Con motivo del relanzamiento de la cátedra Juan Bosch, el Centro de Investigaciones sobre América Latina y el Caribe (CIALC) de la Universidad Nacional Autónoma de México ha publicado una nueva edición de Póker de espanto en el Caribe, un libro bien escrito, de lectura ágil, que transmite de manera impecable el momento en el que se escribió, de guerra fría y de regímenes fuertes, así como de la vida del autor, en el exilio de su patria gobernada por Rafael L. Trujillo.
Es un testimonio de la época, mejor aún, es un vestigio de una época, de una manera de pensar acorde con las circunstancias, por lo que resulta un libro interesante. Hablar de las dictaduras y de sus exponentes es además de un intento de expresar una realidad compleja, un recurso más de Bosch para expresar sus ideas políticas, y sus matices; y responder así al debate y ataques de los que fue objeto como exiliado y como figura política.
El autor inicia contando la historia del libro publicado por primera vez, tres décadas después de haber sido escrito y narra cómo reapareció en su vida después de tenerlo perdido. Desde ahí atrapa al lector con su maestría para contar, pero no se queda en “la historia romántica”, termina esa sección poniendo al lector en alerta de algo que comúnmente obviamos: los cambios que en la manera de pensar tenemos con el paso del tiempo y de la transformación de las circunstancias. Y esto es una advertencia fundamental que el lector debe atender y tener en cuenta a lo largo de toda la lectura, (p.32) y es quizá, la mayor enseñanza del texto.
El autor propone el examen de cuatro dictaduras, como cartas de la baraja, lo que forma el póker, que él llama de espanto, por el carácter de esos regímenes. Destaca las características que comparten, “el uso del terror y de la corrupción como medio de prolongarlas, y en el uso de ficciones legales para justificarlas”, pero es muy cuidadoso al marcar también las diferencias y sobre todo algo que para la época es llamativo, otorgarle a la personalidad de cada uno de los dictadores estudiados, a su agencia personal, un peso relevante. No todo es producto de la presencia del imperialismo, no todo es producto de la historia de esos países y de las relaciones sociales, también el perfil sicológico individual juega un papel decisivo.
Sin soslayar la parte oscura de los regímenes estudiados, a Bosch no le interesa profundizar en ese tema, le importa marcar las diferencias entre ellas, “No proceden en igual forma –nos dice– Pérez Jiménez y Batista o Trujillo y Somoza” (p.37), lo que busca es explicar los elementos y circunstancias que se conjugan para desembocar en esos regímenes y apuntar que todos “se parecen bastante en su afán de darles vestiduras legales a sus regímenes”. La pretensión es exponer “los orígenes de esas tiranías, las causas que las sostienen y su manera de actuar” (p.44). No obstante, Bosch es contundente al afirmar que es arriesgado buscar una sola causa de las tiranías del Caribe, lo que puede conducir a errores; de igual manera añade, “pretender juzgar los movimientos que a ellas se enfrentan por uno de sus matices comunes es mal procedimiento. Cada una tiene caracteres propios, si bien todas tienen algunos semejantes”. Esto es lo que él ofrece en las páginas del libro, una explicación que toma en cuenta diversos elementos.
En cada uno de los cuatro casos, Bosch hace un esfuerzo por sintetizar y exponer de manera sencilla y general el proceso que llevó a la presencia de dictaduras, pero en mi opinión, y es lo que sí quiero resaltar, es que una de las cosas fascinantes, atrayentes, del texto es la descripción de los tiranos y cómo esas características generales influyeron o “determinaron” el tipo de dictadura. A Trujillo le reconoce habilidades, inteligencia para algunas cosas, ser un buen organizador, saber mandar y al mismo tiempo no saber gobernar. Pero, sobre todo, lo define como el tirano vulgar. Encuentra en “las raíces de su sicología”, el resentimiento, ser un resentido, de ahí su sed de poder, riquezas y honores; su capacidad de odiar y su intolerancia a la existencia de almas libres en su entorno (p.57). Sin descartar que Estados Unidos le permitió llegar al poder como producto de la ocupación, señala que también es cierto que la sicología de Trujillo “no cae del cielo, sale de las entrañas de su gente, se nutre con los vicios del país en que se forma” (p. 60). Bosch incluso menciona que es producto de lo que recibe en la infancia, en el hogar, en el medio social, “la esencia del ambiente que le rodea”. Y remata, “desgraciadamente para la República Dominicana, Trujillo resultó una encarnación abrumadoramente perfecta de los vicios nacionales en un alma de fortaleza demoniaca”.
De Somoza dice que no tiene el tipo de odio de Trujillo, que no tiene necesidad de vivir denigrando a los demás, ni tiene los complejos de Trujillo porque creció en un medio diferente (¿está hablando Bosch de determinismo? p. 93). Lo describe como “más bien natural, sin coqueterías y sin miedo a la verdad ni a ninguna situación inesperada: es dúctil y rápido para el chiste, oportuno, aunque desde luego dado a la vulgaridad tan pronto entraba en confianza. Esa manera de ser y su tipo latino” le ganaron favores (¿Bosch está asumiendo estereotipos?). Lo define como “flexible, astuto para apreciar la realidad y eludir sus consecuencias si no lo favorecían” (p. 107). Ahora bien, reconoce que Somoza no logró un control de la situación tan completo como Trujillo en Santo Domingo, ni tuvo la tenacidad de éste. Se atreve a decir, incluso, que Somoza salió de su visita a República Dominicana asustado frente al poder que tenía Trujillo.
Este ejercicio de ir comparando las características y desempeño de los dictadores me parece que fueron innovaciones en los análisis políticos de la época ¿qué habría pasado si el libro se hubiera publicado cuando fue escrito? No es el caso elucubrar, pero sí dejar constancia de que un análisis así no era lo común entonces entre los grupos de la oposición.
En los casos de Pérez Jiménez y de Batista atribuye más importancia a “los males y debilidades nacionales” que a la influencia de los norteamericanos para el surgimiento de las dictaduras. En Venezuela fue primero la dictadura (de Gómez) y luego aparecieron los norteamericanos. Al describir las condiciones venezolanas, nuevamente hace referencia a lo étnico y su influencia, a ser esclavos de las tradiciones, al papel determinista de la influencia del Táchira y sus hombres, “el único núcleo racial fuerte, unido” (p. 121). Se habla entonces de una base regional y racial en la toma del poder. Y cuando parece que matizará “es tontería pensar que los pueblos y las razas son malos o buenos de origen”, en su opinión, el andinismo había hecho mucho mal a Venezuela, pues las consecuencias de su conducta se deben al medio retrasado en que han crecido. Perdiéndose en eso las virtudes notables que tienen, digo yo. En todo caso, el grupo del Táchira impuso un poder que Bosch llama “algo así como un partido racista” (p. 139). “Duro, sin ideología, pero con una franca tendencia al retraso y un tremendo impulso dirigido a la conquista de las ventajas que procura el poder”. Hay en estas opiniones elementos para indagar en las percepciones de Bosch acerca de la raza y el racismo. Tan compleja como es la realidad examinada, es el pensamiento de Bosch: por ejemplo, al inicio, dice “No es posible argüir […] que la mescolanza racial del Caribe origina las enfermedades políticas que culminan en tiranías”, sin embargo, a lo largo del texto sí recurre en sus descripciones al tema racial. Por ejemplo, en la presentación del caso nicaragüense (p. 83). O cuando dice de uno de los acompañantes de Sandino cuando lo emboscan “Umanzor, descendiente de indios y africanos, estaba tranquilo, sereno” (p. 98), como una característica étnica.
En el caso venezolano y con la figura de Rómulo Betancourt, Bosch reconoce, ¿ensalza?, el papel del movimiento armado, como hace con Sandino al hablar de Somoza y el proceso nicaragüense. Por cierto, los comunistas y el comunismo se mencionan de pasada, y la sensación que queda es negativa. En este capítulo ocurre algo interesante, pues más parece una loa a Betancourt que el espacio para hablar de Pérez Jiménez, cuyo perfil queda, de alguna manera, desdibujado.
La imagen que presenta de Pérez Jiménez comienza apuntando a dos ideas que éste tenía. Una, que era un escogido del destino para gobernar y, la segunda, que sólo el ejército podía salvar al país. Para inmediatamente comentar: “De qué debía salvarlo es cosa que seguramente no se preguntó.” En este caso la figura de Pérez Jiménez se ve complementada por el dúo con Pedro Estrada, la cuña que Bosch prevé debilitaría a aquel porque, explica, “el poder tiránico no puede compartirse”.
En cuanto a Batista, Bosch opina que no hay influencia inmediata del imperialismo. En el desarrollo del proceso cubano resalta el papel de Máximo Gómez y su estrategia de la tea, pero lo que le importa a Bosch es destacar el planteamiento de la linealidad del proceso que desemboca en las dictaduras, la referencia a Machado y la transformación de Batista. Habla de la fatalidad histórica. Sin embargo, y de acuerdo con la propuesta del autor, no hay que tomar las cosas solamente por esta explicación, pues el perfil de Batista juega su parte. ¿Cómo caracteriza a Batista? Su psicología se asemeja bastante a la de Somoza, “no tiene el alma insensible de Pérez Jiménez, ni la soberbia incontrolable de Trujillo […] como Somoza, es farsante y capaz de llegar a cualquier extremo con tal de conquistar el poder”. Con Batista es lapidario, su caso es más lamentable que el de Somoza porque se traicionó a sí mismo cuando se vendió a los enemigos de Cuba y se volvió contra el gobierno de Grau San Martín y porque traicionó luego al régimen constitucional, que repetía era “su mejor obra política” (p. 175). Batista no se parece a Trujillo, no es un enfermo mental, ni se considera como los otros tres superior a los demás. Para Bosch, Batista trató de superar muchas de sus fallas, aunque con escasos resultados, y concluye que “sin duda le hubiera gustado ser un político popular si su ignorancia no le hubiera impedido escoger su destino” (p. 176). Le reconoce “haber ayudado a la historia con una notable capacidad de adaptación, con mente flexible y cierto natural don político”. Astuto, pero sin imaginación ni audacia para encarar los asuntos del pueblo (por cierto, un concepto amplio, no bien definido por Bosch, ¿una masa homogénea en busca de libertad y justicia social?).
Al final, el cuadro más terrorífico y negativo es el de Trujillo con el que abre la secuencia y cuya referencia es constante.
Un elemento presente en el texto sobre el que hay que comentar es la referencia a la democracia, a su uso por las dictaduras en sus discursos. Creo que requiere una reflexión y un debate específico, pero que tiene que ver con otro tema que aparece en el libro al hablar de dictaduras de la democracia (pp. 134-135). Para Bosch el talón de Aquiles de las democracias que fracasaron fue ser democracias parlamentarias. El lector habrá de poner atención a esto si quiere conocer mejor el pensamiento de Bosch. Se desprende de ahí también su opinión acerca de los caudillos, que me parece que los encuentra necesarios, por las condiciones de atraso del pueblo latinoamericano. Un pueblo que tiene tendencia histórica y psicológica al caudillaje, ¿nuevamente el determinismo?
Pareciera estar de acuerdo con los estudiosos de las tiranías en el sentido de que se producen por ciclos, y aparecen cuando debe producirse un cambio en la estructura social (a la larga, esto deja entrever un determinismo, las condiciones de nuestros países apuntan a terminar en estos regímenes cada vez que ocurre un cambio en la estructura social).
Aunque Bosch llama a no caer en generalizaciones del tipo “el imperialismo es el responsable de…” no puede abstraerse de apuntar a lo largo del libro la injerencia de los intereses imperiales en el desarrollo de los hechos y no siempre reparte el peso de las responsabilidades como pareciera que ocurrieron las cosas.
Acerca de la oposición, ésta aparece muy desdibujada, la mejor es aquella con las armas. Además de los casos mencionados líneas atrás, Bosch reconoce al movimiento 26 de julio. Me parece una crítica a los exilados dominicanos que no tomaron las armas, por eso pienso que el libro es también un foro para ir expresando su manera de pensar más allá de la dictadura, por ejemplo, del comportamiento de los grupos en el exilio. En República Dominica, dice, “los voceros de la dignidad nacional actuaron políticamente, no con las armas, y salieron a recorrer el mundo americano en demanda de justicia para su pueblo a la cabeza de todos, el hombre que había sido designado por el Congreso presidente de la República…” lo que no se imaginó entonces es que él mismo estaría en ese camino tiempo después.Pero el Caribe no es para Bosch el conjunto de cartas que forman el póker de espanto, o no solamente, el Caribe es también el territorio de la esperanza, de los hombres que creen en la cultura, la libertad, la justicia, la belleza, la verdad.