Con Mario Vargas Llosa sostuve una especie de conversación cerca de la catedral de Santo Domingo. Él andaba de turista en compañía de Soledad Álvarez y yo estaba de juerga en el Palacio de la Esquizofrenia -Cafetería Restaurante El Conde por más señas- en compañía de Víctor Villegas y Alfredo Pierre. De modo que disfrutaba yo de la noche y unas cervezas cuando los vi llegar: Soledad sonriente, Vargas Llosa sonriente mucho gusto, apretones de manos mucho gusto, otro apretón de manos, muchas manos, mucha efusión de palabras y mucho gusto (algo así como La orgía perpetua). Dos minutos después éramos viejos amigos.
Las referencias, según el estilo de citación de esta revista, están como notas al pie.
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