Revista ECOS UASD, Año XXX, Vol. 2, No. 26, julio-diciembre de 2023. ISSN Impreso: 2310-0680. ISSN Electrónico: 2676-0797 • Sitio web: https://revistas.uasd.edu.do/

En torno al Caribe, una aproximación a su definición

Around the Caribbean, an approach to its definition

DOI: https://doi.org/10.51274/ecos.v30i26.pp17-30

Historiador y educador dominicano. Licenciado en Historia por la Universidad Autónoma de Santo Domingo y profesor titular de la misma. Posgrado en Ciencias Sociales con Especialidad en Relaciones Internacionales para el área del Caribe, ofrecido por la FLACSO y el Instituto Tecnológico de Santo Domingo (INTEC). Egresado del programa de Maestría en Estudios del Caribe auspiciada por el Instituto de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe y la UASD. Diplomado en Estudios Avanzados por la Universidad de Servilla. Miembro correspondiente de la Academia Dominicana de la Historia y colaborador de las revistas Clío, Ecos e Historia.  Emial: [email protected]. Orcid: https://orcid.org/0009-0004-6914-7841

Recibido: Aprobado:

UASD Jurnals - Open Access

Cómo citar: Martínez, H.L. 2023. «En torno al Caribe, una aproximación a su definición». Revista ECOSUASD 30 (26):17-30. https://doi.org/10.51274/ecos.v30i26.pp17-30

Resumen

Las ideas centrales de este artículo fueron presentadas en formato conferencia en el seminario Historia y cultura en el Caribe, organizado por la Sección Nacional del Instituto Panamericano de Geografía e Historia, en agosto de 2015, desarrollado en la Biblioteca Pedro Mir de la Universidad Autónoma de Santo Domingo. Su contenido, ampliado y afinado para la ocasión, se concentra en el examen de las denominaciones del Caribe defendidas en diferentes contextos por geógrafos, geólogos, antropólogos, historiadores y analistas internacionales. También cuentan ciertas valoraciones expresadas por sujetos que desde el ámbito gubernamental o particular han incidido en la toma de decisiones que históricamente explican la connotación política y social del Caribe, combinada con su orientación geográfica o natural. A partir de esta simbiosis, se presentan detalles generales del Caribe geográfico, etnohistórico y geopolítico, así como de sus derivaciones.


Palabras clave:

Mar Caribe o de las Antillas, cartografía, colonias, Caribe continental, potencias marítimas, frontera imperial, neoimperialismo.

Abstract

The central ideas of this article were presented in conference format at the seminar “Historia y cultura en el Caribe” (Caribbean History and Culture), organized by the Dominican National Section of the Pan American Institute of Geography and History, in August 2015; and developed at the Pedro Mir Library, located at “Universidad Autónoma de Santo Domingo”. Its content, expanded, and refined for the occasion, focuses on the examination of the different denominations of the Caribbean defended in different contexts by geographers, geologists, anthropologists, historians, and international analysts. It also takes into consideration the assessments expressed by subjects who, from the governmental or private sphere, have influenced the decision making process that historically explains the political and social connotation of the Caribbean, combined with its geographic or natural orientation. From this symbiosis, general details of the geographic, ethnohistoric and geopolitical Caribbean, as well as its derivations, are presented.

Keywords:

Caribbean or West Indies Sea, cartography, colonies, continental Caribbean, maritime powers, imperial frontier, neo-imperialism.

Para definir el Caribe

“El Caribe es como la vida misma, contradictorio y hermoso, mísero y rico, duro y generoso”.

Juan Bosch, Póker de espanto en el Caribe (1955).

Como reflejo de las dificultades que afloran al momento de formular una definición del Caribe, Quince Duncan, intelectual costarricense, afrodescendiente, plantea con propiedad que el Caribe es más que un mar. Que ha sido foco de rivalidad entre las potencias de ayer y las de hoy, y es diversidad e identidad cultural única.[1] Su afirmación se sustenta en el hecho de que aproximarse a una definición adecuada del Caribe sólo es posible si se parte de la combinación de lo meramente físico, que se presenta cual constante insoslayable con el elemento humano, cuya esencia es dinámica y cambiante. El primer aspecto tiene que ver con la influencia del espacio, y se presenta implicando límites naturales como las formas del relieve, climas, suelos, flora y fauna. En segundo lugar, figura la incidencia de factores como el idioma, la cultura, la historia, la geoeconomía, la política, la diáspora y la participación de los países caribeños en organismos regionales. Estos elementos representan puntos de partida históricamente determinados en las diferentes invenciones que, al decir de Jean Casimir, Antonio Gaztambide, Norman Girvan y otros, se expresan cuando se requiere una denominación de la región.

Tan variados resultan los intereses que inciden en la conceptualización del Caribe, que geógrafos, historiadores, antropólogos e internacionalistas asumen su redefinición o reinterpretación de manera constante. Una de ellas, relativamente reciente, es la afirmación del historiador puertorriqueño Antonio Gaztambide-Geigel en el sentido de que “el Caribe es una categoría sociohistórica que nombra una zona cultural caracterizada por el legado esclavista y el sistema de plantación.”[2] De esta idea se infiere, siguiendo a Andrzej Dembicz, la existencia de varios caribes yuxtapuestos entre sí.

El mar Caribe

El territorio de las islas bañadas por el mar Caribe tiene una extensión aproximada de 238 mil km2, equivalentes a las dos terceras partes del reino de Castilla. De esta cifra, 212 mil cubren las Grandes Antillas, y 26 mil a las Menores, Bahamas, Margarita y Tortuga. Su extensión es varias veces mayor que la superficie de los archipiélagos de Europa y, si se suma al golfo de México, supera la del Mediterráneo en más del 59%.[3]

Para Camille Vallaux, prestante geógrafo francés, afirma que las aguas del mar Caribe tienen más nutrientes que las del Atlántico en su proximidad con las Antillas. En ciertas zonas, uno de los factores que inciden en esta realidad son las sales que aportan los sedimentos de los ríos Magdalena, Amazonas y Orinoco. En rol de oceanógrafo, Vallaux sostuvo que ambos se benefician casi en la misma escala de la perpendicularidad de los rayos solares, pero que, por su condición tropical, en el Caribe las temperaturas son mayores que las del Atlántico durante todo el año. Estas temperaturas, combinadas con las de la atmósfera, también explican los grados de salinidad de dicho mar.

Entre los rasgos más importantes del Caribe están su condición de puerta atlántica del canal interoceánico de Panamá y la presencia en sus límites de la principal fosa de toda el área, la de Barlett. Esta tiene una profundidad superior a los siete mil metros y se extiende desde el sur de Santiago de Cuba hasta la isla Caimán. Otras dimensiones tienen que ver con la longitud y la anchura. En el primer caso, la mayor distancia del Caribe es de 2,800 kilómetros, desde la isla Trinidad hasta el cabo San Antonio, en Cuba; y su punto más ancho cubre unos 1,550 kilómetros medidos de sur a norte, entre el golfo de Mosquitos, en Panamá, y el golfo de Batabanó, en Cuba.[4]

Primeras denominaciones del Caribe

El uso del término caribe aparece en los registros realizados por Cristóbal Colón acerca de sus dos primeros viajes, a finales de 1492 y de 1493. Con esta palabra nombró a los indígenas contactados al este de las Antillas y parte de la costa norte de América del Sur, describiéndolos como caníbales o antropófagos, bravos e irreductibles.[5] También eran descritos como salvajes, buenos para cualquier trabajo, bien proporcionados y muy inteligentes.[6]

Desde el ámbito de la cartografía, en los aprestos del plan colombino se idealizó el suelo americano regado por las “mares oceánicas”. En los hechos, las primeras impresiones de la expansión europea significaron el uso de topónimos claramente diferenciados en las islas y mar recién conocidos, y en su gente. El término mares oceánicas, recogido con sentido genérico en las Capitulaciones de Santa Fe, sufrió prontas modificaciones de género y número. Desde 1561, Rusolli utilizó el término “mar océano” para referirse al Caribe en su mapa de Cuba, seguido en 1590 por Thomasso Porcachi, quien había impreso un atlas en 1571.

De manera premonitoria, apunta Mario Hernández Sánchez-Barba, el mundo fantástico de la cartografía de la Edad Media cristiana había creado el nombre de Antillia.[7] Para ciertos historiadores, esta referencia llevó a Pedro Mártir de Anglería a nombrar como Antillas a los territorios insulares ocupados por Cristóbal Colón. Tan temprano como en 1550, la cartografía francesa también hizo uso del concepto “Mer des antilles” alternado con el nombre de mar de los Caribes. A estas denominaciones siguió la de Golfo de Tierra Firme, propuesta a finales del siglo XVI por el cosmógrafo y cronista, Juan López de Velasco, en su obra: Geografía y descripción general de las Indias, desde el año de 1571 al de 1574; publicada en 1894 por Justo Saragoza. Los mayores detalles de esta descripción se concentran en la parte andina de Suramérica y en Nueva España. El uso de estos términos se generalizó a partir del siglo XVII con predominio hasta bien entrado el siglo XIX.

Desde los inicios del siglo XVII, anglosajones y angloamericanos se limitaron a traducir a la lengua inglesa una de las versiones españolas sobre el Caribe, se trata de Caribbean Sea, y el de Caribby islands para referirse a las Antillas menores. De ese modo, administradores, colonos y marineros angloparlantes comenzaron a trasladar poco a poco el nombre de los antiguos dueños de las islas al mar que ellas delimitaban.[8] Con el paso del tiempo, entre los británicos se impuso el nombre de West Indies. Igual hizo Estados Unidos al traducir la versión francesa como Antillean Sea. Estos términos fueron asumidos por la cartografía francesa e inglesa durante todo el siglo XVIII. Mientras, la difusión del concepto mar Caribe que comenzaba con lentitud desde el último cuarto del siglo, progresó poco durante los estados nuevos de la emancipación y alternó su uso con el de mar de las Antillas desde 1860. Desde los resultados de la Guerra Hispano-cubano-norteamericana de 1898, el Caribe fue reinterpretado como el patio trasero de Estados Unidos con el respaldo del presidente Roosevelt y su corolario a la doctrina Monroe.

A pesar de su condición de mar convergente o mediterráneo, por tradición, el mar Caribe ha sido poco explotado, particularmente en lo concerniente a la isla de Santo Domingo. Entre las múltiples razones que explican el desdén por el mar destacan la falta de tradición marítima, el sedentarismo predominante hasta mediados del pasado siglo XX, la pobre asunción de lo insular, una serie de prejuicios alimenticios y la superada limitación de la cultura culinaria caribeña. A esto se suma la falta de atenciones orientadas a la inversión de capitales para el efectivo provecho de sus recursos. Al día de hoy, en el Caribe es tarea impuesta el romper con la falta de “habilidades, conocimientos, actitudes e interés en las cosas del mar.” Cinco siglos de historia colonial explican esta irracionalidad acerca de la ignorancia de la insularidad presente en gran parte de los caribeños, siendo Cuba, a partir de la revolución de 1959, el ejemplo de ruptura con esta realidad.

El Caribe insular

Las aguas del mar Caribe bañan territorios insulares y continentales. Sus litorales, su variedad climática y la diversidad de sus recursos naturales han sido aprovechados desde los asentamientos humanos iniciados en el continente hace miles de años. En tiempos más recientes, esta condición geográfica fue humanizada a partir de factores como la expansión europea iniciada por Cristóbal Colón a finales del siglo XV y de sus resultados sociales, económicos, políticos y culturales.

Desde finales del siglo XV, en el Caribe interactuaron los blancos de Europa, los nativos de América (indios) y los negros esclavizados de África. El cruce de estos continentes dio origen a una civilización distinta, definida por Simón Bolívar al término de sus grandes jornadas por la emancipación de Suramérica, como “una pequeña especie humana”.

Para los tratadistas ingleses, el Caribe insular se limitaba a las antiguas colonias de Inglaterra, denominadas West Indies (Indias Occidentales). Hoy se refieren a los estados miembros de la Comunidad del Caribe (CARICOM), y suelen usar el término The Wider Caribbean (Caribe Mayor, Gran Caribe) para referir a los demás miembros del Caribe. Por oposición a este criterio limitado a la metrópoli y su lengua, durante el decenio 1960 fueron planteadas las referencias que tienen que ver con una orientación etnohistórica. Esta implicó una nueva visión del Caribe propuesta a partir de la economía de plantaciones: historia y cultura, que incluye a los países no hispánicos con proceso histórico común. En este caso, “vale incluir a las Guyanas, a Belize, a las Bahamas y las Bermudas”.[9]

Entre los inspiradores de esta nueva orientación conceptual figura el antropólogo norteamericano Charles Wagley, quien publicó en 1957 el ensayo titulado Plantación latina: Una esfera cultural. Mientras, el libro Los jacobinos negros, Toussaint L´ouverture y la Revolución de Haití, publicado en 1938 por el trinitense C. L. Robert James, militante del movimiento nacionalista, ejerció gran influencia entre los intelectuales del Caribe anglófono al ser reeditado en 1962 con el título: From Toussaint L´ouverture to Fidel Castro. Esta obra pionera desempolvó la historia del Caribe, la sacó del anonimato al explicar su importancia en el desarrollo de la historia trasatlántica desde una perspectiva económica, social y política.[10]

Otro militante de dicho movimiento, el historiador Eric Williams, Primer Ministro de Trinidad y Tobago durante el período 1962-1981, tocado por James Robert desde 1944, asumió el término Caribe en From Colombus to Fidel Castro (1970), al subtitularlo: La historia del Caribe, 1492-1969. Tres años después de esta publicación, su país reconoció al régimen socialista cubano que lideraba Fidel Castro. Williams analiza la relación entre esclavitud, comercio de esclavos y el auge del capitalismo industrial británico desde el Caribe insular. En algunos casos, sigue las pautas ponderadas tres años antes por Lloyd Best, académico de Trinidad, que amplió el concepto colonial acerca del Caribe en su libro Teoría económica de la plantación. Para este: (…) es cierto que el Caribe incluye las Antillas –mayores y menores– y las Guyanas (…) pero muchas veces también incluye el litoral que rodea nuestro mar (…), lo que estamos tratando de abarcar en nuestro esquema es el fundamento cultural, social, político y económico de la plantación de azúcar, variante del pensamiento colonial.[11]

Se entiende que la cobertura del Caribe se ve considerablemente reducida si sólo se aborda desde el aspecto sociocultural. Los tutelajes coloniales conocidos por la zona durante los diferentes momentos expansivos del capitalismo permiten caracterizar un bloque singular en el Caribe, diferenciado social y culturalmente de otras áreas regionales. Según Sidney Mintz, antropólogo norteamericano, trece rasgos explican la singularidad aludida. De ellos, baste destacar como muestra la presencia común de una economía de tierras bajas, subtropicales o insulares, una rápida exterminación de la población nativa y la constitución de pueblos nuevos, una esfera del capitalismo agrícola europeo basado en la plantación esclavista, un desarrollo de estructuras sociales insulares con una marcada diferenciación en el acceso a la tierra, a la riqueza y al poder político, en el uso de diferencias físicas como marcadores de estatus.[12] Desde esta perspectiva, Mintz también asume el juego entre las plantaciones y la agricultura en pequeña escala, la introducción sucesiva de masivas poblaciones nuevas de “extranjeros” en los sectores más bajos de las estructuras sociales insulares; la ausencia de identidad de ideología de identidad nacional, base para la articulación de las masas; la persistencia del colonialismo y, por último, el alto grado de individualización en la organización socioeconómica del Caribe.

La definición del Caribe a partir de las ideas de Mintz tiene mayor amplitud en el concepto de la América de la plantación, planteado por Charles Wagley en los términos siguientes:

“… nuestra definición geográfica de Caribe incluye todas aquellas áreas en, alrededor y cerca del mar Caribe, que han permanecido en los últimos cuatrocientos cincuenta años bajo la influencia de la plantación azucarera y de su característica cultura y modo de organización social y económica. Esto incluye todas las islas caribeñas, las Guayanas (inglesa, francesa y holandesa), el nordeste de Brasil, parte de las áreas costeras de Venezuela, Colombia y América Central, y regiones sureñas de los Estados Unidos”.13

En la definición etnográfica del Caribe se aprecia una multiplicidad de culturas expresadas, según Lloyd Best, en las oleadas migratorias que, durante cuatro siglos, y de manera forzosa, llegaron a la región. Cada oleada trajo consigo, aportó y se nutrió de la cultura como patrimonio simbólico de los patrones de pensamiento y conocimientos manifiestos mediante la conducta social e ideológica, la comunicación simbólica y la experiencia resumida en sistemas de conocimientos, creencias y valores.[13] Su línea de pensamiento guarda relación con Darsy Ribeiro, Roberto Martínez Furé, Antonio Gaztambide-Geigel, René Depestre, Frank Báez Evertsz, y otros. En ciertos casos, la difusión cultural y económica supera los límites naturales, por lo que, según el estadounidense R. Porten Allen, el Caribe llega “hasta donde suenan las maracas.” Este criterio implica una delimitación artificial e imprecisa, pues la organización socioeconómica del Caribe en sentido amplio va más allá de la cultura de la yuca, del maíz o de un instrumento folclórico tan expandido como las maracas, por eso se deben tomar en cuenta todos los territorios nacionales independientemente de que parezcan completamente caribeños de punta a punta, o de que tengan su contacto tanto con el Caribe, como con el Amazonas.[14]

El Caribe continental

Hasta mediados del siglo XIX, los países continentales eran considerados parte del Caribe, y así se asumían, pero a finales de ese siglo la cartografía cambió. A las aguas de tierra firme se les empezó a identificar como océano Atlántico, lo que provocó la fragmentación del espacio Caribe, la pérdida del sentido de unidad y el alejamiento de su verdadera e histórica dimensión espacial definida por la conquista y colonización española.

Para Andrzej Dembicz, geógrafo polaco, la ponderación en sentido estricto de los factores físicos, políticos, económicos y culturales, sólo permite incluir en el Caribe a las tierras insulares y continentales que baña el oriente de la península de Yucatán, Estado de Quintana Roo en la actualidad, pero no a México en su conjunto; a la provincia de Limón, pero no a Costa Rica, o el litoral caribeño de Venezuela, pero no a la Guyana venezolana o los Llanos de Meta, en Colombia.[15] Esta afirmación choca con el criterio de Ángel Bassols Batalla, prestante geógrafo mexicano, quien respalda la definición del Caribe en su sentido más amplio y asume el criterio de que su país pertenece, por su sola posición geográfica, no sólo al ámbito del Norte y Centroamérica, sino también al del Caribe. En consecuencia, para Batalla, será de esperarse que los mexicanos concedieran al Caribe tanta o más importancia que a Sudamérica y desde luego mucho más que a Europa y al Oriente.[16] Lo de la comparación sólo es exageración.

El sentido caribeño fue recobrado a partir de los años 60 gracias a factores políticos y al boom de la literatura latinoamericana. Gabriel García Márquez, por ejemplo, contribuyó bastante a la reconstrucción del sentir geográfico de los territorios continentales del Caribe, a su reconocimiento, tanto en lo físico como en lo cultural, como parte inseparable del Caribe. De él destacan sus relaciones con la intelectualidad progresista de la región, quizá resumidas en su expresión: el Caribe es el único mundo en que no me siento extranjero y donde pienso mejor,[17] y en la calificación del libro De Cristóbal Colón a Fidel Castro: el Caribe, frontera imperial, escrito por Juan Bosch; como una obra monumental. En esa tendencia, las academias también jugaron un papel importante al propiciar un espacio de discusión con la creación de cátedras, programas de posgrado, seminarios, entre otras iniciativas acerca del Caribe.

El gran Caribe

Antonio Benítez Rojo, novelista y ensayista cubano (1995), afirma que, desde el punto de vista estrictamente geográfico, el Caribe está compuesto por las Antillas Mayores y las Antillas Menores (Barlovento y Sotavento), y los territorios que lo bordean, sin tomar en cuenta los que dan hacia el golfo de México, las Bahamas, Barbados, Guayana, Cayenne y Suriname. Tampoco lo serían Honduras, Nicaragua, Costa Rica y Panamá (salvo la ciudad de Colón), ni El Salvador.

Estas limitaciones quedan superadas por la definición desde la perspectiva geográfico-marítima presentada por el Sistema Económico Latinoamericano (SELA), que incluye como componentes del Caribe a las Antillas, a México, a toda Centroamérica, Colombia, Venezuela, Guyana, Suriname y Guayana Francesa. La inclusión del golfo de México en esta definición justifica el nombre de Mediterráneo Americano dado por Alejandro Humboldt a esta unidad marítima. Sánchez Hernández asume a los oceanógrafos que validan el concepto Mediterráneo tropical, pero tomando en cuenta la Florida hasta la desembocadura al oeste del Orinoco. Su extensión es de unos 4,5 millones de kilómetros cuadrados, contra los 2,9 del Mediterráneo euroasiático-africano,[18] de los cuales 2,6 millones pertenecen al mar Caribe y el resto al golfo (...) lo que permite hablar de un Mediterráneo caribeño-mexicano.[19]

Dicho concepto también tiene la aprobación de geólogos tan notables como Arthur Meyerhoff, quien afirmó en 1933 que el Caribe constituye un Mediterráneo con muchas analogías interesantes y algunas sorprendentes con la Cuenca mediterránea de Europa. Se encuentra dentro de uno de los dos activos sísmicos y volcánicos de las zonas que rodean la tierra. Para Meyerhoff, la región del Caribe en su conjunto puede dividirse en cuatro provincias: América Central, la frontera caribeña de América del Sur, las Antillas Menores y Mayores.[20] Con la inclusión de México, este criterio se aproxima al concepto de América Media o Mesoamérica propuesto formalmente por Paul Kirchhoff en la obra: Mesoamérica: sus límites geográficos, composición étnica y caracteres culturales (1943), y retomado por F. West y J. Augelli en: América Media, sus islas y sus pueblos (1966). Ambas conjugan lo geográfico con lo etnográfico.

Bassols Batalla, plantea la definición geográfica del Caribe en su sentido más amplio como factor en la delimitación de los diferentes Estados de la región. Haciendo provecho de este criterio, Michael Manley, en el ejercicio de sus funciones como primer ministro de Jamaica, con el interés de “romper con el aislamiento económico en que se encontraba esta isla respecto a los países vecinos”, planteó la inclusión de Brasil como parte del Caribe. Esta posición tuvo poco respaldo en el ámbito académico. Andrzej Dembicz, por ejemplo, destaca entre sus opositores más convencidos. Para él,

Brasil no cabe en el mundo caribeño.[21]

Llama la atención el criterio de Shridath Ramphal, académico y político guyanés, en torno a la definición del Caribe. Este combina los factores geográficos con ciertos nexos coloniales, al plantear su delimitación a partir de tres momentos. Para él, existe un Caribe viejo y un Caribe emergente. El primero, compuesto por Cuba, Haití y República Dominicana, obviando inexplicablemente a Puerto Rico. En el segundo, incluye los territorios que fueron colonia británica u holandesa, junto a los territorios caribeños afectados todavía por la dominación colonial. En un tercer momento destacan Centro y Suramérica, desde México hasta Venezuela.[22] Para el entonces ministro de Justicia de Guyana, Puerto Rico forma parte del Caribe emergente, de modo que su estatus con respecto a los Estados Unidos incide más que varios siglos de dominación colonial compartidos con Cuba y Santo Domingo. Si los efectos de los procesos de emancipación implican un Caribe “viejo”, entonces, tampoco cabría Cuba en dicho esquema. Sencillamente, la primera parte de la proposición de Ramphal resulta inconsistente.

Juan Bosch favorece la definición geográfica del Caribe en su contenido más amplio, pero rechaza que algunos países de América Central llamen Atlántico a este mar, definido por los territorios ocupados por España entre 1492 y 1518. Según él, el Gran Caribe está compuesto por las islas antillanas que van en forma de cadena desde el canal de Yucatán hasta el golfo de Paria, la tierra continental de Venezuela, Colombia, Panamá y Costa Rica, la de Nicaragua, Honduras, Guatemala, Belice y Yucatán, y las islas, islotes, y cayos comprendidos en esos límites.[23] Este criterio es aceptado por la mayoría de los historiadores hispanos, con la diferencia de que Bosch no incluye las Bahamas en el Caribe porque no fue parte de la frontera imperial. Desde este punto de vista, entonces habría que incluir a El Salvador. Para Michael Manley, esto no es posible porque para ser parte del Caribe no basta con pertenecer a la región, lo primario es que el territorio en cuestión sea bañado por sus costas.[24]

El Caribe: frontera imperial

El imperio español se extendió desde el sur de los actuales Estados Unidos hasta la Tierra del Fuego. Su punto de inicio fue La Española, y desde esta isla pasó a Cuba, Puerto Rico y Jamaica. Sólo se interesó por las Isla Grandes, las pequeñas, por no tener oro, las consideró inútiles. Inicialmente, sus riquezas saciaron la sed de expansión del capitalismo, a cambio del exterminio de la población nativa. Así sucedió en La Española, donde, a decir de Gonzalo Fernández de Oviedo, sólo existían unos 500 indios puros hacia 1550. En cuanto a las Antillas Menores, desde los primeros decenios del siglo XVII, franceses e ingleses auspiciaron un proceso de exterminio tan acelerado que, según Darcy Ribeiro, dio paso a la formación de pueblos nuevos.

Con el reinado de Felipe II, el Caribe quedó sometido al abandono. Esto se debió, en parte, a su concentración en el conflicto que libraba con la reina Isabel I, de Gran Bretaña, que había pasado de aliada a enemiga de la corona española. Durante esa época el aparato productivo de España acentuó sus debilidades frente a sus vecinos de Europa occidental. Alrededor del 85% de su consumo era suplido por las importaciones, lo que impedía suministrar las mercancías que demandaban sus colonias en el Caribe. Esta situación abrió las puertas a la competencia inglesa, holandesa y francesa por penetrar la hegemonía de España en la región, siendo la villa de Puerto Plata, situada al norte de La Española, el escenario de los primeros contactos a partir de 1560. Sus costas, como las de Montecristi, servían de escala a marinos y mercaderes ingleses que traían ilegalmente sus productos a la ´banda´ norte. John Hawkins, precedido por los viajes de “reconocimiento” del Caribe realizados por John Rut entre 1528 y 1540, figura entre los iniciadores de esta práctica.

Por lo dicho, el contrabando se adueñó en poco tiempo del Caribe, dejando en España el temor por la pérdida del control de Cuba, Puerto Rico y Santo Domingo. Su práctica, lejos de ser controlada, se estimuló con el inicio del siglo XVII, época en que Francia, Inglaterra y Holanda, atraídas por las riquezas de las “Indias Occidentales”, buscaron solucionar sus diferencias con España atacando sus embarcaciones y sus posesiones caribeñas. Corsarios y piratas, con apoyo oficial o por cuenta propia, se convirtieron en ¨depredadores del mar¨, lo que derivó en el interés de sus países por la colonización de las Antillas.

Esta situación facilitó la división del Caribe en diferentes zonas de influencia. Jamaica, Bahamas, Belice (hoy Honduras Británicas) y Barbados, quedaron en poder de los ingleses, quienes también iniciaban sus expediciones en América del Norte. Mientras, Francia imponía su dominio en las islas Martinica, Guadalupe y Tortuga, situada en la costa noroccidental de la isla de Santo Domingo. Entre 1625 y 1632, franceses e ingleses tomaron Santa Cruz, Nevis, Antigua, Tobago, Santa Lucía y Montserrat. Holanda, que desde 1630 dominaba el transporte de los productos intercambiados entre Europa y las Indias Occidentales, había logrado el reconocimiento de su presencia en Aruba, Curazao, Bonaire, Saba, San Martín y San Eustaquio mediante la firma con España del tratado de Munster, en 1648. Parte importante de los resultados del contrabando que se practicaba en el Caribe se concentraba en estas posesiones de Holanda, cuyo punto de operaciones más importante fue la isla de Curazao por sus recursos salinos, producto de gran valor en Europa.

En este reparto de las islas del Caribe participaron las compañías Holandesa de las Indias Occidentales, de San Cristóbal, de Londres, de Plymouth, de las Islas de las Indias Occidentales, de las Islas de América, y otras. Estas fueron empresas marítimas formadas con el fin de ser parte, fuera por compra o sometimiento, del control de la región. En principio, contando con el aval imperial de sus países, los recursos para la preparación de las flotas eran aportados por los almirantes de las expediciones y particulares, lo que los convertían en propietarios de los territorios sometidos. En el caso de la Compañía Holandesa, en 1662, de 150 barcos dedicados al comercio con las Indias Occidentales, unos 120 les pertenecían, lo que refleja que este mar era una especie de canal holandés.[25]

La solidez del dominio logrado desde 1620 por Inglaterra, Francia y Holanda en las Antillas, puso en claro la incapacidad defensiva de España, al tiempo que mermó las posibilidades de proteger sus colonias durante el siglo siguiente. Eso explica la concentración de los franceses e ingleses en desplazar a España del control de La Habana, del golfo de México, de la Florida y de otros territorios. El acoso se extendió hasta la definición de la Guerra de los Diez Años en 1763. Decenios después, se sumó la colocación del interés por el Caribe en la agenda de la política exterior de Estados Unidos. Thomas Jefferson, su precursor, advirtió en 1805 que Cuba sería la agregación más cara para su país. Su posición, extendida a todo el continente, tiene por sucesores a James Madison, a John Quincy Adams, a James Monroe y a todos los ´corolarios´ que hasta hoy ha tenido su doctrina.

Como se ha establecido, desde los inicios del siglo XVII, España se vio precisada a revalorizar el Caribe ante el acoso de sus estados rivales y las pugnas por el control del Caribe. Con acierto, Arturo Morales Carrión interpretó la importancia de las fronteras que se delimitaban. Sus ideas están plasmadas en las obras: Puerto Rico y el Caribe no hispano: un estudio sobre el declive del exclusivismo español, y la que fuera su tesis doctoral: Puerto Rico y la lucha por la hegemonía en el Caribe: colonialismo y contrabando durante los siglos XVI y XVII, publicadas en 1952 y 1968, respectivamente. Estas obras son pioneras en la historiografía de la región que parte del contexto de la historia de Europa al estudiar el Caribe. Con ellas, el historiador y diplomático puertorriqueño anticipó su visión del Caribe como frontera de las luchas imperiales en que España se enfrentó a Francia, Holanda e Inglaterra. También se adelantó a los trabajos que décadas más tarde produjeron Eric Williams, Juan

Bosch y José Luciano Franco, entre otros.[26]Para Morales Carrión:

“… las Antillas son un complejo mosaico, atravesado en todas sus coordenadas, de gran diversidad étnica y, por tanto, de variadas expresiones culturales. Históricamente, son el producto de las luchas de poder entre las grandes potencias marítimas, en la cual cada isla es ferozmente atacada y tenazmente defendida. Ninguna comunidad del archipiélago pudo desarrollarse aislada, o sin verse afectada, de los ciclos de conflictos bélicos entre las potencias imperiales europeas.[27]

La condición de frontera imperial con que históricamente se distingue la región quedó formalizada con sentido académico por Juan Bosch en su libro: De Cristóbal Colón a Fidel Castro: El Caribe, frontera imperial. En sus originales, Bosch tituló su libro: El Caribe, frontera imperial, lo que refleja la importancia que daba a este concepto, como punto de partida e idea central de la obra. El título conocido resultó por iniciativa de la casa editorial Alfaguara,[28] buscando quizá hacer provecho de la atención que despertaba la Revolución cubana en todo el mundo. La estructura del título de esta obra, como el de Eric Williams, conocido como De Colón a Fidel Castro, historia del Caribe, 1492-1967; tiene como precedente el conocido en 1962 como De Toussaint L´ouverture a Fidel Castro, escrita por Robert James. Esta obra, como ya se ha referido, había sido publicada en 1938 con el título: Los jacobinos negros. ¿Acaso la fortaleza de la figura de Fidel Castro hacía tendencia entre las editoras?

En la obra de Bosch, concebida para el gran público, no para eruditos, según su confesión, se define la historia del Caribe “como la historia de las luchas de los imperios contra los pueblos de la región para arrebatarles sus ricas tierras. Es también la lucha de los imperios, unos contra otros, para arrebatarse porciones que cada uno de ellos había conquistado; y es, por último, la historia de los pueblos del Caribe para libertarse de sus amos imperiales.[29]

Para Bosch, la primera fase de la frontera imperial inició “a finales de 1493 con la llegada en son de conquista del segundo viaje de Colón a las islas del Caribe, y seguía siendo frontera imperial cuando llegó a las costas de la antigua Española la última expedición militar extranjera, la norteamericana, que desembarcó en Santo Domingo el 28 de abril de 1965”.[30] En la primera fase, se trataba de la transición de lo incierto al conocimiento del mundo nuevo iniciada por la corona española desde finales del siglo XV, y consolidada hacia 1584. Su prolongación y control abarca hasta el primer cuarto del siglo XVII. A partir de entonces se inició el ya ponderado desmembramiento del Caribe con las incursiones inglesas en San Cristóbal y demás islas de las Antillas menores, ocupadas también por franceses y holandeses. España fue incapaz de asumir con éxito la defensa de sus colonias en la región, en ocasiones, ni siquiera presentó resistencia. Por esta debilidad en el plano militar, sumada a la resignación borbónica de compartir sus influencias en el mundo colonial americano, luego de los avances logrados por Inglaterra como resultado de la denominada Guerra del Caribe (1730). Por estas limitaciones, apunta Bosch, la corona española no podía ser catalogada de imperial.

El interés por el Caribe como frontera imperial, tomó un giro importante a partir de la política aislacionista respecto de Europa y expansionista con relación al continente,[31] patrocinada por Estados Unidos desde sus primeros años de independencia. Como fundamento de esta convicción destaca la tesis de la espera paciente o de la gravitación política presentada por el secretario de Estado John Quince Adams, con respecto al control de Cuba en abril de 1823. Para Quince Adams:

“(…) hay leyes de gravitación política como las hay de gravitación física y así como una fruta separada de su árbol por la fuerza del viento no puede, aunque quiera, dejar de caer en el suelo, así Cuba, una vez separada de España y rota la conexión artificial que la liga con ella, e incapaz de sostenerse por sí sola, tiene que gravitar necesariamente hacia la Unión Norteamericana y hacia ella exclusivamente, mientras que a la Unión misma, en virtud de la propia ley, le será imposible dejar de admitirla en su seno”.[32]

A esta especie de sentencia, convertida en poco tiempo en doctrina, siguió el discurso pronunciado ante el Congreso por el presidente James Monroe a finales de 1823, en el que se vio forzado a reconocer la independencia de las colonias españolas de Suramérica, pero rechazando cualquier injerencia extracontinental en los nuevos estados proclamados. Sus palabras fueron letra muerta hasta 1845, cuando el presidente James Knox Polk, en informe de gestión presentado en diciembre de ese año, las convirtió en doctrina al interpretarlas como fundamento y defensa de la expansión territorial de Estados Unidos.[33] La esencia de sus consideraciones quedaron resumidas en la expresión: América para los americanos.

Estas doctrinas fueron el marco orientador de la política exterior aplicada en el continente por los Estados Unidos hasta el presente. Baste señalar, entre sus primeros resultados, la guerra declarada a México entre 1846 y 1848, el despojo de una parte importante de su territorio, y la guerra hispano-cubano-norteamericana que arrebató Cuba y Puerto Rico a España en 1898. Eran sus últimos reductos coloniales en el Caribe.

Los resultados de la Guerra del 98 fueron el anuncio del desplazamiento de las potencias europeas de sus áreas de influencia en América. Era el tiempo de la enmienda de Roosevelt a la doctrina Monroe (1904), que dio paso al big stick; de la Diplomacia del Dólar del presidente William Taft (1909) y de la diplomacia moral de Woodrow Wilson, su sucesor en 1912. Esta situación cambió desde los primeros años de la segunda posguerra, con la confrontación ideológica, militar y científica de la Guerra Fría protagonizada por Estados Unidos y la desaparecida Unión Soviética. A pesar de estos grandes cambios, el concepto de frontera imperial, en tanto categoría de análisis, se mantiene vigente. Así lo confirman, entre otros muchos casos, las bases de operaciones militares de Guantánamo y Vieques, a pesar de que para esta la condición de base naval fue levantada durante la administración de George Busch en 2003.

La cuenca del Caribe

Hasta la primera mitad del siglo XX, gracias a la incidencia de los Estados Unidos en la región, el Caribe se percibía limitado a las Antillas, Centroamérica y Panamá, considerada por el Instituto Panamericano de Geografía e Historia, por su origen geológico y posición geográfica, como parte de la región.[34] A partir de entonces, como respuesta al escenario de la bipolaridad heredado de la Segunda Guerra Mundial, esta cobertura fue ampliada con la asimilación del término cuenca del Caribe, que incluye en un mismo bloque a los países centroamericanos e insulares no relacionados con los orientales. Se trata de una visión geopolítica o geoeconómica de gran amplitud forzada por los enfrentamientos de la Guerra Fría.

En el Caribe, los resultados de dicha guerra se perciben con los hechos de la Revolución cubana como el intento fallido de invasión en Bahía de Cochinos y la crisis de octubre de 1962, provocada por la instalación de misiles soviéticos en Cuba. Como caso singular, con dicha crisis se vigorizaba la condición de frontera imperial de la región, pues se enfrentaron con el recurso diplomático las dos superpotencias que para entonces dominaban el mundo. Otros hitos importantes fueron el curso de la Revolución de Abril de 1965, conocida en las crónicas internacionales como la crisis de Santo Domingo. A estos procesos se suma la Revolución Sandinista, que derrocó en 1979 a la dictadura de los Somoza en Nicaragua, inspiradora de la fundación en 1980 del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional de El Salvador.

El avance del sandinismo en Nicaragua, combinado con el curso de las guerrillas en Centroamérica, provocó que, durante la presidencia de Ronald Reagan, 1981-1989, se buscara la ampliación de la frontera imperial retomando el nombre de Cuenca del Caribe. Con ese fin, los diseñadores de su política exterior dividieron el Caribe en cuatro círculos concéntricos: el Caribe de habla inglesa, que incluye el archipiélago de 36 islas llamado Islas Vírgenes inglesas; el archipiélago caribeño, que incluye todas las islas, Belice y las tres Guyana; y la cuenca del Caribe, que abarca a Centroamérica y el litoral de América del Sur. El cuarto círculo parte del Estado de la Florida y las Islas Vírgenes americanas: St. Thomas, St. Croix y St. John.

Esta clasificación obedecía al interés de ampliar la cobertura que tendría el programa conocido como la Iniciativa para la Cuenca del Caribe (ICC), cuya orientación económica fue aparente, pues su objetivo central era desviar recursos para la atención militar y contrarrevolucionaria que requerían los países de la región afectados por las guerrillas. Durante los primeros años, la ejecución del diablo caribeño, lo que era la ICC para Michael Manley, mostró resultados económicos decepcionantes, según se expresó en la Cámara de Representantes.[35]

El uso del concepto Cuenca del Caribe fue compartido con el de Gran Caribe durante el decenio 1980. Este incluía los territorios continentales de México, Venezuela y Colombia, valorados para la época como potencias regionales; provocando, según Andrés Serbín, mayor visibilidad a los países insulares caribeños y del istmo centroamericano.

Desde finales del siglo pasado, en la literatura especializada en el tema abordado, se nota con mayor frecuencia el uso del concepto Gran Caribe. Probablemente, con la difusión del papel activo que juegan los países continentales del Caribe, se buscaban los cambios que, momentáneamente, afectarían a toda la región. Para Martínez y Valdez, en esa perspectiva, el Caribe se debe pensar desde la geopolítica y la geohistoria, más que desde los elementos geográficos e históricos.[36] Por esta inferencia, se planteó la apertura de la condición de mar semi cerrado que distingue al Caribe con la inclusión de las ciudades de Panamá, localizada en el Pacífico, y Veracruz, en la costa del golfo de México. Con esta medida se imponía el criterio geopolítico.

Reflexión final

De lo expresado se interpreta que las distintas definiciones del Caribe tienen como punto de partida el elemento geográfico, pero el proceso histórico seguido en la región a partir de la incidencia de diferentes potencias imperiales es lo que les da sentido. No es posible abordar la tarea de una definición del Caribe sin hacer referencia al pasado colonial o al sometimiento del nuevo imperialismo. En este pasado está el sello de toda definición, de modo que cualquier caracterización del Caribe debe tomar en cuenta lo diverso dentro de lo uniforme, y que hay elementos comunes, como el rasgo de la plantación, pero también diferencias, como en la comunicación.

Vale señalar que los criterios esbozados no conducen a la autoexclusión. Sencillamente, bastaría aclarar con qué sentido se estudia el Caribe, si desde una óptica histórica colonial, independentista o neocolonialista.

Andrés Bansart, venezolano experto en estudios latinoamericanos, dice con sobrada razón que cada caribeño, sea individual o colectivamente, debe asumir su respuesta sobre la definición del Caribe desde su ayer y su ahora, también desde sus proyectos de desarrollo o realidad socioeconómica. Para la cubana Graziella Pogolotti, en esta tarea tampoco puede faltar la orientación atractiva de una construcción cultural. Junto a ella, como muestra de los que se explican el Caribe desde la simbiosis de la historia con la literatura, destacan sus coterráneos Alejo Carpentier y Nicolás Guillén, los martiniqueños Aimé Cesaire, Patrick Chamoiseau y Edouard Glissant; el santalucense Derek Walcott, Premio Nobel de Literatura (1992); los puertorriqueños Julia de Burgos y Ferrer Canales, los guadalupeños Daniel Maximin y Roger Toumson. La consulta de la obra del dominicano Silvio Torres-Saillant, hijo distinguido de la diáspora caribeña, confirma que, en estos autores, como en muchos otros, la agenda sobre el criollismo, la herencia afro y europea, la identidad, la negación del colonialismo y del neocolonialismo, son temas que no caducan en todo el Caribe.

De lo dicho se desprende que el Caribe es una región rica en matices vista desde la perspectiva sociocultural, distinguida por lo singular y lo nuevo. Después de más de tres siglos de conquista y colonización, en el Caribe convergen África, Europa y América y, poco después, todo lo demás. Quizá por eso fue definido por José Martí como el crucero del mundo, en el que residen e interactúan los continentes mostrando el café au lait, el coffee with milk o el café con leche, es decir, es el submundo negro y mulato de Bassols Batalla y de muchos otros, que trajo consigo la expansión del capitalismo que llegaba del viejo continente.

En el Caribe se expresa la transculturación que sostiene Fernando Ortiz, junto a deculturaciones y neoculturaciones. El Caribe es diverso y es uno, es la síntesis de tres continentes en una misma historia. Es lo diverso y lo singular en pensamientos, procesos, sensaciones, cifras, pobreza, marginación, sabores, tumbaos y mucho más. Es un espacio donde se experimenta y se está por saber qué es la caribeñidad, afirma el colombiano Jorge Nieves Oviedo.[37] Bien lo dijo Alejo Carpentier: somos una civilización enteramente original, para muchos, somos el rincón más preciado del continente.

El Caribe es un crisol cultural que, por sus expresiones musicales, culinarias y lingüísticas, junto al sincretismo religioso, exhibe un toque singular, especial. Es también, resistencia e identidad resumida por Juan Luis Guerra como un agujero en medio del mar y el cielo con apego a sus raíces. Esto, 500 años después. Bueno, también es una especie de poema en la sonrisa y la mirada que deja abiertas las puertas de las oportunidades de la migración, del intercambio y, comenzando el siglo XXI, de las que son parte las esperanzas comunes. Tan complejo y variado somos, que a decir de Sidney Mintz, sin el Caribe, América Latina es impensable.[38]



Notas al pie

[1] Quince Duncan. “El Gran Caribe: Naturaleza y cultura como conceptos dinámicos”. Traducción libre del documento: “Paz en los océanos”. Documentos Técnicos No. 41, 1997. Citado por Andrés Sándalo Flores Macilla, en Visiones y definiciones del Caribe, marzo 2013. Recuperado de https://www.buenastareas.com/, 12 de julio de 2023.

[2] Antonio Gaztambide-Geigel, “La invención del Caribe en el siglo XX”, Revista Mexicana del Caribe, año I, Núm. I, México, D. F., 1996. Hemeroteca del Instituto de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe, San Juan, Puerto Rico. Ensayo revisado y ampliado en noviembre de 2006. Recuperado en https://revistas.unimagdalena. edu.co, 12 de agosto de 2023. En este ensayo se detalla la orientación cartográfica del Caribe.

[3] Mario Hernández Sánchez-Barba, El mar en la historia de América (Madrid: Fundación Mapfre América, Editorial Mapfre, 1992), 146.

[4] Antonio Núñez Jiménez. “El Caribe, consideraciones geográficas y culturales”. México: Universidad Veracruzana, recuperado de: https://cdigital.uv.mx/, 10 de agosto de 2023, p. 61.

[5] Joaquín Santana Castillo. “Repensando el Caribe: valoraciones sobre el gran Caribe hispano”. En Clío de América, Vol. I, Núm. 2, Universidad del Magdalena, Colombia, pp. 303-334. Recuperado de https://dialnet. unirioja.es/, septiembre de 2023.

[6] Eric Williams, De Colón a Fidel Castro: Historia del Caribe, 1492-1969. Traducción de Sergio Fernández, (México: Instituto Mora, primera edición en español, 2009), 112.

[7] Hernández Sánchez-Barba, El mar en la historia de América…, 146.

[8] Gaztambide-Geigel, “La invención del Caribe en el siglo XX”, 8.

[9] Gaztambide-Geigel, “La invención del Caribe en el siglo XX”, 22.

[10] Robert James, De Toussaint L´ouverture a Fidel Castro (La Habana: Colección Libertad, 1962), 14.

[11] Citado por Tania González-García y Sonia Almazán del Olmo. “El espacio caribe, dimensión sociocultural”. Avances, Vol. 14 (1), enero-marzo, 2012, pp. 4-10, Pinar del Río. Recuperado de http://www.ciget.pinar. cu/, julio de 2023.

[12] Andrés Serbín, Etnicidad, clase y nación en la cultura política del Caribe de habla inglesa (Caracas: Italgráfica, 1987), 23. Mayores detalles en: Eric Wolf y Sidney Mintz.“Haciendas y plantaciones en Mesoamérica y las Antillas”,

[13] Lloyd Best. “El Caribe como espacio cultural”. En: Casa de las Américas, La Habana, marzo de 1999.

[14] Andrzej Dembicz, “Premisas geográficas de la integración socioeconómica del Caribe”. Departamento de Geografía Económica, Instituto de Geografía de la Academia de Ciencias de Cuba, La Habana, Editorial Academia, 1979, p. 16.

[15] Dembicz, “Premisas geográficas de la integración socioeconómica del Caribe”, 11-29.

[16] Dembicz, “Premisas geográficas de la integración socioeconómica del Caribe”, 24.

[17] Santana Castillo, “Repensando el Caribe…”, 303.

[18] Hernández Sánchez-Barba, El mar en la historia de América…, 148.

[19] Núñez Jiménez, “El Caribe, consideraciones geográficas y culturales”, 62.

[20] Ferdinand Álvarez Rivera, “Definiciones del Caribe”. En: El Amauta, Núm. 11, julio de 2018, Universidad de Puerto Rico.

[21] Dembicz, “Premisas geográficas de la integración socioeconómica del Caribe”, 20.

[22] Shridath Ramphal, Premisas geográficas de la integración socioeconómica del Caribe, 1979. Citado por Antonio Núñez Jiménez, en: “El Caribe, consideraciones geográficas y culturales”, México: Universidad Veracruzana, recuperado de: https://cdigital.uv.mx/, 10 de agosto de 2023.

[23] Juan Bosch, De Cristóbal Colón a Fidel Castro: el Caribe, frontera imperial (Santo Domingo: Editora Alfa y Omega, 1979), 36. En edición realizada por la Universidad Nacional Autónoma de México en 2009, se define esta obra como “uno de los textos más notables escritos en la región. Descubre los acontecimientos que han marcado el desarrollo del Caribe desde su descubrimiento hasta los primeros años de la Revolución Cubana”.

[24] Michael Manley. “La importancia estratégica de la Cuenca del Caribe en términos políticos y económicos”, Buenos Aires: Nueva Sociedad, Núm. 63, nov-dic., 1982, pp. 5-19.

[25] Williams, De Colón a Fidel Castro, historia del Caribe, 14921967, 245.

[26] Luis F. González Vales, “Arturo Morales Carrión, una vida al servicio de la historia”. En: Héctor Luis Acevedo (editor): Arturo Morales Carrión, dimensiones del gran diplomático puertorriqueño, (San Juan: Universidad Interamericana de Puerto Rico, 2012), 292.

[27] González Vales, “Arturo Morales Carrión, una vida al servicio de la historia”, 379.

[28] Pablo Maríñez. “En torno a De Cristóbal Colón a Fidel Castro. El Caribe, frontera imperial”. En: Juan Bosch. Obras Completas, Tomo XIII, (Comisión Permanente de Efemérides Patrias, Santo Domingo, Serigraf, S. A., 2009), XXII.

[29] Bosch, Obras completas, 12.

[30] Bosch, Obras completas, 32-33.

[31] Gaztambide-Geigel, “La invención del Caribe en el siglo XX”, 11.

[32] Albert Weinberg, Destino Manifiesto. El expansionismo nacionalista en la historia norteamericana (Buenos Aires: Editorial Paidos, 1968), 220.

[33] Richard Morris, Documentos fundamentales de la historia de los Estados Unidos de América (México: Editorial Mexicanos Unidos, 1962), 177-179.

[34] Julio Londoño, Geopolítica del Caribe (Bogotá: Imprenta y Litografía de las Fuerzas Armadas, 1973), 24. Recuperado de https://dokumen.pub/geopolitica-del-caribe. html, agosto de 2023.

[35] Héctor Luis Martínez, “Contexto en que surge la Iniciativa para la Cuenca del Caribe”, Universidad Autónoma de Santo Domingo, Revista Humanidades, Editora Universitaria UASD, septiembre de 1989, p. 26.

[36] Milagros Martínez y Félix Valdez. “De qué Caribe hablamos”. En: Luis Suárez y Gloria Amézquita

(compiladores), El Gran Caribe en el siglo XXI, crisis y respuestas. CLACSO, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, 2013. Descargado de https://biblioteca.clacso.edu.ar/ clacso/, julio de 2023.

[37] Angélica Sierra-Franco, “Cronología del Caribe: Una mirada a la poética de la Casa caribeña”, Procesos Urbanos, Universidad Nacional de Colombia, 2020, recuperado de https://revistas.cecar.edu.col/, agosto de 2023.

[38] Sidney W. Mintz, “El Caribe como área socio-cultural”. Revista Del Centro De Investigaciones Históricas, Vol. 23, 2022, pp. 61-100. Recuperado de https://revistas.upr. edu/, julio 2023.



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