, en estos casos, es el camino que lleva a la proscripción y al patíbulo...".26 El plan concebido por Mella Castillo no fue secundado en la capital. Sánchez, todavía presidente de la Junta, le advertía a su compañero en carta personal del 5 de julio que las “exaltaciones tumultuarias” en el Cibao eran el preludio de la anarquía. José Joaquín Puello, por su parte, siendo el Comandante de Armas de la Plaza, se negó a atacar al ejército particular de Santana que regresaba desde el sur a consumar el contragolpe militar que muy pronto llevó a todos los trinitarios "'a la proscripción y al patíbulo".

La actitud contemplativa de ambos trinitarios, engatusados por las habilidades diplomáticos de Saint-Denys, quien incluso llegó a amenazar con retirarse del país si Santana era recibido con fuego, permitió al hatero seibano entrar sin ninguna dificultad a la capital el 12 de julio. Al día siguiente sus devotos soldados ocuparon militarmente toda la ciudad. Los oficiales de su ejército, reunidos en la Plaza de Armas, gritaban ¡Viva el general Santana! ¡Abajo la Junta! ¡Abajo los filorios!

La dictadura militar de Santana

Después de pasar revista a sus tropas, Santana leyó un discurso donde dejaba entrever sus intenciones de establecer la dictadura, pero fue disuadido por Saint-Denys de que lo aconsejable era guardar las apariencias y reorganizar la Junta, asumir su presidencia y sacar de ella a los elementos trinitarios, como en efecto ocurrió la tarde del 16 de julio.

¡Qué ironía de la vida! Justamente a los seis años de fundado, se iniciaba la desintegración del movimiento trinitario y se inauguraba también el período de predominio absoluto del hatero seibano en el seno de la Junta.

Debido a la rapidez con que se desenvolvían los acontecimientos y la precariedad de las comunicaciones internas, Duarte y Mella Castillo desconocían lo ocurrido el 13 de julio en Santo Domingo. Prueba de ello fue la carta que el segundo envió a la Junta el 19 de julio para informarle de la proclamación a favor de Duarte. La respuesta de la Junta, ahora presidida por Santana, fue la destitución del prócer de la comandancia del departamento de Santiago y la de Duarte en su función de delegado del gobierno.

Enterado de su destitución, el prócer trinitario decidió entonces venir a Santo Domingo el 28 de julio para aclarar su situación y al llegar a la ciudad fue apresado al igual que un grupo de sus compañeros, luego que Juan Isidro Pérez intentara matar a Santana. En esos días Duarte se encontraba en Pueblo Plata recibiendo las manifestaciones de apoyo a su proclamación presidencial, ignorando también lo ocurrido en la capital.

Mediante declaración del 22 de agosto, la Junta Gubernativa, controlada por el caudillo montaraz, resolvió declarar “traidores e infieles a la Patria” a Duarte, Sánchez, Mella Castillo, Pina, Gregorio del Valle, Evangelista Jiménez, Juan José Illas (venezolano) y Juan Isidro Pérez, decretando su expulsión del país para siempre.

Al enterarse de esta disposición, el patricio decidió esconderse en los campos de Puerto Plata para evadir la persecución, pero finalmente fue apresado y encerrado en la fortaleza San Felipe el 27 de agosto. Días después fue trasladado en un buque a Santo Domingo y el 10 de septiembre expulsado del país junto a los demás trinitarios y varios de sus familiares. Duarte fue enviado a la ciudad alemana de Hamburgo; Mella Castillo, Sánchez y Pina viajaron a la ciudad inglesa de Liverpool y los demás arrojados en Venezuela y Estados Unidos.

En los meses siguientes los afrancesados se propusieron organizar el gobierno y dotar a la república de una constitución política. En ese sentido se emitió un decreto mediante el cual se convocaban las asambleas electorales para elegir a los diputados que formarían la asamblea constituyente, redactora de la primera constitución. Los diputados electos se reunieron en la villa de San Cristóbal a partir del 21 de septiembre y concluyeron sus trabajos el 6 de noviembre. Santana, que ya era la primera figura del país, se sintió insatisfecho con el texto constitucional, argumentando que el poder político del nuevo Estado debía ser militar y no civil, dada la situación de guerra permanente contra los gobernantes haitianos. Surgió así una breve crisis entre los constituyentes y el hatero seibano, la cual se disipó tan pronto Bobadilla hizo incluir el famoso artículo 210 que legalizaba la dictadura militar. Santana quedó así electo primer presidente constitucional del país, por dos períodos consecutivos, de cuatro años cada uno y se disolvió la Junta Central Gubernativa.

Balance histórico de Santana

No se debe discutir que desde mediados de 1843, cuando salió al ruedo de la historia, hasta que encabezó el ejército que se dirigió al sur a combatir la invasión haitiana, el general Pedro Santana hizo significativos aportes a la lucha por la separación. Duarte le otorgó el grado de coronel, sabiendo que tenía cierta preparación militar, prestancia social y poder económico en la histórica villa de El Seibo. Era necesario atraerlo a la causa separatista, aunque luego condicionó su apoyo a que fuera nombrado jefe del ejército.

Días después del 27 de febrero de 1844 fue designado general de brigada, con la encomienda de ir al sur a combatir la nueva invasión haitiana encabezada por Charles Hérard. Tras la breve derrota del ejército invasor el 19 de marzo en Azua, Santana dispuso el repliegue de las tropas hacia los alrededores de Baní, una decisión que ha sido objeto de enconados debates entre sus críticos y sus seguidores. El retiro facilitó que tres días después de la famosa batalla, los invasores volvieran sobre Azua y la ocuparan hasta el 7 de mayo, cuando la abandonaron y la dejaron hecha cenizas.

Por su parte, Santana y sus tropas permanecieron inertes en su campamento banilejo, hasta los primeros días de julio, cuando regresaron a la capital. La inacción de Santana preocupó a la Junta Gubernativa de Santo Domingo, la cual tomó la decisión de enviar al general Juan Pablo Duarte, recién regresado al país, al mando de un ejército que tenía la misión de coordinar un plan de ataque contra el enemigo. Esa decisión del gobierno provisional fue desacatada por Santana, y Duarte y su estado mayor regresaron a Santo Domingo sin ver cumplidos sus anhelos de entrar en acción contra los intrusos.

Durante los casi cuatro meses de su ociosidad en Baní, Santana observó cómo las tropas del coronel Antonio Duvergé cerraban el paso a los invasores cada vez que intentaban reemprender su marcha a Santo Domingo, objetivo crucial que buscaba dejar sin efecto el golpe separatista. En varios lugares estratégicos, localizados entre Azua y Baní, Duvergé y sus valientes soldados hicieron morder el polvo de la derrota a los invasores, mientras Santana escribía cartas al presidente de la Junta, Tomás Bobadilla, las cuales revelan sus reales intenciones que eran acelerar las negociaciones secretas con el cónsul francés a favor de un protectorado.

Cuando cesaron los combates en Azua y en Santiago, florecieron las pugnas en el seno de la Junta Gubernativa entre trinitarios y afrancesados. Duarte no aceptó la idea del protectorado y cuando Bobadilla convocó una asamblea pública para discutir el tema, prefirió renunciar a su condición de miembro de la Junta y se dispuso buscar su control por la vía del golpe militar que se produjo el 9 de junio. Los trinitarios contralaron las decisiones del gobierno provisional hasta que Santana y su ejército de seibanos regresaron a Santo Domingo y dio un contragolpe que llevó a los trinitarios a la prisión y al exilio.

Así arribó Santana al poder político el 13 de julio de 1844. Gracias a su poder económico, pasó a dirigir el improvisado ejército dominicano y desde su jefatura se dio el lujo de desacatar órdenes superiores y sacar de la Junta a los trinitarios, a los cuales apresó y expulsó del país, acusándolos de ser "infieles y traidores a la patria".

Tan pronto desarticuló al movimiento trinitario, objetivo que no pudo lograr Charles Hérard en julio de 1843, se dispuso dotar al país de una primera Constitución, para lo cual dictó un decreto convocando las asambleas electorales que elegirían a 32 diputados encargados de discutir y aprobar la carta sustantiva de la nación. La constituyente, reunida en la apacible villa de San Cristóbal, concluyó sus labores el 6 de noviembre. En el nuevo texto constitucional se decía que el gobierno de la república debía ser civil, democrático y republicano, concepto que no resultó ser del agrado del general Santana. Entonces se negó a promulgar dicho texto y envió tropas para presionar la inclusión de un artículo adicional, donde se decía que el nuevo gobierno debía ser militar y no civil, en virtud del estado de guerra permanente contra las invasiones haitianas. De esa manera se negó a encabezar un gobierno democrático, estableciendo, en cambio una dictadura militar.

Santana fue elegido por los constituyentes como el primer presidente del país por dos períodos consecutivos, de cuatro años cada uno, y se disolvió la Junta Central Gubernativa. 

Sin embargo, Santana se vio forzado a renunciar en agosto de 1848, después haber enfrentado las invasiones haitianas de 1845, la oposición de la Iglesia católica y los intentos de algunos patriotas por derrocarlo. El 28 de febrero de 1845, un día después del primer aniversario del golpe separatista, ordenó el fusilamiento de María Trinidad Sánchez, primera heroína dominicana que junto a Nicolás de Bari, Andrés Sánchez y José del Carmen Figueroa crearon un movimiento para luchar por el retorno de los trinitarios. En marzo dispuso el destierro de la madre y las hermanas de Juan Pablo Duarte, tratando de darle otro golpe moral al fundador de la república. En mayo de 1846 envió una misión diplomática encabezada por Báez para gestionar un protectorado con Francia, Inglaterra o España, pues Santana siempre creyó que la existencia de la república era imposible sin la ayuda material de una potencia extranjera. En septiembre de 1847 dispuso el fusilamiento de los hermanos José Joaquín y Gabino Puello, acusados de conspiradores. Durante su dictadura militar ejerció censura a la libre expresión de las ideas e impuso restricciones al libre tránsito de la gente por el territorio nacional.

Por circunstancias adversas a su primer gobierno, renunció a la presidencia de la república, pero sin ceder jamás su control sobre el ejército que él había fortalecido, aprovechando el respiro que las confrontaciones políticas en Haití dieron a los dominicanos. Le sustituyó en la presidencia el general Manuel Jimenes, quien decretó una amnistía general a favor de los trinitarios exiliados. El gobierno de Jimenes se mostró incapaz de enfrentar la nueva invasión haitiana encabezada por Faustin Soulouque en abril de 1849. Debido a la desesperación vivida en Santo Domingo por el avance arrollador de las tropas haitianas, que la resistencia encabezada por el general Duvergé en el sur no pudo detener, el Congreso se reunió de urgencia e hizo un llamado al general Santana, que descansaba en su finca de El Seibo, a ponerse al frente del grueso del ejército dominicano que fue concentrado en el cruce del río Ocoa, en un lugar llamado Las Carreras, donde el invasor fue derrotado en forma humillante. El triunfo militar de Santana en esa batalla lo hizo recobrar su aureola de soldado invencible, mientras el ejército lanzó un manifiesto desconociendo el gobierno de Jimenes, quien decretó su destitución, pero el Congreso, de mayoría santanista, lo repuso en la jefatura del ejército vencedor que marchó a la capital y depuso al presidente Jimenes. Las confrontaciones políticas terminaron con la salida de Jimenes al exilio, mientras Santana recuperaba el poder político por segunda vez. En su breve mandato dispuso que el Congreso eligiera un nuevo presidente, resultando ser Santiago Espaillat, quien se negó a ejercer el cargo porque no quería ser un títere del jefe del ejército. Hubo que volver a elegir un nuevo presidente en agosto, que resultó ser Buenaventura Báez, presidente del Congreso y principal responsable de la rehabilitación política de Santana, quien volvía al retiro pero sin renunciar a su reconocida jefatura militar.

Se observa que durante la crisis política de 1849 Santana se dio el lujo de señalar a dos candidatos para presidente. Ello revela que, no obstante alejarse de la presidencia, conservaba aún su fama y su poder que crecía cada vez que volvían las invasiones militares haitianas que tanto ayudaron a crear entre los dominicanos un sentimiento de antipatía, de rechazo a los gobernantes del vecino país que insistían en la unificación forzosa de dos pueblos tan diferentes. Báez gobernó favorecido con la tregua por varios años que los cónsules extranjeros en Santo Domingo lograron con el gobierno de Soulouque. Durante su primer gobierno vio fortalecer su liderazgo, lo que despertó los recelos del general Santana y sus seguidores. Al concluir su mandato en febrero de 1853 sobrevino la ruptura definitiva entre Báez y Santana. Ya antes, Bobadilla y su hermano habían roto sus relaciones con el déspota. Los tres cabecillas del sector afrancesado se habían separados para siempre. Entonces surgieron las confrontaciones Báez-Santana y sus seguidores, incluyendo a reconocidos intelectuales parcializados con uno u otro bando político. Las acusaciones y contra acusaciones entre ellos se hicieron virulentas y muchas "verdades" del pasado reciente empezaron a ser conocidas mediantes opúsculos, folletos, manifiestos, proclamas y artículos publicados en los periódicos de la época, arrastrados también a las pugnas entre ambos caudillos.

Santana sustituyó a Báez en la presidencia porque era el único que en 1853 tenía capacidad para reemplazarlo. En su tercer mandato continuaron las confrontaciones con el bando baecista, volvió a chocar con la Iglesia católica, expulsó a varios sacerdotes, envió a Mella Castillo a Madrid a gestionar el reconocimiento de la república que Francia, Inglaterra y Estados Unidos ya habían reconocido. En esos años se notó la presencia de los Estados Unidos de América en la vida pública dominicana, situación que intranquilizó a España y la impulsó a reconocer la independencia dominicana en febrero de 1855. Desde el Congreso, Santana empezó a sentir la firme oposición a su forma despótica de gobernar y las demandas de reformas a la constitución se hicieron sentir, especialmente contra el famoso artículo 210 del primer texto constitucional que legalizó la dictadura militar de Santana. En febrero de 1854 se aprobó un nuevo texto constitucional, de tendencia liberal, pero el déspota se sintió inconforme con dicha reforma y después de mucho trajinar volvió a presionar al Congreso para que revisara la reforma y aprobara una constitución conservadora que serviría de inspiración política a los futuros caudillos conservadores y anexionistas. El 11 de abril de 1855 Santana ordenó el apresamiento y fusilamiento del "centinela de la frontera", del azote de los haitianos, el general Antonio Duvergé, de sus dos hijos, Alcides y Daniel; de Tomás de la Concha, Juan María Imbert y de Pedro José Dalmau, acusados de tramar contra su gobierno. Entre diciembre de 1855 y enero de 1856 se libraron las últimas batallas militares contra los haitianos. En los campos de Las Matas de Farfán, Neiba y Dajabón quedó sepultada para siempre la idea de la unificación política de la isla. Nuevamente Santana movilizó el ejército y lo concentró en Azua y desde allí despachó tropas para enfrentar y derrotar a los soldados del intrépido Faustin Soulouque, el último de los gobernantes haitianos que insistió con su alocada guerra contra los dominicanos. El tercer gobierno de Santana se vio envuelto también en las nacientes pugnas entre España y EE.UU. por la hegemonía en las Antillas. En medio de los últimos combates contra los haitianos arribó a Santo Domingo el cónsul español Antonio María Segovia. Vino con la clara intención de presionar la salida del poder de Santana para favorecer a Báez que se encontraba exiliado en Saint Thomas.

Después de muchas artimañas, presiones, injerencias, renuncias y sustituciones, Báez regresó al país y subió al poder por segunda vez en octubre de 1856. Entonces vinieron las venganzas de los baecista contra los santanistas. Santana fue expulsado del país en enero del año siguiente, pero regresó en agosto de 1857 cuando fue favorecido con una amnistía, dada por el gobierno provisional de Santiago encabezado por el general José Desiderio Valverde. Al iniciarse la revolución cibaeña contra el fraude monetario del presidente Báez, Santana se dispuso auxiliar al general Franco Bidó y sus tropas que habían cercado a Santo Domingo para derrotar las tropas leales del Gobierno. La guerra civil se estancó por unos meses, hasta que los cónsules empezaron su mediación que concluyó con la derrota y salida de Báez del país en junio de 1858. Durante los meses del conflicto armado Santana empezó a reclutar a su gente y reorganizó su ejército y cuando se sintió con fuerza suficiente, viendo que Báez y sus más cercanos colaboradores volvieron al exilio, dio un golpe de Estado en julio al gobierno de Santiago, cuyo presidente intentó resistir este acto de ingratitud y deslealtad del hombre que había favorecido con la amnistía. Todo el ensayo por tener un primer gobierno democrático en el país se vino abajo.

De vuelta al poder, Santana derogó la Constitución democrática aprobada en Moca por los patriotas cibaeños y puso en vigencia la "Constitución oligárquica" de diciembre de 1854. En lo adelante se enfocó en hacer realidad su viejo sueño anexionista, para lo cual envió a España una misión en busca del protectorado o la anexión. Santana no sentía ningún amor por la patria. Cuando aceptó contribuir en la lucha separatista lo hizo por su arraigado sentimiento antihaitiano. Es probable que las incursiones de los negros del oeste, que vivían atacando los pueblos fronterizos desde que Toussaint Louverture vio fortalecer su poder frente a los poderes extranjeros que combatió, crearan en las familias que abandonaron la comunidad de Hincha a principios del siglo 19 ese sentimiento de antipatía que se expresó con fuerza en la villa de El Seibo, desde los primeros años de la ocupación haitiana, cuando se iniciaron allí las primeras conspiraciones. Los hermanos Santana serían después apresados y humillados en los días en que Hérard invadió a Santo Domingo. Meses después se decidió a contribuir con el golpe separatista y las batallas que vinieron después, pero muy pronto se asoció al bando político de los afrancesados que no creía viable el establecimiento de una república libre, soberana e independiente de toda dominación extranjera. Cuando arribó al poder político lo hizo por medio de un contragolpe militar y estableció la dictadura. Jamás aceptó una constitución democrática porque su ambición de poder y su carácter tosco eran incompatibles con la tolerancia política. Su cadena de fusilamientos de patriotas distinguidos la inició al año siguiente de la separación y no la detuvo hasta el último día de su cuarto gobierno. 

Después del 18 de marzo de 1861, cuando anunció la muerte de la República, vinieron las protestas y las rebeliones armadas contra el acto anexionista. Los fusilamientos de José Contreras, Cayetano Germosén, Ynocencio Reyes y la del prócer Francisco del Rosario Sánchez y sus 21 compañeros de armas, revelaron hasta dónde calaron sus instintos criminales. Pocas veces encontraremos en la historia un personaje tan servil, que dejó de ser presidente de la república para convertirse en un gobernador de provincia ultramarina. En el ejercicio de su nueva y degradada función se dio cuenta que debía obedecer a otros jefes superiores, entrando en conflictos y desacatos con sus nuevos amos. Entonces presentó su renuncia y la reina de España, para apaciguar su angustia, le otorgó una pensión y un título nobiliario, pero aun así no pudo normalizar su estado depresivo. Al retirarse a la villa oriental, después que fue derrotado por Gregorio Luperón en la batalla militar de Bermejo, fue llamado a venir a la capital, donde fue detenido por el general José de la Gándara y cuando supo que sería enviado a La Habana, donde sería juzgado por un tribunal de guerra por sus reiterados actos de desobediencia, murió repentinamente en su casa de Santo Domingo. Muchas conjeturas se hilvanaron después sobre las causas de su muerte, pero su triste final debió ser una lección histórica a los lacayos que jamás creyeron en la viabilidad de la república.

Conclusión

Al evaluar la trayectoria histórica del general Pedro Santana y llevarla a los platillos de la balanza, es evidente que la parte negativa, vista desde la función social de la historia y el rol de los historiadores, tiene un mayor peso que la parte positiva. La historia y los historiadores estamos comprometidos en resaltar los valores de los grandes hombres, sus ideas humanísticas y sus hojas de servicio, desde que empiezan a sobresalir hasta el último respiro de vida.

Santana empezó bien, pero muy pronto asumió el desacato, el golpismo, la represión, la intolerancia, el despotismo sangriento, la corrupción del erario, el proteccionismo y el anexionismo.

Sus restos no deben permanecer al lado de los patriotas que él ordenó fusilar, sino en la iglesia seibana donde se encontraban cuando fueron exhumados y llevados al Panteón Nacional.

Notas

  1. Tema presentado en el Fórum “Pedro Santana: ¿dentro o fuera del Panteón Nacional?”, organizado por la Escuela de Historia y Antropología de la UASD, Santo Domingo, 15 de octubre de 2018. Retrabajado para Ecos.
  2. Profesor titular de la Cátedra Historia Dominicana de la Escuela de Historia y Antropología de la UASD, doctor en Historia y autor de numerosos libros. Miembro Correspondiente Nacional de la Academia Dominicana de la Historia.
  3. Academia Dominicana de la Historia. Controversia histórica, polémica de Santana. Prefacio y notas de Velitio Alfau Durán. (Santo Domingo: Editora Montalvo, 1968.) Esta obra es fundamental para conocer los pro y los contra sobre la vida de Santana y su participación en los hechos ocurridos entre 1843 y 1864.
  4. Ibíd.
  5. Dichas contestaciones se reproducen íntegras en la obra de Manuel de Jesús Goico Castro, Santana y sus apologistas, (Santo Domingo. Imprenta Compostela, 1978), 51-108.
  6. Ibíd. Paréntesis de FCS.
  7. Alcides García Lluberes, Duarte y otros temas, (Santo Domingo: Editora del Caribe, 1971), 41-42. Paréntesis FCS.
  8. Léase el documento 4 en la obra de E. R. Demorizi: En torno a Duarte (Santo Domingo: Imprenta Compostela, 1970), 294.
  9. Citado por Gustavo Adolfo Mejía Ricart en: Biografía del caudillo Pedro Santana (Santo Domingo: Editora Alfa y Omega, 1980), 17.
  10. Rodríguez Demorizi, Guerra domínico-haitiana (Ciudad Trujillo: Impresora Dominicana, 1957), 29-38.
  11. Una relación bastante detallada de estos primeros combates en la región sur contra las avanzadas militares haitianas es narrada por el general Ramiro Matos González en Las campañas militares de la independencia dominicana... (Santo Domingo: Edita-Libros, 1981), 17-26.
  12. José Miguel Soto Jiménez. Las campañas militares de la independencia... (Santo Domingo: Edita-Libros, 1981), 30.
  13. Los cronistas haitianos aportan cifras muy discutibles con relación al número de soldados muertos y heridos en la batalla. Dorveles-Dorval, quien combatió en Azua, estimó las bajas haitianas en “30 muertos y numerosos heridos” y el historiador Thomas Madiou, quien vivió en esa época, los aumentó a 50. Según Soto Jiménez, “una carta del cónsul inglés, destacado en Puerto Republicano (hoy Port-au-Prince, FCS), le atribuye de 200 a 300 bajas, entre muertos y heridos”. Ibíd., 34.
  14. Ver opúsculo publicado por Báez en Saint Thomas en 1853, reproducido por Rodríguez Demorizi en Documentos para la historia de la República Dominicana, vol. I, (Ciudad Trujillo: Editora Montalvo, 1941), 308.
  15. Ver: Controversia histórica, 11-22. Paréntesis FCS.
  16. Rodríguez Demorizi, Guerra domínico-haitiana..., 93.
  17. Ibíd., 101, 123 y 124.
  18. Ibíd., 122. Ver nota 32 al pie de página. Paréntesis FCS.
  19. Ibíd., 123. Paréntesis FCS.
  20. Ibíd., 121-122.
  21. Víctor Garrido, Política de Francia en Santo Domingo...Editora del Caribe, 1962), 45-46.
  22. Rodríguez Demorizi En torno a Duarte (Santo Domingo: Editora Taller, 1976), 17.
  23. Citado por Rodríguez Demorizi en: “Noticia biográfica de Mella”, Homenaje a Mella (Santo Domingo: Editora del Caribe, 1964), 40. Paréntesis FCS. 
  24. Manuel de Jesús Galván, "Mella y Santana" en: Homenaje a Mella, (Santo Domingo: Editora del Caribe, 1964), 36.
  25. Emiliano Tejera. "Duarte y Mella" en: Homenaje a Mella Editora del Caribe, 1964), 42.
  26. F. G. Godoy. "Mella en Santiago" en: Homenaje a Mella Editora del Caribe, 1964), 105-110. Cursivas FCS.

Referencias

Academia Dominicana de la Historia. Controversia histórica. Polémica de Santana. Prefacio y notas de Vetilio Alfau Durán. Vol. XXIV. Santo Domingo: Editora Montalvo, 1968.

______. Homenaje a Mella. Vol. XVIII. Santo Domingo: Editora del Caribe, 1964.

Garrido, Víctor. Política de Francia en Santo Domingo (18441846). Publicaciones de la ADH, Vol. XI. Santo Domingo: Editora del Caribe, 1962.

García Lluberes, Alcides. Duarte y otros temas. Publicaciones de la ADH. Vol. XXVIII. Santo Domingo: Editora del Caribe, 1971.

Goico Castro, Manuel de Jesús. Santana y sus apologistas. Santo Domingo: Imprenta Compostela, 1978.

______. En torno a Pedro Santana. Santo Domingo: Imprenta Compostela, 1970.

Matos González, Ramiro y José Soto Jiménez. Las campañas militares de la independencia dominicana, 1844-1856. Santo Domingo: Edita-Libros, 1981.

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Rodríguez Demorizi, Emilio. Guerra domínico-haitiana. Documentos para su estudio. Ciudad Trujillo: Impresora Dominicana, 1957.

Rodríguez Demorizi, Emilio. En torno a Duarte. Publicaciones de la ADH. Vol. XLII. Santo Domingo: Editora Taller, 1976.

______. Documentos para la historia de la República Dominicana. Vol. I. Ciudad Trujillo: Editora Montalvo, 1941.