I
“¡Crear dos, tres… muchos Vietnam, es la Consigna!” Tal fue el título del último mensaje enviado por el Che a los revolucionarios de todo el mundo (a través del Secretario de la OSPAAL), en abril de 1967. En algunos de los párrafos de este mensaje, el Che planteaba:
“Cuando analizamos la soledad vietnamita nos asalta la angustia de este momento ilógico de la humanidad” (…)
“ América, continente olvidado por las últimas luchas políticas de liberación, que empieza a hacerse sentir a través de la Tricontinental en la voz de la vanguardia de sus pueblos, que es la Revolución Cubana, tendrá una tarea de mucho relieva:
la de la creación del Segundo y Tercer Vietnam del mundo”.
“El elemento fundamental de esta finalidad estratégica será, entonces, la liberación real los pueblos; liberación que se producirá a través de la lucha armada, en la mayoría de los casos, y que tendrá, en América, casi indefectiblemente, la propiedad de convertirse en una Revolución Socialista”.
“Hay que llevar la guerra donde el enemigo la lleve (…) y que se desarrolle un verdadero internacionalismo proletario; con ejércitos proletarios internacionales, donde la bandera bajo la que se luche sea la causa sagrada de la redención de la humanidad, de tal modo que, morir bajo las enseñas de Vietnam, de Venezuela, de Guatemala, de Laos, Guinea, Colombia, Brasil, para citar sólo los escenarios actuales de la lucha armada, sea igualmente glorioso para un americano, un asiático, un africano y, aun, un europeo”.
“Sinteticemos así nuestras aspiraciones de victoria: destrucción del imperialismo mediante la eliminación de su baluarte más fuerte, el dominio imperialista de los Estados Unidos de
Norteamérica (…)
“Eso significa una guerra larga (…) y cruel”.
“¡Cómo podríamos mirar el futuro luminoso y cercano, si dos, tres, muchos Vietnam florecieran en la superficie del globo (…) con su heroísmo cotidiano, con sus golpes repetidos al imperialismo, con la obligación que entraña para este, dispersar sus fuerzas, bajo el embate del odio creciente de los pueblos del mundo!
“Y si todos fuéramos capaces de unirnos, para que nuestros golpes fueran más sólidos y certeros, para que la ayuda de todo tipo a los pueblos en lucha fuera aún más efectiva, ¡Qué grande sería el fututo, y qué cercano!
“Si a nosotros, los que en un pequeño punto del mapa del mundo cumplimos el deber que preconizamos y ponemos a disposición de la lucha este poco que nos es permitido dar: nuestras vidas, nuestros sacrificios… nos tocará alguno de estos días lanzar el último suspiro sobre cualquier tierra, ya nuestra, regada con nuestra sangre, sépase que hemos medido el alcance de nuestros actos y que no nos consideramos nada más que elementos en el gran ejército del proletariado (…)
“Toda nuestra acción es un grito de guerra contra el imperialismo y un clamor por la unidad de los pueblos contra el gran enemigo del género humano: los Estados Unidos de Norte América. En cualquier lugar que nos sorprenda la muerte, bienvenida sea, siempre que ese grito de guerra, haya llegado hasta un oído receptivo, y otra mano se tienda para empuñar nuestras armas, y otros hombres se apresten a entonar los cantos luctuosos con tableteo de ametralladoras y nuevos gritos de guerra y de victoria”.
II
Es bien sabido que a partir de enero de 1959, en Cuba se desarrolló una inmensa revolución que estremeció los cinco continentes. En especial el latinoamericano. Esa revolución tuvo un desarrollo en extremo singular, único en el mundo.
Para años anteriores al triunfo de la revolución de 1959, la burguesía cubana venía arrastrando una gran frustración en su desarrollo posible y en la relación con el capitalismo e imperialismo norteamericano. Esa frustración se remota, incluso, a los años de la primera guerra de independencia de 1868, cuando la respuesta de los Estados Unidos a las iniciativas que se desarrollaron al interior de la Cámara de Representantes de la República en armas fue, precisamente, indiferencia y apoyo al dominio español sobre Cuba. En momentos en que España ensangrentaba y arruinaba el suelo y la sociedad cubana, la élite cubana de entonces pensaba que España nunca los hubiera podido derrotar si los Estados Unidos no hubieran empeñado su poder en mantener el estatus colonial de la isla.
Este encono y frustración de la élite cubana de entonces, con el capitalismo norteamericano, se incrementó cuando la política arancelaria de Washington precipitó el colapso de la industria azucarera cubana, que para las últimas décadas del siglo XIX se había constituido en la base de toda la economía, precipitando a Cuba hacia el monocultivo.
Para 1898, en la segunda guerra de independencia, los patriotas cubanos vencieron el ejército español. Con la ocupación norteamericana de Cuba, y luego, con la imposición de la enmienda Platt, impuesta a la Carta Magna, se permitía al naciente imperialismo norteamericano mediante la intervención militar, imponer tratados económicos y mantener bases militares en Cuba. Los sectores más politizados de la burguesía se hicieron antinorteamericanos, encontrando en Martí una fuente de inspiración que mantendrían a su manera y conveniencia. Hasta el triunfo revolucionario de 1959, e incluso, acomodadamente, hasta el día de hoy.
A diferencia de muchos de los países sudamericanos que pudieron disfrutar de medio siglo de independencia republicana antes de que los Estados Unidos desarticularan la soberanía de cada uno de ellos, en Cuba, la república independiente surgida de la segunda guerra de independencia, se parecía más a una simple agencia de dominación colonial que a un Estado soberano.
Para los años de 1930 y siguientes, Cuba era un país con uno de los mejores sistemas telefónicos y telegráficos de América; tenía 37,000 vehículos de motor, la emisora de radio más potente de América; ocupaba los primeros lugares en vías férreas y carreteras, y constituía uno de los países técnicamente más avanzados de América.
No obstante, la incidencia del capital norteamericano había distorsionado el sistema económico y social del país. Con casi doscientos ingenios, lo que imponía un monocultivo en toda la isla, el capital norteamericano poseía la mayoría, moliendo el 70% de toda la azúcar demandada por Estados Unidos. 250,000 trabajadores de la industria azucarera, que constituía el grueso de los obreros industriales, sólo trabajaban 100 días al año, arrastrando el resto del tiempo una vida de extrema misérrima. El capital norteamericano poseía el 25% de las tierras cultivables y, junto a los demás grandes propietarios, imponía un sistema de posesión de tierras injusto y empobrecedor. Cuba importaba casi el 50% de los alimentos que consumía. La Habana y los gettos alrededor de los ingenios y establecimientos mineros norteamericanos, así como el tipo de turismo y el juego, se convirtieron en un espejo del American Way of Live, mientras el grueso de los campesinos y obreros llevaban una vida misérrima. De 2,500 médicos, sólo 268 ejercían en las zonas rurales y un porcentaje muy pequeño en las ciudades del interior. La Habana concentraba el 60% de las fábricas, el 67% de las exportaciones y 60,000 empleados públicos.
Tal era el modelo económico y los contrastes sociales impuestos por el imperialismo a Cuba, constituyendo una fuente de descontento mayor que cualquier labor realizada por los partidos que combatían aquel sistema absurdo. Todo ello no sólo sirvió de caldo de cultivo para el creciente descontento popular, sino que acrecentó la actitud antinorteamericana de una parte importante de la burguesía de la isla y de sus representantes orgánicos, deseosos de explotar para su provecho y acumulación, los inmensos recursos disponibles.
Siendo así, una parte importante de la burguesía cubana vio con buenos ojos la lucha revolucionaria iniciada con el asalto al Cuartel Moncada en 1953. Y cuando esa lucha tomó la vía de la acción armada guerrillera, no sólo no encontró oposición en el grueso de la burguesía, sino que, por el contrario, ésta la apoyó, contra los caporales capitaneados por Batista, que regenteaban el aparato estatal y la vida económica y política del país, con el beneplácito de Washington y de su particular y draconiana forma de impulsar la política de un buen vecino.
Es sabido que con la huelga general convocada por Fidel Castro desde la Sierra Maestra, la inmensa movilización de masas que complementó la ofensiva final del ejército rebelde, provocando la huida de Bastita y su Estado Mayor del crimen y el latrocinio. La dirección encabezada por Fidel Castro se hizo dueña de la situación, y los restos del aparato estatal batistiano entregaron los instrumentos de ese poder sin oponer mayor resistencia. Tampoco la burguesía ni el imperialismo intentaron llenar el vacío dejado por Batista.
Los acontecimientos se precipitaron en poco más de un mes; la dirección revolucionaria encabezada por Fidel Castro hegemonizó todo el poder. Con el ejército batistiano desmantelado, las masas en la calle y con la desarticulación de los sectores que se oponían a la dirección hegemonizada por Fidel, el proceso tomó un giro único en el mundo.
Para finales de 1959, y durante todo el primer semestres de 1960, la situación se fue precipitando en dirección de la profundización de los hechos revolucionarios:
–Movilización y entusiasmo sin precedentes de las masas;
–Poder creciente sustentado en los campesinos, trabajadores, estudiantes, el ejército rebelde, las milicias obreras y campesinas y las organizaciones de izquierda y populares;
–Estampida de las clases y elementos en que se apoyaba el poder derrocado;
–La burguesía clamaba impotentemente por frenar el proceso y contemporizar con los Estados Unidos y con el conjunto de líderes conservadores de América, encabezados por Betancourt, Pepe Figueres y Muñoz Marín;
–Una dirección revolucionaria, en proceso de restructuración y consolidación, hegemonizada por Fidel y la mayoría de la élite de los elementos revolucionarios de la sociedad cubana de aquel entonces;
–Un distanciamiento cada vez mayor con el imperialismo norteamericano que empezaba su escalada de acciones hostiles contra la naciente revolución.
En una situación así, la dirección revolucionaria encabezada por Fidel Castro tenía ante sí uno de dos caminos: o contemporizaba con los reclamos de la burguesía y el imperialismo, y de todos los elementos conservadores de la sociedad cubana de entonces, frenando los cambios y poniéndole un techo al proceso en marcha; o, por el contrario, encumbrándose en el creciente entusiasmo y movilización de las masas, profundizaba los cambios democráticos, adentrándose así en un vertiginoso cambio en la correlación de fuerzas a favor de la revolución, abriendo una situación inédita en América Latina.
La actitud del imperialismo de impedir que las tareas democráticas fueran cumplidas en toda su dimensión, iniciando la agresión contra el poder revolucionario recién instaurado, y la actitud timorata de la burguesía cubana, habituada a subordinarse al imperialismo y a lo más retrogrado de las fuerzas internas, aceleraron el proceso de transformación de la revolución en marcha.
Era una situación sin precedentes en la historia. Tenía cierta similitud con el proceso de Rusia de 1917. Pero resultaba que en la Rusia de febrero de 1917 existía, para el momento del triunfo de la revolución democrático-burguesa, un partido comunista experto, protagonista de mil batallas, una dirección con un alto nivel de desarrollo y prestigio, un proletariado fogueado durante décadas, decidido a “asaltar el cielo”, acicateado por los hombres de la guerra imperialista y por las largas décadas de la explotación más bestial.
En la Cuba de 1959-1960, por el contrario, el Partido Comunista que había contemporizado y colaborado con Batista estaba totalmente desacreditado, no jugó papel alguno en los años iniciales de la lucha guerrillera y recién en 1958, apenas unos meses antes de la toma de poder, fue cuando decidió apoyar el movimiento revolucionario armado que venían desarrollando el 26 de julio, el Directorio Revolucionario, la vanguardia estudiantil y otras fuerzas progresistas de la sociedad cubana.
Para los objetivos del presente trabajo, lo importante es consignar que la dirección revolucionaria cubana, montada en el mismo filo de la ola revolucionaria que estremecía todos los confines de la isla, de la noche a la mañana, se encontró con que la dinámica político-social había puesto a la orden del día el tránsito hacia el socialismo. Ese es “el momento de transición”, como lo calificaran Lenin y Trotsky en la Rusia revolucionaria, no en base al paso de una etapa a otra, concepción consignada luego por el estalinismo en lo que se designó como programa “mínimo” y programa “máximo” de la revolución, sino mediante una superposición de ambas etapas, que dejando de ser tales, se funden en un sólo y continuo proceso revolucionario de construcción socialista y de consumación consecuente de las tareas propias de la revolución democrática.
Aquí no estamos teorizando sobre algo que no pude ser, sino consignando los hechos tal cual ocurrieron. Lo importante es apuntar que la dirección revolucionaria encabezada por Fidel Castro optó por profundizar el proceso revolucionario en marcha, se montó sobre el mismo filo de la oleada del movimiento de masas, y con ello, abrió las puertas a una nueva y promisoria etapa en la larga lucha revolucionaria en el continente americano.
Este fenómeno, en extremo singular, constituye el meollo de lo que podríamos catalogar como el “contexto histórico del Che”, que es el tema que se me ha asignado en este seminario:
“El Pensamiento y la Acción de Ernesto (Che) Guevara”.
III
En su último mensaje a los revolucionarios del mundo, dirigido a la Conferencia Tricontinental reunida en La Habana, el Che proponía una lucha que debería abarcar “los tres continentes atrasados: América, Asia, y África, planteando, de acuerdo a sus propias palabras, que “La tarea de la liberación espera aun a países de la vieja Europa, suficientemente desarrollados para sentir todas las contradicciones del capitalismo, pero tan débiles que no pueden ya seguir el rumbo del imperialismo o iniciar esa ruta”2 . Y, finalmente, el Che agregó su caracterización sobre el papel de las burguesías en dichos países y continentes, sobre lo que señaló: “Las burguesías autóctonas (en estos países) han perdido toda su capacidad de oposición al imperialismo y sólo forman su furgón de cola (…) no hay más cambios que hacer: o revolución socialista o caricatura de revolución”3 .
¡Lucha armada en los tres continentes, por la revolución socialista! Tal era la concepción y el imperativo con el que se movía el Che, desde el mismo momento del triunfo revolucionario y la dinámica de revolución socialista que se gestó en la Cuba de los “instantes históricos” posteriores al triunfo revolucionario.
Es sabido que Fidel no tenía, para los momentos del triunfo revolucionario, una larga formación marxista ni una reflexión sobre la experiencia de las revoluciones proletarias. Y aunque el Che sí tenía la formación marxista, no me es dado afirmar ni especular que el Che comprendía los problemas teóricos que la experiencia de las revoluciones proletarias en Europa habían arrojado. Tal vez tampoco podría afirmarse que habían asimilado las enseñanzas de la crucial polémica desarrollada al interior de la revolución rusa y de la novel III Internacional Comunista (inaugurada en marzo de 1919), alrededor del problema del socialismo en un sólo país, o revolución continental, como premisa indispensable para la consolidación del socialismo en Rusia y el desarrollo de la revolución mundial.
En ninguno de los escritos del Che, ni en los documentos de la revolución cubana de la época, se puede deducir que la elite revolucionaria cubana conocía los fundamentales y decisivos debates europeos a que he hecho referencia. Es conocido que Lenin, Trotsky y una parte de la elite marxista del partido ruso concebían el triunfo revolucionario en su país como el preludio de la revolución europea, y que cifraban en el triunfo de esta revolución, principalmente en Alemania, la permanencia del socialismo en su propio país. Se conoce también, en lo que a mi entender constituyó un salto agresivo en la historia de la humanidad, que Stalin impuso su tesis de Socialismo en un solo país, todo andamiaje teórico y político; el monolitismo y la dictadura del partido, a todo el movimiento comunista y revolucionario a nivel planetario. Pero esta es otra historia. Volvamos sobre el Che y su contexto histórico.
Lo que sí se deprende de la experiencia de aquellos cruciales años, que estremecieron el continente americano y el mundo, es que tanto el Che como Fidel Castro y la elite que compartía con ellos las principales responsabilidades de dirección, comprendieron desde los cruciales momentos de mediados y finales del año 1960, que la extensión de la revolución a América Latina no constituía sólo un problema que se desprendía de su concepción ético-revolucionaria, sino que era fundamentalmente para la consolidación del rumbo socialista que fue tomando la revolución cubana, a partir de su propia dinámica interna y de la acción del imperialismo.
¡O profundizamos la revolución en Cuba e impulsamos el proceso revolucionario a nivel continental, o la revolución socialista cubana será aislada y ahogada! Tal era el dilema que tenían por delante Fidel Castro, el Che y la elite revolucionaria cubana.
Es sabido que Fidel y el Che se decidieron por el camino más revolucionario, dentro de las limitaciones de su pensamiento y horizonte. De ahí el compromiso de la dirección revolucionario con la lucha en América calificada por el Che de socialista.
El Che y los demás revolucionarios cubanos, independientemente de los niveles de elaboración que tuvieran para esos años acerca de la teoría de la revolución, comprendieron en carne propia la dialéctica de todo proceso revolucionario triunfante en las condiciones históricas de aquel entonces:
- Comprendieron las grandes fuerzas sociales que se des-atan en medio de la realización de las tareas propiamente democrática;
- Comprendieron que la participación directa de los trabaja-dores y demás sectores populares garantizaban la consumación de estas tareas democráticas;
- Comprendieron que en medio de este proceso, la correla-ción de fuerzas entre la revolución y la contrarrevolución sufre un vuelco en favor de las fuerzas del cambio; y,
- Comprendieron que en una situación de este tipo, en la época actual, las tareas propiamente democráticas se superponen a las socialistas, en un único proceso revolucionario de naturaleza socialista.
El Che criticaba la inconsecuencia de las direcciones soviéticas con los pueblos y su lucha y se quejó amargamente de la división del campo socialista y revolucionario a nivel mundial, precipitada a partir de las famosas cartas del mes de junio de 1962.
Esa amarga queja del Che me remite a la angustia de Lenin y Trotsky ante el retraso (convertido en fracaso en 1919) de la revolución proletaria alemana y de las repúblicas de soviets surgidas en Europa, a raíz del triunfo de la revolución bolchevique.
El Che percibía que si las dos grandes potencias socialistas de entonces (la Unión Soviética y China) se unificaban en una visión internacionalista y proletaria de la revolución mundial, podría soñarse entonces con que la humanidad se desembarazaría de la pesadilla imperialista y capitalista en el corto espacio de su generación, abriendo así una nueva era en el mundo.
Razones de sobre tenía el Che para soñar con este triunfo de la civilización, y con la misma dimensión de estos sueños, condenar las inconsecuencias de aquellas direcciones, que después de consolidar el poder en su propio país, brindándole al mundo el ejemplo de dos grandes revoluciones reivindicadoras de la humanidad entera, se fueron hundiendo en el burocratismo, chovinismo y la traición a los principios de solidaridad que están en la base de toda concepción revolucionaria y marxista consecuente.
Estamos hablando de la emancipación de la humanidad; del final de los horrores a que el capitalismo y el imperialismo han sometido a la humanidad, a pesar de los portentosos avances que a nivel científico, y tecnológico, cultural y de capacidad de gestión y administración, ha significado el capitalismo desde que hizo su aparición en la faz de la tierra, sobre las ruinas de la sociedad feudal y medieval.
Tal era la dimensión en que se colocaba aquel médico argentino, asmático trashumante, introvertido. Y esa dimensión, independientemente de la calidad moral y revolucionaria que se pudiera haber atesorado al interior de aquel ser excepcional que fue, y es, Che Guevara, y a contrapelo de sus excepcionales condiciones intelectuales y teóricas; tal dimensión, insisto, le venían, principalmente del hecho de estar montado en la cresta de la gran ola revolucionaria que constituyó la revolución que en los años de 1959 y 1960 estremecía América y el mundo entero, desde la angosta isla caribeña que es Cuba.
Tal es, en lo fundamental, el contexto del Che, ciudadano de Cuba y del mundo.
IV
Toca hoy evaluar las concepciones a través de las cuales el Che y la alta dirección de la revolución cubana pusieron en movimiento el esfuerzo continental y mundial, que su gran humanidad y espíritu revolucionario e internacionalista impulsó, desde los primeros instantes del triunfo revolucionario en Cuba, en enero de 1959.
Siendo muy joven participé en primera fila de todos los acontecimientos que jalonaron la historia dominicana de aquellos años, y seguí de cerca cada uno de los esfuerzos en los demás países de América Latina. Hubo momentos de euforia y ascenso, como los vividos en la Guerra de Abril de 1965 y en otros importantes jalones de esa historia reciente; y momentos de dudas y grandes retrocesos. Los dominicanos y dominicanas fuimos frenados por las tropas del imperialismo, en 1965, que vinieron precisamente a evitar que en nuestro país se desatara un proceso que recuperara el tiempo perdido, liberando las energías de las masas; y luego de ello, seguimos actuando a espaldas de la situación creada después de la intervención militar. Los resultados son por todos conocidos.
Un luctuoso 9 de octubre de 1967 me tocó presidir, en la mayor clandestinidad, una reunión extraordinaria de la dirección del 14 de junio, estremecidos por la noticia de la caída del Che en Bolivia, en momentos en que Roberto Duvergé se aprestaba a viajar a Europa para una reunión secreta con Francis Caamaño. De aquella reunión se desprendieron acontecimientos que cambiaron la historia inmediata del país: la política impulsada por la organización había venido entrando en crisis y la sorpresiva y brutal noticia de la caída del Che precipitó esa situación. Así se lo comunicaría Roberto a Francis Caamaño, que esperaba ansiosamente esa reunión con el 14 de Junio para acabar de trazar sus planes. Pero eso es otra historia, ya narrada en varios de mis libros, y por otros protagonistas.
Cada país tiene su historia particular en este andar americano. La intensidad de cada una de estas palpitaciones, y los acontecimientos desarrollados después de la caída del Che en Bolivia (revolución nicaragüense y salvadoreña, principalmente), expresan inequívocamente que América vivía un momento de convulsión social generalizado, ante el cual muchas de las direcciones revolucionarias que hasta esos momentos se habían desarrollado, no pudimos encumbramos hasta que esos momentos se desarrollaron; no pudimos encumbramos hasta las alturas que nos permitieran otear el horizonte, por encima del muro que limitaba nuestra perspectiva y práctica.
República Dominicana, Venezuela, Colombia, Guatemala, Nicaragua, Panamá, El Salvador, Brasil, Perú, Bolivia, Chile y Argentina, para sólo mencionar algunos de los pueblos en lucha. Manolo Tavárez, Francis Caamaño, Roque Dalton, Juan Chacón, Fabricio Ojeda, Camilo Torres, Jhon Sosa, Turcio Lima, De la Puente Uceda, Inti Peredo, Masseti… son sólo parte de los más destacados dirigentes de este convulso período de nuestra historia reciente.
Un balance pendiente de realizarse.
No será posible abrir nuevos caminos sin los correspondientes balances de tanta lucha y tantos sacrificios. Después vendría el reflujo. Crisis de perspectivas y de los caminos para el andar. Derrumbe de la URSS y del llamado “socialismo real”.
La nueva situación impuesta por el imperialismo después de las derrotas de los movimientos de las décadas pasadas y en base al nivel de desarrollo del capitalismo y de sus crisis, nos reta a todos y todas.
Situación paradójica:
Mientras más crece la riqueza, mayor es la miseria y la polarización social y económica. Los países de mayor equilibrio y crecimiento no escapan a las trágicas estadísticas que nos muestran el terco crecimiento de la población que vive en la miseria, la pobreza y la marginalidad.
Mientras más grandes y opulentas se tornan nuestras ciudades, mayores son los índices de desnutrición, analfabetismo y deserción escolar, explotación de la mujer y los niños, desempleo y desamparo de los viejos.
Y mientras más crecen nuestras cifras macroeconómicas, la urbanización y las grandes inversiones extranjeras en la minería y el turismo, mayor destrucción del medio ambiente y de todo el hábitat del ser humano y demás seres vivientes.
A pesar de tanta lucha y sacrificio, el capitalismo no se ha tornado más humano que en los años en que el Che imponía su impronta al andar americano, sino, al contrario, más salvaje y destructor. No hay paliativo que pueda cambiar este rumbo fatal. El llamado combate a la pobreza es una falacia. Sólo abriendo nuevos caminos y avanzando hacia el desarrollo de opciones que permitan superar el sistema vigente, puede la humanidad soñar con alcanzar la felicidad.
Nuestro gran reto es cómo acumular fuerzas para los pujos progresistas, en medio de una situación donde las perspectivas de cambios revolucionarios se han obscurecido. En un momento así, el Che es un referente fundamental.
–Arquetipo de ser humano cuyas palabras siempre coinciden con sus acciones, y de pensamiento siempre presto a servir a los demás y al objetivo de liberar la humanidad de los horrores del imperialismo y el capitalismo;
–Revolución que se atreve a pensar más allá del medio donde ejerce su vocación revolucionaria, y con su ejemplo, convertir su pensamiento en arquetipo para los demás;
–Ser humano, inmune a las degradaciones que producen la lisonja y el poder, capaz de soltar las amarras que siempre atan al hombre y a la mujer a su medio (con más fuerza en la euforia del triunfo, para continuar su acción, en procura que la misma adquiera la dimensión, y la fuerza, necesaria para quebrar al gran enemigo de la humanidad. El Comandante Delio Gómez Ochoa, aquí presente con nosotros y nosotras, pertenece a este último modelo de revolucionario y ser humano.
Sólo quería destacar algunos de los trazos de su personalidad que más atraen mi atención. Excúsenme por ello, hay que dejar que al Che lo juzguen nuestros pueblos, en sus grandes momentos, cuando estos toman la historia en sus propias manos; y que lo juzguen todos aquellos y aquellas que no cesamos en el empeño de contribuir a abrir nuevos caminos para la lucha de nuestros pueblos.
Notas
- Ernesto (Che) Guevara, Obras completas; (Buenos Aires: Ediciones del Plata, 1968), 64 y 65.
- Ernesto (Che) Guevara, Obras completas, 64 y 65.