Quiero creer que estoy volviendo con mi peor y mi mejor historia/ Conozco este camino de memoria, pero igual me sorprendo. Mario Benedetti, Geografías (Madrid, 1984).
¿Qué es una memoria emblemática?
Contestar esta pregunta no implica solamente definir qué es una “memoria emblemática”, en cuanto a la representación simbólica de una memoria sobre la otra, sino también abordar los problemas metodológicos que enfrentamos los investigadores de la memoria autobiográfica.1 Es obvio que en un contexto como el de la dictadura de Trujillo en la República Dominicana (19301961), las experiencias, tanto de los que salieron como de los que se quedaron, no fueron compartidas de la misma manera, ya que cada sujeto define su imaginario personal y colectivo de distinto modo.2 Todavía se percibe, entre los sectores que fueron víctimas o colaboradores durante los 31 años de gobierno trujillista, una fuerte carga psicológica y política al tratar de abordar este delicado asunto de la memoria. Sin duda, cada miembro de la sociedad dominicana configuró sus propias memorias colectivas, generando diversos y complejos recuerdos dentro de la misma comunidad.
El recuerdo, como diría Alan Radley, es una actividad íntimamente marcada por un sentido del pasado. Además, los recuerdos se producen desde el presente y su función está mediatizada por la resonancia de las experiencias personales y colectivas de toda una vida.3 Pero la memoria no es un “depósito” inerte de recuerdos, ya que las imágenes están siendo manipuladas constantemente por el desarrollo de nuevos eventos. Para David Middleton y Derek Edwards, “la memoria de los individuos no actúa sólo como un ‘almacén’ pasivo de experiencias pasadas, sino que cambia lo que se recuerda mejorándolo y transformándolo según las circunstancias presentes”.4
Ante la realidad de que la memoria transita por un período corto de tiempo, el ser humano siempre ha intentado, de una forma u otra, plasmar su propia existencia. De esta forma, la memoria escrita emplea una variedad de recursos simbólicos que le permiten recoger artificialmente las imágenes del lenguaje. Por ejemplo, Douwe Draaisma señala que los recuerdos contienen una fuerte carga de metáforas, comparaciones y analogías que definen el carácter de la memoria escrita. Por eso, “en las metáforas está encerrado lo que el autor vio a su alrededor cuando buscaba las imágenes para ilustrar los procesos ocultos de la memoria”.5 En la manera en que la comunidad acepta e incorpora a sus prácticas conmemorativas las metanarraciones de héroes y de patriotas a la imaginación colectiva, éstos se vuelven recursos políticos de gran “valor” en la sociedad.6
Ahora bien, ¿cómo, a partir de un proceso histórico conflictivo o traumático, se puede construir una memoria emblemática7 de la dictadura o del exilio dominicano? De acuerdo con Steve Stern, quien maneja este concepto para trabajar con las distintas memorias surgidas en Chile a raíz del régimen de Augusto Pinochet (1973-1990), la memoria emblemática ofrece un sentido interpretativo y un criterio de selección a las diferentes memorias personales, brindando una visión panorámica en torno a los debates entre la memoria y el olvido.8 Stern, apoyado en las teorías de la memoria colectiva de Maurice Halbwachs, aclara que no hay una sola memoria concreta y sustantiva: “más bien es una especie de marco, una forma de organizar los debates entre la memoria emblemática y su contra memoria”.9 En efecto, Halbwachs consideraba que los grupos sociales operaban a partir de unos “marcos” de memorización colectiva, los cuales se formaban de los elementos más característicos de la vida social.10
Según Stern, la memoria emblemática se encuentra también entre las personas que pensaron que Pinochet había “salvado” a la nación del comunismo;11 por el lado contrario, los excluidos o perseguidos por el dictador chileno construyeron una segunda memoria emblemática, que da cuenta del drama de laceración y de ruptura vivido durante el gobierno de Pinochet.12 De acuerdo con este tipo de memoria, las imágenes están trenzadas por el desarraigo, el tiempo dejado de existir, suspendido en el espacio temporal, esperando “con la maleta lista para volver”.13 La memoria opera, en la mayoría de los exiliados, como un “archivo” de recuerdos, en el que una parte de las vivencias emblemáticas, incluyendo los fracasos y las traiciones del exilio, han sido cristalizadas de manera permanente.14
En el caso de la República Dominicana, a mi modo de ver, el texto que examinaré en este artículo, “Memorias: Testimonio de un octogenario sobre su vida y la política de su país, de Ángel Miolán,15 se presenta como una memoria emblemática debido a la necesidad que tiene el autor de entrelazar sus experiencias personales a los debates políticos, sociales y culturales de la historia dominicana.16 De hecho, Miolán desea destacar su participación en la conspiración para asesinar a Trujillo en la ciudad de Santiago en 1934.17 En su memoria, el autor quiere explicar cómo el atentado en contra de Trujillo provocó que saliera, el 16 de mayo de 1934, como exiliado político de la República Dominicana. Mi hipótesis es que Miolán activa sus recuerdos personales para reclamar que es un héroe de las luchas antitrujillista, ya que sobrevivió a la persecución del régimen trujillista en Haití, en donde fue encarcelado —durante tres meses— por participar en la conspiración de 1934.
En primer lugar, el libro de Miolán es emblemático porque organiza sus recuerdos individuales y colectivos para reclamar que los sucesos de Santiago son una ruptura no resuelta de la historia dominicana. En segundo lugar, la memoria de Miolán es emblemática porque necesita también la participación de otros actores sociales, con los cuales debe argumentar o justificar sus traumas del pasado, para fungir como portavoz18 de los valores éticos y democráticos de los exiliados antitrujillistas en Haití. Finalmente, la obra es emblemática debido a la presión o demanda del autor de publicar su autobiografía completa,19 para “convencer” a la sociedad dominicana de la validez de sus experiencias del pasado.
Por ejemplo, Miolán expresa en la introducción:
Me atrevo a declarar que se trata de un laborioso esfuerzo de investigación y ordenación de recuerdos, a lo largo de mi vida. Desde la colina octogenaria que Dios me ha permitido transitar paso revista a los procesos culturales, sociales y políticos que me ha tocado vivir o estudiar. No creo que sea excesivo decir que estas Memorias pretenden ser algo más que un relato de una vida cualquiera. Hasta me atrevo a pensar que puede tratarse de un aporte que contribuya a la demanda de una revisión histórica.20
Además, Miolán señala que el libro de Joaquín Balaguer, Memorias de un cortesano en la Era de Trujillo,21 se aleja de la verdad histórica, ya que el autor no les reconoce ningún valor a las gestas patrióticas del exilio antitrujillista; por tal motivo, su propia narración resulta indispensable para aclarar los eventos que le tocaron vivir.
Ante la ausencia de la “verdad”, el autor se propone llenar los huecos informativos de la Era, escribiendo una versión alterna y reveladora de los sucesos traumáticos que todavía le faltan por evocar. Pero la “verdad” que asume Miolán es producto de un enrevesado proceso de autodescubrimiento que se impone, en la mayoría de las veces, como una ficción dentro de su propia memoria.
Muchos de los que han seguido mi trayectoria entendieron, que habiendo sido un rebelde participante de conmociones juveniles y sociales que llegaron a incluir hasta el magnicidio, tenía que disponer de acervos informativos importantes, merecedores de ser divulgados. Solamente el compromiso de lealtad con la historia, me ha llevado a proceder a su análisis.22
Sin embargo, esto es una estrategia de anclaje y de enunciación de su propio relato, aprovechando lo que aparentemente no escribe Balaguer, para testimoniar su larga “batalla” en contra de Trujillo.
José Di Marco explica que la memoria autobiográfica contra-estatal emplea una serie de tácticas que combaten las versiones oficiales del poder, confrontando o polemizando con la producción de obras que encubren y silencian los “hechos” negativos de la dictadura.23 La clave de estos relatos está en comprender los autorreferentes de la narración misma, mirando no solamente las líneas genealógicas del texto, sino siguiendo las secuencias más problemáticas de su entramado personal. Como consecuencia, la narración autobiográfica sirve de dispositivo de interpretación del pasado político al proponer que existe un vínculo estrecho y necesario entre memoria y verdad.24 La contra-memoria es ejercida como rememoración constante, se escribe para poner en evidencia las injusticias y los olvidos de la historia presente.
Miolán responde con su propia voz a la fractura temporal que le fue ocasionada por la expulsión del espacio geográfico (la patria), de la familia y de la cultura a la cual se sigue vinculando de manera permanente. Su identidad, perdida o truncada injustamente, se constituye en el motor principal de su resistencia contra las prácticas del poder trujillista, condenando las condiciones políticas que provocaron su exilio.25 La figura de Trujillo, como ente dominante en la narración de los exiliados, cumple la función de trazar los comienzos y los resultados que éste provocó en la pérdida de su espacio original, apareciendo los desterrados dominicanos como víctimas directas de la tiranía. De esta forma, la memoria de Miolán responde a una identidad fundada en un ámbito especial, constituida por los despojos del país añorado, creando una cantidad sustancial de recuerdos dramáticos y emblemáticos sobre su resistencia política e ideológica.
Aparte de las derivaciones particulares de la política, Miolán procura también contar o recolectar las imágenes dispersas de su propia vida, esperando poder adaptarse al estallido temporal de los procesos íntimos que le ha tocado sufrir.
Había creído siempre que el género literario Memoria estaba reservado para grandes personajes. Las presiones de familiares y amigos ampliaron mi óptica, al grado de llevarme a cambiar de actitud. Ahora pienso que el hombre debe tratar de no llevarse consigo a la tumba la historia de su vida, si hay en ella algo que contar.26
Sin duda, el rechazo y la violencia política, después de la muerte Trujillo, conllevó que los exiliados dominicanos asumieran un discurso de defensa de su salida, como medio de testimoniar sus sufrimientos fuera del país.
Por ejemplo, el autor nunca se imaginó que el día que regresó a Dajabón, su pueblo natal, después de 27 años de exilio, para participar en el primer mitin del Partido Revolucionario Dominicano (PRD), la gente lo recibiría a pedradas.
Tan pronto nos vieron llegar, sin darnos tiempo a bajar de los carros, nos recibieron a pedradas, y tuvimos que emprender la retirada, antes de que sustituyeran las piedras con tiros. Mi pueblo me ha fallado ahora, porque todavía está entre las garras de los remanentes de la tiranía.27
Miolán, quien había regresado, el 5 de julio de 1961, en la primera comitiva del PRD, autorizada por el entonces presidente Joaquín Balaguer, quedó conmocionado por la actitud “agresiva” de la población.28Aunque éste no lo diga, es posible que la gente de Dajabón le haya reclamado por su largo alejamiento del territorio, sin importarle sus experiencias “traumáticas” como exiliado, ya que ellos no tenían la necesidad de saber lo que le ocurrió afuera de la República Dominicana.
Me ha dolido siempre no haber podido vivir en mi pueblo mucho tiempo. Cuando regresé tuve que aceptar que todo en él había cambiado. Ya no quedaban vestigios de lo que fuera mi mundo personal y familiar de los viejos tiempos.29
Para el autor, su vida, marcada por un “antes” y un “después” de la Era de Trujillo, explota en forma de símbolos e imágenes impregnadas en su cuerpo y en su mente. “Mi largo exilio hizo grandes estragos, cambiando mucho mi mundo de juventud”, recuerda Miolán.30 Así pues, escribe una memoria emblemática de su exilio, con la intención de establecer una nueva dimensión de sentidos y de significados reveladores de su propia condición humana. Por tal motivo, Miolán recurre a construir una memoria mitificada, en la cual se acentúan los sufrimientos, las privaciones y las nostalgias del poder perdido.
Los mitos de la memoria emblemática
El mito, aduce Roland Barthes, constituye un mensaje, hablado o escrito, de una idea formada dentro de un contexto histórico.31 El mito no se define por la forma en que se profiere, es decir si es verdadero o falso, sino por el sentido de los valores morales que le dan significado a cada uno de nuestros pensamientos. Además, las palabras mitificadas cumplen la función de deformar las imágenes vividas, convirtiendo u ocultando los móviles o las intenciones de cada persona. Según Barthes, “lo que define al mito es este interesante juego de escondidas entre el sentido y la forma”.32 El mito no es símbolo: es un concepto que está determinado por la intención de formar una nueva historia; por lo tanto, la reserva o el contenido de su conocimiento es sumamente frágil y confuso, ya que el concepto responde sólo a la función de lo real.
Esta forma de narrar, sin embargo, está llena de significados lingüísticos debido a la repetición insistente de los conceptos que se desean mitificar.33 El mito del exilio, por ejemplo, tiene un carácter de interpelación, que puede ser una coartada o una metáfora, que motiva al sujeto a reconocer sus rupturas internas, siendo despojado de su “inocencia”, de su huella histórica, como una señal de su propia condición de desarraigo. De hecho, el exiliado tiene una necesidad imperiosa de acceder a su mundo “natural”, intentando significar sus imágenes de devastación social y personal, como parte esencial de sus luchas y sacrificios.35 Por tal razón, los desterrados dependen de diferentes formas de mitos para trazar su propio devenir histórico, construido por una serie de ilusiones y de ficciones necesarias en la vida.
De acuerdo con Hayden White, los seres humanos transforman las imágenes negativas de su entorno histórico, utilizando la misma tragedia como un arte discursivo, en la cual se superan las angustias del pasado por medio de un nuevo escenario de armonía que está fabricado de sueños personales. “El individuo es capaz de hechizarse a sí mismo, de escapar a una metáfora, de proporcionar un orden y una forma creíbles a su vida, de actuar como si la metáfora fuera la verdad y de convertir la conciencia de su inminente destrucción en una ocasión de afirmación heroica”.36 El mito, después de todo, es un “robo” de lenguaje: los sentidos se capturan para inducir a los demás a pensar de una forma diferente. De este modo, el destino del mito será su deslizamiento por el tiempo hasta que la débil realidad histórica de cualquier suceso aparezca como un hecho consumado y verídico.37
El mito es justificado, ya sea positiva o negativamente, por las mismas fuerzas que controlan el poder, que imponen sus elementos ideológicos en la vida cotidiana de un pueblo, como ocurrió en la República Dominicana durante la dictadura de Trujillo. En su libro Mito y cultura en la Era de Trujillo, Andrés L. Mateo explica que la discursiva trujillista inundó todos los rincones del país de una variedad de mitos impuestos que incluyeron también la estigmatización de los exiliados dominicanos como agentes dañinos a la patria y al servicio del comunismo internacional. El mito-sistema trujillista logró que el déspota se viera como el protector “heroico” de la nación, tallando en la conciencia colectiva las diferentes figuras “enemigas” del régimen: el comunismo, los haitianos y los exiliados.38 Es todavía tan fuerte la retórica trujillista, que los antiguos desterrados no han podido imponer totalmente sus propios mitos en la cultura dominicana.
No es sorprendente que en la República Dominicana exista actualmente un reclamo de algunos sectores de la sociedad para que los exiliados antitrujillistas aun vivos den a conocer sus memorias.39 De hecho, en la introducción de su libro, Miolán señala que fue “presionado” por amigos y familiares para que contara lo que sabía debido a que había sufrido y vivido lo suficiente, como protagonista de las luchas en contra de Trujillo, con lo cual podía ayudar a desmitificar
la historia dominicana.40 En primer lugar, según él, Trujillo, con una carrera militar en ascenso, se aprovechó del liderato del Lic. Rafael Estrella Ureña, destacado orador y abogado de Santiago, para derrocar, por medio de un “movimiento cívico”, al presidente Horacio Vázquez (1924-1930). Miolán señala que el gobierno de Vázquez, a pesar de los intentos por reelegirse, “no puede ser encasillado en el listado de los gobiernos totalmente negativos que ha tenido el país”.41
Además, el “cansado y enfermo” caudillo llegó hasta respetar las libertades públicas y los derechos humanos. A juicio del escritor:
Un juicio sereno, imparcial y ecuánime podría calificarle de esta manera: tuvo el mejor propósito de lograr que el país se superara; realizó esfuerzos por incorporarlo a las nuevas corrientes del progreso. Sin embargo, los enemigos, su avanzada edad y las complicaciones de salud, no le permitieron llevar a cabo exitosamente sus planes.42
Por su parte, Trujillo, con una reputación delictiva, se dedicó a perseguir y a asesinar a los diferentes caudillos de la región noroeste del país. En segundo lugar, la juventud dominicana despreciaba a Trujillo debido a que lo consideraba un indigno representante de la nación. “Asombra que este hombre inculto lograra desbaratar y cambiar los planes de un grupo de hombres considerados como los dominicanos más ilustres, inteligentes y destacados de ese momento histórico”. 43
El tirano, por medio del terror, mutiló la conciencia de la misma sociedad, la cual terminó sirviéndole desvergonzadamente a sus proyectos personales. En los primeros capítulos de su memoria, Miolán recurre al mito del “paraíso perdido”, poniendo en escena sus tristezas y nostalgias: ese mundo “feliz” que ya no existe. El primer despojo, sufrido a consecuencia de la llegada de Trujillo al poder, ocupa un espacio fundacional en los recuerdos de Miolán, ya que su identidad original, su biografía completa, se erige como un proceso de victimización. Según Miolán: “nadie podía tener dudas de que el gobierno de Trujillo hería los sentimientos más íntimos y aplastaba las ansias de superación y justicia del pueblo dominicano”.44
De acuerdo con Liria Claudia Evangelista, la memoria del exiliado responde a una identidad inalienable, en la que los sujetos, desde la infancia, se vinculan a los diferentes ámbitos de la patria.45 En la manera en que se pierden los referentes habituales, tanto sociales como culturales, el perjudicado activa sus recuerdos más dolorosos, dando lugar a la constitución de su resistencia en contra de los causantes de la violencia política. Además, su “dolor” es un (pre)texto para “hablar” permanentemente de los eventos históricos que cambiaron su vida para siempre.46 Miolán ilustra este planteamiento:
Hay que decir que todavía no se tiene una idea clara y definida sobre la personalidad de Trujillo. Una investigación sobre el tema arroja resultados diferentes. Para unos, Trujillo era un patán, de una ignorancia completa, de instintos criminales increíbles; para otros, por el contrario, Trujillo era un gran señor.47
La memoria o los mitos emblemáticos “convencen” más si logran reunir una variedad de experiencias concretas, como la tortura o la muerte de los presos políticos, que puedan ser compartidas por un amplio número de personas.
Resulta interesante que su Memoria da cuenta de una manera particular de escritura que trasciende la misma temática del exilio, dando lugar a un proceso abierto y complejo en los registros factuales y lingüísticos de la obra narrada. De hecho, Miolán desea que el pueblo dominicano conozca que él y un grupo de jóvenes de la ciudad de Santiago intentaron, en 1934, asesinar a Trujillo.
Fue un movimiento juvenil, de ancha base popular, organizado de acuerdo con sus profundas inquietudes y que buscaba la superación cultural, socioeconómica y política del pueblo dominicano, conforme con las orientaciones más modernas del momento.48
Como actor de su propia narración, resalta que el movimiento oposicionista, que lo llevó al exilio, fue “pionero” en las luchas antitrujillistas, ya que las nuevas generaciones del país se resistieron a la política degradante y violenta del dictador. Según Miolán, la única manera de recuperar la “felicidad”, de revivir los sueños truncados, era organizando un plan para liquidar físicamente al caudillo de San Cristóbal.49
Debo decir que la rebelión llenó mi espíritu de alegría y de satisfacción. Había soñado, desde mis primeros años, con una acción similar, que destruyera el caudillismo y sus lacras, creando nuevas condiciones de vida para nuestro pueblo. Una acción que corrigiera las injusticias sociales y la desorientación de las nuevas generaciones que habían sido atrapadas en la malla de un estado de cosas, creado por las fuerzas mantenedoras de la opresión [trujillista].50
A pesar de que este movimiento fue “pionero”, el autor lamenta que los editores y los medios de comunicación del país no hayan sabido valorar las gestas de la juventud santiaguera que se enfrentó al dictador en la década del treinta. Por eso Miolán insiste en que los investigadores e historiadores no deben “desperdiciar” la oportunidad de estudiar la “hermosa epopeya cibaeña”. “Ha pasado más de medio siglo, y la más completa y promisorias de las gestas antitrujillistas, llevada a cabo en el cuadro general de la oposición, por el pueblo dominicano, ha devenido en asunto de poca importancia histórica”, lamenta don Ángel.51
Es tiempo, alega él, de que se produzca un juicio histórico que dictamine, con “pruebas”, los eventos que dieron lugar a la “primera” rebelión en contra de Trujillo. Por tal razón, Miolán les exige a los sobrevivientes del complot en contra de Trujillo que compartan sus memorias, sus fuentes de información, para analizar los méritos y los errores que se cometieron en Santiago.52 Del esclarecimiento de estos “hechos” depende, para el autor, su ilusión de que el movimiento “libertador” no quede en el más cruel de los olvidos. En efecto, Miolán se convierte en un portavoz comprometido con la organización y la proyección de los recuerdos emblemáticos, insistiendo en la importancia, tanto para él como para la colectividad, de indagar y de reflexionar en torno a los temas que está convocando.
Según Stern, el portavoz establece un nuevo espacio, un puente entre las diferentes memorias, para buscar la “verdad”, sin tener que enfrentar toda la hostilidad de las memorias oficiales o estatales.53 Entonces, ¿cuál es el objetivo del portavoz de la memoria emblemática? El propósito, en el caso de Miolán, es aliviar su culpa que, ante el fracaso del movimiento conspirativo, creando un mito en torno a las luchas antitrujillistas. Para Miolán: “en el Movimiento... hubo enfrentamientos y deserciones, pero en un porcentaje mínimo, la mayoría mantuvo su firmeza, entregada a la lucha clandestina contra el tirano”.54
Mas, después de enfatizar tanto en las “virtudes” del movimiento, Miolán declara que los “revolucionarios” de Santiago fallaron en mantener una unidad grupal, ya que no hubo una defensa compacta en las operaciones políticas en contra de Trujillo. El Movimiento de Santiago estaba dividido entre un sector de “veteranos”, comandados por el general Daniel Ariza, y el grupo de jóvenes, liderado por Ramón Vila Piola y Juan Isidro Jimenes Grullón. Según Miolán: “estoy seguro que [al] general Ariza le incomodó y le dolió mucho que [Vila Piola y Jimenes Grullón], los dos hombres que él aportó para que tuvieran una actuación la noche del magnicidio, no acudieran a la cita de honor”.55 La falta de compromiso y de coordinación entre los dirigentes antitrujillistas malogró el magnicidio, convirtiéndose la “gloriosa” rebelión en una trágica aventura.
El Movimiento asumió una actitud de riesgos, bajo ese régimen dictatorial implacable, que se había propuesto controlarlo todo. Lo más razonable hubiera sido un trabajo de clandestinidad, que hubiera podido crear las condiciones mínimas indispensables para la consolidación de las estructuras de la Organización, a fin de cimentarlas sólidamente, para que fueran capaces de resistir los embates de la persecución. No creo que sea desacertado decir que tal parece que hubo un poco de nerviosismo y precipitación, en cuanto a la decisión de dar ese paso [de asesinar a Trujillo], lo cual resultó marcadamente arriesgado.56
El autor, como portavoz de la memoria antitrujillista, le pide a Ramón Vila Piola, líder de la conspiración, que escriba, en un libro “la historia completa de esos cincos años [1930-1935] de combate heroico contra la tiranía dominicana”.57 De acuerdo con Miolán, Vila Piola puede explicar “mejor” los planes de acción, ya que conoce el lugar y la fecha exacta del intento de magnicidio; mientras que él era sólo un participante secundario, que estaba encargado de guardar armas y de enviar a los líderes del movimiento al extranjero. Para Miolán:
Sólo una persona, me atrevo a decir, está en condiciones de hilvanar el historial pormenorizado de esos hechos tan importantes, pero también tan olvidados y tan poco tenidos en cuenta. Vila Piola debería legar a la posteridad esa hermosa e interesante página de nuestra historia, orgullo de la generación del 30. Es decir, el tranquilo y distinguido empresario de hoy, que llegó a tener tan sólido liderato entre aquellas juventudes sedientas de cambio y renovación, es la persona más indicada para relatar todo el acontecer de aquellos años gloriosos.58
Cabe señalar que Vila Piola, a pesar de que fue acusado por actividades “terroristas”, nunca partió al exilio; mientras que Miolán fue de los pocos líderes de Santiago que pudo escapar fuera de la República Dominicana, aunque el escritor de Memorias aclara que salió con la “aprobación” de los líderes del movimiento,59 los cuales, en su mayoría, fueron torturados y asesinados por la policía trujillista.
En su libro, Una Gestapo en América, Juan Isidro Jimenes Grullón60 confirma que algunos de los miembros del grupo de Santiago, incluyendo a Miolán, lograron cruzar la frontera con Haití. En cambio, Jimenes Grullón, quien fue encarcelado por planificar el atentando en contra de Trujillo, acusa a Vila Piola de delatarlo ante las autoridades judiciales del país.61 Sin embargo, en 1969, Jimenes Grullón se retractó, por medio de una carta pública, de su versión en contra de Vila Piola.
En el citado libro [en referencia a Gestapo], me excedí en el contraataque; pero creo que había que vivir aquellos momentos para juzgar con ecuanimidad las actitudes que asumimos entonces todos los encausados. Por cierto, ya en el país me enteré que quien inició la delación fue José Najul y no Vila Piola. Con espíritu de justicia, hoy lo reconozco.62
En su testimonio sobre los acontecimientos de 1934, Miolán señala:
Hay que reconocer que los revolucionarios de Santiago no pudieron mantener una unidad monopolítica en el seno de la cárcel. Las motivaciones generadas por las diferencias políticas, sociales, económicas y culturales que los distanciaban en el fondo, estallaron. [Por eso] hay que admitir que las grietas de conducta, en los líderes del Movimiento, terminaron por deslustrar un tanto el brillo de la gloriosa rebelión de nuestra juventud contra la tiranía de Trujillo.63
Estos son recuerdos que todavía atormentan a Miolán: es una ruptura no resuelta de su pasado que lo paraliza emocionalmente, convirtiendo su derrota personal y colectiva en un acto de duelo permanente. Para el autor:
Los jóvenes del Movimiento de Santiago tuvieron que sufrir penalidades sin nombre y experiencias incalificables, que arrebataron la vida de unos cuantos y que marcaron el cuerpo y alma de otros con heridas incurables. La sensación más terrible que puede experimentar una persona es la de sentir que su personalidad ya no existe. Sentir que como ser humano ha sido relegado a una posición y condición inferior a su mundo habitual.64
En fin, éste siente que su trauma histórico es único y especial; por tal motivo, su narración singular no deja espacio para la comparación. De ahí que los discursos de la memoria y del exilio estén limitados por las prioridades éticas y estéticas producidas dentro de la misma conciencia de los narradores. Según Stern, “los portavoces se sienten llamados a responder a la magia de la fecha, y también llamados a aprovecharlas, convocando espacios para forjar y compartir memoria, en actos que son para los seres humanos contemporáneos y para la posteridad”.65 Nada mejor que el mito del héroe antitrujillista, manejado por Miolán, para impresionar a los lectores en torno a los horrores sufridos por la juventud de Santiago en 1934.
La función del mito, sugiere Barthes, es que sirva de ejemplo, dándole mayor fuerza a los conceptos, ya sean ocultos o develados, para que las explicaciones parezcan “naturales”.66 Los mitos, tanto de la historia como de la memoria, nos inducen a significar lo insignificado, a justificar las imágenes que causan más contundencia en nuestro sistema de valores.67 Pero el mito necesita proyección pública, que tenga “eco” en la sociedad, para ganar el respeto y la simpatía de los demás. Ya decía Nietzsche que el mito impone que “el héroe siempre ha de derrotar primero un reino de titanes y matar monstruos, y haber obtenido la victoria, por medios de enérgicas ficciones engañosas y de ilusiones placenteras, sobre la horrorosa profundidad de su consideración del mundo”.68
Después de todo, los mitos de la memoria emblemática son proposiciones políticas que responden a los intereses particulares o generales de los mismos propagadores de la historia.69 El compromiso de Miolán es “hacer real” el mito del héroe antitrujillista, estructurando una historia del Movimiento de Santiago, con la intención de enunciar la eficacia de su confesión. El escritor de Memorias convoca a la sociedad dominicana a leer sus razones, sus motivos, para convencer a los lectores de que su mensaje es “puro e inocente”. Finalmente, con el mito antitrujillista, Miolán puede justificar su “herida” más profunda: el exilio.
Las heridas de la memoria emblemática
Si en algo concuerdan los estudiosos de la memoria, es que, en la recuperación del pasado, ya sea por medio del recuerdo o del olvido, se pueden detectar nuestras convicciones y sentimientos personales.70 Cada uno de nosotros, dependiendo de las imágenes que poseamos del pasado, le fijamos diferentes usos a los recuerdos más preciados o dolorosos de nuestra vida. Existe, sin embargo, la preocupación sobre los usos indiscriminados de las experiencias traumáticas, tanto colectivas como individuales, en la historia cultural y política del mundo contemporáneo.71 Por ejemplo, aunque mi interés es el exilio, se podrían mencionar también el racismo y el genocidio étnico como rupturas emocionales que pueden ser explotadas y justificadas por la memoria.
El culto a la memoria no siempre sirve a las “nobles” causas conmemorativas de las sociedades modernas, ya que algunas de ellas terminan subordinando sus rencores y traumas del pasado al presente. Pero, a pesar de las particularidades de cada caso, Todorov reconoce que la selección o la imposición de buenos o malos recuerdos es una manera de descifrar las tradiciones de la colectividad.72 El uso o el abuso de la memoria puede ofrecer claves teóricas en torno a la diversidad de reminiscencias producidas por la mente. En especial, se pueden leer las diferentes formas en que la memoria recupera eventos dolorosos del pasado.
Este tipo de uso está ligado a los trastornos en la identidad, tanto personal como colectiva, de distintos grupos humanos, los cuales se sienten amenazados, ya sea real o imaginariamente, por la violencia política.73 El miedo a la muerte impone una serie de “heridas” simbólicas en la historia sociocultural de los individuos, llevándolos a definir su identidad por medio de la memoria. Según Paul Ricoeur, son muy pocas las comunidades históricas que no tienen su origen en la guerra, siendo celebradas por el Estado de derecho como un acto “natural” de los vencedores. Además, esta instrumentalización de la memoria supone la “humillación” de los vencidos mediante el rechazo y el olvido de su propio pasado histórico.
De modo que entre las víctimas estatales empieza a darse un proceso de acumulación, como si fuera un archivo de “heridas” emblemáticas, relacionadas a su identidad desvanecida, dando inicio al trabajo psicológico de extraer o de reprimir sus experiencias traumáticas.74 En la mayoría de los casos, la capacidad de recuperación de los recuerdos puede ser analizada en directa contigüidad con los sufrimientos debido a que la persona extiende su trauma inicial a todos los instantes de su vida. El problema, argumenta Todorov, es que el sujeto se condena a sí mismo a la angustia, sin poder superar su dolor, manteniendo un dominio intransitivo de los acontecimientos del pasado.75 En vez de aprovechar las lecciones sufridas, que lo puedan liberar del duelo, el sujeto sigue anclado en la idea de sacralizar su memoria.
El exilio es una de las experiencias que provoca más “heridas” en la memoria. El desterrado, debido a la melancolía, se siente martirizado y enclaustrado en un duelo interno, como reacción a la pérdida de su anterior espacio de influencia.76 Los objetos amados, como la patria, la familia, los amigos, son constantemente reiterados en la memoria emblemática de Miolán. Por ejemplo, ante el encarcelamiento de los líderes de la conspiración antitrujillista, Miolán se “reprocha” su propio plan de emergencia, con el cual pudo salir fuera de la República Dominicana.
Ante el inminente peligro que corrían los directivos del Movimiento, el autor se atrevió a proponer a sus compañeros que debían salir al extranjero. El líder [Vila Piola] me prometió tratar de convencer a los demás para que aceptaran mi plan. No obstante, [Vila Piola] me hizo ver que era más fácil para mí hacerlo que para lo demás, porque yo no tenía en Santiago raíces tan profundas como los otros.77
El autor se queja de que el fracaso del movimiento fortaleció la dictadura, así que la única manera de enfrentarse a Trujillo era organizándose desde el extranjero. Su memoria emblemática (aquí se pueden observar los abusos) se presenta como una prueba irrefutable de su capacidad de enfrentar las adversidades, señalando que para lograr la “victoria” en contra del régimen trujillista, era necesario vivir la experiencia de la cárcel. El mismo explica la disyuntiva del grupo de Santiago:
Solamente podríamos prepararnos para hacerle frente a una dura situación de encarcelamiento, torturas y muerte, o tratar de escapar hacia el extranjero. Para mí resultaba difícil afrontar las experiencias de una prisión que incluía torturas o muerte, sin haber pasado por esa experiencia. No sabía hasta donde podía resistir la prueba de una persecución de este tipo, no obstante, mi inconmovible decisión de hacerlo.78
Como se puede ver anteriormente, Miolán encubre su vergüenza personal, por haber abandonado la lucha dentro del país, sustituyendo su anterior recuerdo, cargado de melancolía, por otras experiencias que considera más “emblemáticas”, en cuanto a dolor y sufrimiento se refiere, para su relato.
Por ejemplo, al cruzar la frontera domínico-haitiana como exiliado en 1934, el autor experimentó la “novedad” de estar preso en Cabo Haitiano y en Puerto Príncipe, ya que el gobierno de Trujillo había pedido su extradición, pagando así su cuota de cárcel.79
[En Cabo Haitiano], me ingresaron a una celda como de cinco metros cuadrados, donde encontré veinte presos desnudos de la cintura para arriba, buscando soportar el calor. Gracias a mis conocimientos del patuá, el dialecto haitiano, me enteré de que ellos eran ladrones y asesinos. Me sentí aterrorizado al pensar que tendría que pasar la noche entre aquellos forajidos, en quienes había que suponer las más bajas pasiones.80
En Puerto Príncipe, la prensa haitiana se solidarizó con el caso de Miolán, presionando al presidente Stenio Vincent (1930-1941), conocido por su docilidad ante Trujillo, para que no autorizara su extradición a la República Dominicana.81 Según él, la dictadura no le “perdonaba” que hubiese participado en un complot para asesinar al tirano, lo cual justificó su inmediata salida de suelo haitiano, ya que temía por su vida.
El autor recuerda que su familia había decidido mantener una vigilancia nocturna en la cárcel, evitando que lo sacaran sorpresivamente de noche y lo entregaran a la policía dominicana.82 Por tal motivo, Miolán acusa al Dr. Moisés García Mella, embajador dominicano en Haití, de maltratarlo verbalmente debido a su posición de exiliarse en Cuba, ya que el diplomático trujillista quería enviarlo a Jamaica.
El embajador [García Mella] buscaba enviarme a un país donde estuviera aislado y se hablara un idioma diferente al mío. La tiranía buscaba atarme de pies y manos. Siguiendo su política criminal de crear las condiciones para poder eliminarme sin mayores complicaciones.83
Además, señala que el Dr. García Mella perseguía y enviaba a los exiliados antitrujillistas hacia los pueblos que estaban más distantes de la frontera domínico-haitiana, como una manera de controlar sus actividades políticas.
El autor, a pesar de su corta estadía en las cárceles haitianas, cree tener “datos” importantes sobre el exilio dominicano en dicho país. De acuerdo con Miolán:
El régimen trujillista trataba de desacreditar a sus enemigos, haciéndolos aparecer como espías a su servicio, asegurando que recibían sueldos de ese gobierno. En las filas del exilio dominicano antitrujillista fueron muchos los que murieron de inanición por falta de trabajo y de recursos. Fue un exilio digno.84
En todo caso, el escritor de Memorias desea “aclarar” que en Haití la mayoría de los exiliados antitrujillistas eran personas que no tenían riquezas ni preparación profesional.
Vale la pena repetir que el exilio dominicano antitrujillista se dispersó por varios países de América, escribiendo pá ginas hermosas de patriotismo y honestidad. Fue un exilio pobre, que mantuvo su protesta, no obstante, las condiciones desastrosas en que tuvo que vivir. Muchos fueron los exiliados que cayeron muertos de hambre, en varias capitales de América, durante los 31 años de la Era de Trujillo. 85
Nuevamente, Miolán sustituye un recuerdo por otro, ya que no todos los desterrados dominicanos fueron leales y pobres, creando un falso argumento histórico. Por lo tanto, reprime su memoria para justificar su salvoconducto hacia Cuba, en donde se inició como líder antitrujillista en 1934.86 Al tratar de evocar sus recuerdos traumáticos, el autor se siente un adversario “digno” de estima, convencido de que sus heridas son necesarias para seguir viviendo en la posteridad.
La indiferencia con que se ha tratado el más hermoso de los movimientos de rebeldía antitrujillista que ha tenido lugar en el país, es lamentable. Valdría la pena que a nivel público o privado surgiera una iniciativa conducente a la realización de un estudio sistematizado de la rebelión juvenil en contra de la tiranía, que durante cinco años tuvo lugar en Santiago. Solamente los que vivieron la Era de Trujillo pueden darse una idea de cómo era su espionaje, su persecución y su tortura.87
Por tal motivo, en su narración exige un espacio “digno” para esta primera generación de patriotas antitrujillistas, debido a que la voluntad política del movimiento de Santiago estaba dirigida “a una vida de progreso y desarrollo, y no de tiros, muertos y velorios”.88
Curiosamente, éste era el mismo reclamo de los intelectuales que apoyaron a Trujillo, ya que veían en la mano fuerte del “Jefe” la oportunidad para acabar con los antiguos males de la República.89 De hecho, en Memorias de un cortesano de la Era de Trujillo, Balaguer comenta: “todos nos inclinamos satisfechos e indiferentes al paso del hombre que ya se perfilaba en el horizonte como un mandamás de agallas no comunes”.90 En la memoria, tanto de salvación como de ruptura, la persona repite constantemente los mismos datos, olvidando lo que realmente sabe, para no tener que lidiar con los aspectos más mórbidos de su vida.91 De modo que la memoria siempre reclama su propio tiempo, un tiempo de duelo y de reconciliación, en el que se pueden justificar todos los recuerdos.
Además, existe una extraña concepción de que la memoria emblemática sirve de ejemplo, como si fuera una prueba de “virtud”, con la cual se pueden ofrecer lecciones de moral. Stern señala que la memoria emblemática “nace y adquiere su influencia a través de esfuerzos múltiples, conflictivos y competitivos de dar sentido a las grandes experiencias humanas, como traumas y virajes históricos”.92 El problema es que Stern no reconoce que los términos o la selección de las memorias emblemáticas son invenciones arbitrarias que tienen la intención de influir o de manipular los procesos históricos de la sociedad. La memoria, como el olvido, es una necesidad, no hay duda de eso; lo importante es no caer en la trampa de su inocencia.93
Como es una estrategia, la memoria emblemática necesita “convencer” a los demás de que sus experiencias son “buenas”. En los relatos autobiográficos, opera más que menos una relación de olvido, distorsión y falsificación de eventos originales y sugeridos, lo cual es un asunto delicado de trabajar, ya que los usos de los recuerdos revelan la existencia de grietas en la identidad del denunciante.94 Al exiliado le resulta difícil superar las heridas del pasado, sintiéndose constantemente amenazado por el curso de la historia. Es por ello que el autor de la memoria emblemática no se cansa de señalar a los causantes de su dolor, a los que arruinaron su vida, para conservar su identidad personal y colectiva.
Sin embargo, el que narra, en este caso Miolán, no quiere reconocer que la memoria escrita, más que una reflexión, es una inflexión que termina deformando y debilitando los conceptos que se desean comunicar. La memoria emblemática, para conservar su identidad amenazada, abusa de la propia selección de los acontecimientos traumáticos, ya que el sujeto piensa que su argumento es “perfecto”, y que si se intenta compararlo con otros casos, se estarían ofendiendo sus recuerdos, pues vive de la intensidad de sus heridas, con las cuales puede seguir atenuando sus pérdidas sociales y emocionales.95 En su afán de conmemorar a los héroes de las luchas antitrujillistas, Miolán encuentra en las heridas de la memoria una historia sin huella ni futuro. Desde esta perspectiva, el problema no es de aquellos que se quedaron y no lucharon durante la dictadura de Trujillo, sino de los que regresaron y sintieron que el país los había borrado de su memoria.