La bibliografía
que existe sobre la globalización es abundante y variada, como lo son los
aspectos y espacios que afectan a este proceso. Sin duda, entre los segundos
destacan las ciudades como importantes centros en los que reside el poder
político y económico de los territorios. Es precisamente en las ciudades donde
pone el foco el libro editado por Emilio J. Luque Azcona para analizar el
impacto de la primera globalización en el período comprendido entre la segunda
mitad del siglo XVIII y finales del XIX. Se trata de un logrado esfuerzo por
reunir en una monografía miradas diversas sobre ciudades y regiones de la
región del Caribe en el contexto de la globalización temprana. A través de los
siete capítulos que la componen los autores reflexionan sobre el cosmopolitismo
y las contribuciones de los actores sociales, el impacto de las revoluciones,
del conocimiento y de la ciencia de policía, de la modernidad y de las
conexiones de ciudades y de espacios marginales. De una u otra forma todos
coinciden en que la circulación de ideas, conceptos y conocimientos fue un
fenómeno que estuvo presente en el desarrollo de cada una de las ciudades y
territorios analizados, con mayor o menor retraso, aunque con diferentes grados
de intensidad.
El libro
comienza con el capítulo José Luis Belmonte, quien reflexiona sobre el
cosmopolitismo de las ciudades caribeñas. Considera que se trata de una serie
de interdependencias articuladas; definición que le permite al autor poner el
foco en los que considera los principales actores sociales del contexto
caribeño: los africanos esclavizados, trasladados de manera masiva y forzada
desde sus tierras de origen. Para Belmonte la diversidad de patrones culturales
de los que fueron portadores, unida a la experiencia de la esclavización
—incluida la de la travesía— a la que fueron sometidos, crearon identidades
culturales fluidas que terminaron configurando unas sociedades americanas que
superaban los estrechos patrones de los territorios que habitaron.
La idea de un
Caribe interconectado en el que estuvieron presentes las rivalidades entre los
*
Santa Marta, Editorial Unimagdalena, 2023, 322 pp. DOI:
https://doi.org/10.21676/9789587466249
imperios
subyace en la propuesta de Johanna von Grafenstein. Centrándose en los procesos
revolucionarios de finales del siglo XVIII, la autora analiza el impacto que
tuvieron en las islas y territorios del Caribe francés, inglés e hispano.
Mientras que en los primeros significó terror y destrucción, el resto de los
territorios se convirtió en espacios de acogida y asilo para los importantes
flujos de refugiados que huían de la violencia. Para la autora, su presencia no
resultó igual de beneficiosa en todos los casos, por ejemplo, en ciudades de
Jamaica como Kingston o Spanish Town, provocó un incremento notable del precio de
la vivienda y de los alimentos; en cambio en ciudades cubanas como Santiago,
Baracoa, La Habana, Matanzas, Trinidad y muchas otras fueron un incentivo para
sus economías.
La Habana y Matanzas son dos ciudades
presentes
en el análisis que nos ofrece Leida Fernández Prieto, centrado en el papel que
jugaron como centros de conocimiento dentro del desarrollo azucarero del siglo
XIX cubano. A través de ejemplos concretos demuestra como los espacios fundados
para generar conocimiento y encontrar soluciones a los problemas creados por la
plantación, y que afectaban a las ciudades, atrajeron a importantes agentes
públicos y privados. Este fue el caso del naturalista español Ramón de La Sagra
y la botánica e ilustradora estadounidense Nancy Anne Kingsbury Wollstonecraft,
ambos fueron capaces de articular diversas redes conectadas a diferentes
escalas. Se trataba de intereses compartidos que, como señala la autora,
generaron tensiones entre las ciudades y la industria azucarera por la
necesidad de captar recursos tecnológicos y laborales. Tampoco el conocimiento
que generaron las ciudades impidió que se reprodujeran en ellas los usos y
divisiones entre recursos tecnológicos y laborales del mundo de la plantación.
Para la autora, el proyecto del acueducto de Albear es un buen ejemplo que lo
demuestra, al mismo tiempo que visibiliza la participación de africanos
esclavizados y sus descendientes en las labores de modernización y crecimiento
urbano.
Hablar de
modernidad en la arquitectura de ciudades bajo diferente soberanía, aun cuando
pertenezcan a una misma área geográfica, no resulta sencillo. Pedro Manuel
Luengo reflexiona sobre diferentes formas de comprender la imagen de modernidad
en las ciudades del Caribe inglés, francés e hispano. Para el autor esta imagen
está estrechamente ligada al desarrollo de la identidad de estos territorios,
así como a las redes de globalización de cada imperio. Sin embargo, cree que no
por ello dejaron de existir otras corrientes que reinterpretaron, emularon o
rechazaron la modernidad europea como es el caso de Jamaica, el Haití
independiente o de las ciudades hispanas en las que se dio un “movimiento de
monumentalización”, especialmente en La Habana, considerada la “capital de la
modernidad”.
La mejora de los
centros urbanos siguiendo la ciencia de policía fue una constante en el
contexto de la España ilustrada de los Borbones tal como demuestran los
análisis de Emilio Luque y Eduardo Azorín. El primero, coincide con Luengo en
señalar la importancia que tuvieron los ingenieros militares en los procesos
transformadores de las ciudades, especialmente en la aplicación de reglamentos
y la creación de nuevas infraestructuras adecuadas al pensamiento ilustrado,
muy centrado en la ciencia de policía. Sin embargo, como bien señala Luque el
lugar que ocuparon las ciudades dentro de las estrategias del imperio, el
crecimiento que experimentaron sus economías, así como los desacuerdos entre
las instituciones por la gestión —especialmente significativo en el caso de
Puerto Rico— son algunos de los factores que explican la diferencia entre los
ritmos de desarrollo de la ciencia de policía y de los proyectos de mejora
urbanística en los distintos territorios. Por su parte, Azorín centra su
análisis en tres proyectos concretos de mejora de la infraestructura urbana
habanera —la pavimentación de calles, el alumbrado público y la canalización
para el abastecimiento de agua— durante los gobiernos del marqués de la Torre
(1771-1777) y de Miguel Tacón (1834-1838). Gracias a la circulación de ideas y
conocimientos fue posible adaptar e
incorporar
técnicas y métodos científicos conocidos en ciudades europeas, de Norteamérica,
incluso en aquellas ubicadas en el propio entorno del Caribe. Cada uno de los
proyectos analizados, acabó convirtiéndose en un laboratorio donde se buscaron
y perfeccionaron soluciones sobre la base del conocimiento científico,
tecnológico e industrial más avanzado. Sin embargo, el conocimiento ilustrado
que velaba por el mejoramiento de la habitabilidad, la higiene y la salud de
los vecinos de La Habana, fue incapaz de prescindir de la mano de obra
coactiva.
Cierra la
monografía el capítulo de Antonio Vidal Ortega dedicado a la región de
Centroamérica conocida como la Mosquitia. Con su cuidadoso análisis Vidal
demuestra que no solo las ciudades lograron conectarse a las redes y dinámicas
globales. También fue posible hacerlo en territorios apartados de la influencia
y el control de las ciudades hispanas, gracias a la capacidad de negociación
que tuvieron las comunidades nativas con los nuevos agentes europeos y
africanos, así como a su saber adaptarse a las nuevas circunstancias políticas
y sociales. Para el autor, se trataba de territorios que rompieron las formas
tradicionales de soberanía y lealtad, lo que les permitió convertirse en
lugares de innovación más allá de las rivalidades existentes entre los
imperios.
En resumen, se
trata de un libro que, aunque toca temas más o menos conocidos, las diversas
perspectivas que ofrecen sus capítulos representan un notable aporte para el
conocimiento de las ciudades y territorios caribeños como espacios de recepción
y adaptación de las dinámicas que generaron la circulación de personas,
técnicas y conocimientos. En definitiva, de espacios que supieron ajustarse a
los adelantos científico-técnicos. Pero cabe destacar que aquellos que
controlaban o llevaron a cabo estos avances continuaron valiéndose del trabajo
coactivo, especialmente de los africanos emancipados, sector de la población
que no vio mejorada su situación.