Santo Domingo,
7 de octubre de 1956
Señor Don Rafael Herrera, Jefe de Redacción de El Caribe, Ciudad.
Distinguido escritor y amigo:
He vuelto la mirada atrás y releído importantes documentos, con ánimo de complacerlo a usted respondiendo a la encuesta abierta en El Caribe a cerca del general don Pedro Santana, “figura discutida con apasionamiento tanto por sus detractores como por aquellos que han tomado a su cargo la defensa”. Presumen en El Caribe que “el paso de los años” y “diligentes investigaciones históricas… permiten que se produzca un juicio más sereno acerca de la personalidad del general Santana”. “Este diario pide juicio acerca de la actuación militar y política del general Santana y su influencia en la historia patria”.
En el vecindario de la encuesta se proyecta “el binomio (Duarte Santana)” y dizque “los que escribieron en contra son adocenados”.
Es presumible suponer que pedir una revisión de juicios y colocar entre detractores a tantos y tan importantes personajes, que expresaron opiniones adversas a la conducta del general Santana, no establece inicial criterio.
Los méritos de aquel gran militar culminan en la Batalla de Las Carreras dirigida por él, y no recuerdo que nadie le niegue en cuanto a ese triunfo las alabanzas. Al político y al mandatario de guerra, valido de los cuales maltrató o mató a cuantos pudo, se recuerda con sobresalto el fusilamiento de María Trinidad Sánchez y otros más, como celebración del primer aniversario de la independencia de la república; el del prócer Gabino Puello y de Joaquín Puello, “el héroe de La Estrelleta”, el de Gabino Richiez, con verbal orden de que la ejecución fuera presenciada por esposa e hijos, el de Antonio Duvergé, considerado por muchos como antemural de los dominicanos durante un lustro en la frontera del sur. El exterminio de Francisco del Rosario Sánchez, herido de gravedad, y del brillante orador y jurisconsulto Benigno del Castillo y 18 próceres más, deben correr por cuenta de él, sino de España: cuando se efectuó aquella, matanza ya él era español. Sus anteriores acciones, si quedaron circunscritas en el marco de la política interna, fueron el resultado de su manera de mandar, o gobernar, y cada cual las apreciará según los dictados de su conciencia, sin olvidar tiempo, motivo y circunstancias.
Cuando se estudia el caso de un Pedro Santana extranjerizado, indefectiblemente se ha de pensar en los que la encuesta de El Caribe coloca entre detractores. El primero que se distingue incitando al país a repudiar la anexión de la república a la corona de España, meses antes de su realización (enero de 1861) es Francisco del Rosario Sánchez. Fue oportuno alertar. Alumbra y ahora no permite alegar que el general Santana procedió por ignorancia. Él era presidente de la república. Ante el altar de la patria y con el brazo extendido sobre los santos evangelios, había jurado defender la independencia de la república y, cuando olvidado de su juramento la estaba entregando a una potencia extraña, Sánchez protesta y lo califica de traidor. El calificativo se reiteró bajo las firmas del mismo Sánchez y José María Cabral, y se ilustró con el exterminio de Sánchez y 19 compañeros en “el calvario” de San Juan de la Maguana.
El gobierno de la nación en armas confirma (Decreto No. 773) —25 de diciembre de 1863— que “El general Pedro Santana se ha hecho culpable del crimen de alta traición, enajenando a favor de la corona de Castilla la República Dominicana contra el texto expreso de la ley fundamental”; pone fuera de la ley al general Pedro Santana y ordena “el jefe de tropa que lo apresare lo hará pasar por las armas”. Al pie del categórico documento están las firmas del vicepresidente de la república Benigno Filomeno Rojas, de Ramón Mella; Ulises F. Espaillat, Máximo Grullón y otros defensores de la independencia. Concuerdan con Sánchez y los firmantes del decreto, sustancialmente, nuestros principales restauradores, pero se anularon los testimonios de Félix María Del Monte y Manuel María Gautier por su ulterior afán, costoso en dinero y sangre, de anexarnos a los Estados Unidos de América; y no sé si ha dejado de ser válido el de Pedro Fco. Bonó, expresado en terso y razonado estilo.
Para juzgar al general Santana no parece que se deban mantener los juicios de los españoles que en parte contribuyeron a la anexión, ni el de los civiles que la aplaudieron y menos el de los que apelaron por imponerla. La opinión de Gándara contra Santana es la de un violento odiador. Serrano es cómplice que lo recomienda para que se le otorgue un título nobiliario y cuando lo conoce personalmente y cunde la protesta en nuestro país, recapacita, comprende que se desvanecen con la ganancia fácil las ambiciones de gloria, se arrepiente y entonces ve el monstruo en el Marqués de Las Carreras y lo cree tan malo que ni se atreve a escribir todo lo que piensa y ha sabido de él. Hasta comisiona a uno de su confianza para que vaya, con carta en mano, y lo describa ante Isabel II. El testimonio de los grandes nuestros, el de don José G. García, observador, historiador y prócer, sí es de calidad imponderable.
Quedan, imperturbables, en su ganado reposo los ilustres muertos. Averigüemos en qué lógica y nuevo descubrimientos podría apoyarse la conjetura de que la república se les regaló a España por un respetable sentido de hispanidad y amor a las viejas y arraigadas tradiciones.
Desde proclamarse la independencia de la república se habían formado aquí dos tendencias, divergentes en principio y concurrentes en la finalidad de separarnos de Haití. Sánchez señala la discrepancia en célebre carta a Duarte urgiendo que busque medios para que los trinitarios se anticipen en la acción a los afrancesados. Santana perteneció a este último grupo, al cual se incorporó pronto. Con el respaldo del general Santana triunfan los afrancesados y expulsan del país “a perpetuidad” a los trinitarios. Desde antes de formar gobierno gestionan públicamente el protectorado de Francia. Como afrancesado le escribe desde Baní el general Santana a Bobadilla en mayo de 1844 para que active en ese sentido las diligencias. Don Tomás Bobadilla es un vocero de su primera administración cuando ante la Asamblea Constituyente de San Cristóbal declara que “Duarte, lejos de haber servido a su país, jamás había hecho otra cosa que comprometer la seguridad y las libertades públicas”. El designio se mantiene y renueva en 1854 (misión Francia del ministro de Rs. Exteriores Pedro Eugenio Pelletier). Por mandato del presidente Santana Pelletier “reiterará al gobierno de S. M. Imperial (un Bonaparte) “los sentimientos que el general Santana ha tenido siempre a favor de Francia y pondrá en su conocimiento que estos sentimientos quedan siempre los mismos”.
Pueden desestimarse, por aleatorios, la inclinación a la Gran Bretaña y el coqueteo con los Estados Unidos de América, que acaso fuera ardid de gobernante para conseguir recursos y sortear dificultades políticas.
Aunque la hispanofilia dominicana se mantuvo viva a lo largo de los años, es en 1856 cuando España interviene en nuestras intrigas (Matrícula de Segovia) en pugna con el general Santana a quien consigue apartar del mando de la nación. Pero según el documento que encontró en Roma el activo y afortunado investigador don Emilio Rodríguez Demorizi, todavía el 24 de octubre de 1859 (última administración de Santana) se le manifiesta al señor Cónsul de S. Majestad Sarda la intención que tenía el gobierno de “pedir el protectorado de esta república al gobierno de su Majestad Sarda”, (V. E. R. Demorizi: Relaciones domínico-españolas, pág. 301, Edit. Montalvo, 1955).
El partido gobernante, en continuo desvanecimiento de fe en la independencia de la república y sin consulta plebiscitaria, realiza la anexión a España mediante oficiales pronunciamientos.
Desvirtuado el sentido de hispanidad como causa verdadera, queda por comprobar si es buena la afirmación del miedo a Haití, de que el temor de que Haití nos venciera y anulara la independencia de la república fue la causa verdadera.
Para amansar al haitiano y obligarlo a que se estuviera quieto mirándonos desde el lado allá de la frontera, contrató nuestro gobierno (primera administración de Buenaventura Báez) coroneles y capitanes de la escuela de Saint-Cyr que vinieran a instruir a los oficiales en la técnica militar francesa. La legendaria valentía del guerrillero dominicano, hasta entonces práctica, adquirió así pericia tal que para atajar la última invasión de Soulouque y erradicar sus ambiciones nuestros generales discurrieron escoger y escogieron las sabanas de Santomé, Sabanalarga y Jacuba y los claros llanos de Cambronal en donde se libraron las batallas definitivas y materialmente fueron diezmados los ejércitos de Haití. Hasta entonces, con las excepciones de la batalla de Estrelleta, dirigida con pericia por Joaquín Puello, y el combate de Beler, comandado por el técnico Pelletier, que estudió milicia en Francia, nuestros sagaces guerreros se batían y ganaban a la defensiva, aprovechando obstáculos naturales, lo cual en vez de restar confirma el relieve de su carácter. Carecían de oficiales competentes que con rápida comprensión y eficacia ejecutaran sus órdenes. La Fuente y el Rodeo, el caserío de Azua y la ciudad de Santiago de los Caballeros (1844); los cerros de El Número y los cascajales del río Ocoa, en Las Carreras, ilustran y ponen en alto el buen juicio de nuestros generales y permiten imaginar que no fiaron a la casualidad la suerte de los ejércitos y el destino de la república.
Cuando las invasiones de 1855 y 1856, ¿en qué combate, en qué encuentro no fue el haitiano vencido?... Bueno… que anulado el emperador Soulouque, encumbrado en la presidencia haitiana el general Geffrard y convenida la tregua, el desacreditado Valentín Alcántara de trastienda ayudaba a Domingo Ramírez y a Luciano Morillo a urdir conspiraciones. Pretender que se acepte esa írrita versión como causa justificativa y suficiente de la anexión a España, implica un desprecio absoluto al sentido común de los dominicanos.
Gándara viene, pelea, se admira, y llega a la exaltación ponderando la destreza de los oficiales que se batían a sus órdenes en la campaña del sur: “son bravos hasta la temeridad, incansables en la faena, vigilantes, sobrios… aquellos hombres constituían los ojos de mi división. Por ellos salía yo incólume de situaciones intrincadas: fueron mi mapa seguro y exacto… eran antorcha y escudo”. Se explica por qué el mismo Gándara, cuando intenta invadir al Cibao desde Montecristi, fracasa frente a la pericia dominicana. Fracasan escogidos guerreros españoles queriendo invadir desde Puerto Plata, y fracasan Santana y ellos forcejeando en la pretensión de avanzar desde Guanuma. Se sostenían los españoles en lugares cercanos al mar, favorecidos por numerosos barcos de guerra y disponiendo de recursos de que los criollos carecían. Sería ignorancia y ligereza aceptar que fuimos entregados a España por miedo de que el vecino Haití, inferior al imperio español, nos anulara.
Traición… Error… no importa el calificativo: el hecho no ha cambiado su elocuencia. La guerra por restaurar la soberanía de la república —guerra civil feroz en guerra de independencia— fue más costosa en vidas y de peores consecuencias que las luchas por separarnos de Haití. El incendio de Santiago de los Caballeros, ciudad entonces la más importante de la nación, la destrucción parcial de Puerto Plata, de Baní y de Barahona, ruina de los cultivos y de la ganadería que constituían la naciente riqueza dominicana, muerte o manquera de los jóvenes más aptos y de halagüeño porvenir, orfandad numerosa y el éxodo de varones principales yéndose a España y Cuba con sus familias, pesan y pesarán más que los prestigios de un militar.
El motivo de la anexión podrá exprimirse y ser sujeto de interpretaciones; pero ni juicio de misericordia ni ánimo blando, sin universal ceguera, alcanzarán a trastornar valores fundamentales. El general Santana murió marqués, murió siendo extranjero y un extranjero no puede sustituir a Sánchez, que fue el primero en la restauración de la República Dominicana. Su atto. amigo,
Sócrates Nolasco